10- Cruzando el Yangtsé
27 de mayo
*Escribo estas líneas cómodamente sentado en un escritorio
en la decimonovena planta del Joya Hotel en Wuhan, capital de la provincia de
Hubei. La historia detrás del viaje es curiosa: hace unos días, el Dr. Bi-Cheng
me comentó que a lo mejor no teníamos suficientes insectos en el invernadero de
la BFU para realizar el experimento, así que iríamos a buscar más a otra
provincia. Me imaginaba que cogeríamos un autobús, iríamos a las afueras de
Beijing y haríamos un muestreo en una charca. La realidad es que hemos viajado
más de 1000Km en tren de alta velocidad y nos vamos a quedar varios días en un
hotel de 5 estrellas. Ahora viene la historia detallada:
Puse el despertador a las 6:00 de la mañana, aunque como ya
es habitual me despertó la luz del sol varias horas antes. El agua de la ducha
estaba más caliente de lo normal. Sospecho que el hotel usa un calentador solar
y es por ello que la temperatura fluctúa tanto. Nota para el futuro: el que
madruga tiene agua caliente. Preparé la maleta con cierta prisa y bajé a la
calle a las 7:20. Sin embargo, el Dr. Bi-Cheng estaba atrapado en un atasco y
tuve que esperarlo un buen rato. En las horas punta el tráfico colapsa las
principales calles de la ciudad. Nos dirigimos en taxi a la estación de tren
del oeste de Beijing (la más grande es la Estación Central, situada al sureste
de Beijing), a través de la calle de las universidades. Pasamos frente a la
universidad de minería y tecnología (en una de sus puertas había un escudo, bastante
antiguo, que indicaba que había sido fundada en 1905) y frente a la universidad
de geoingeniería (que tenía delante una estatua blanca enorme, creo que era de
Mao) entre otras. Nuestro tren salía a las 8:55, pero era posible que no
llegáramos a tiempo (SPOILER: lo hicimos).
De camino a la estación pasamos al lado de varios edificios
impresionantes. Rodeamos un centro comercial cuya parte superior recordaba un
castillo medieval asiático, con tejados inclinados de color verde. También
pasamos junto a un parque donde se situaba una torre de telecomunicaciones. Era
un pelín alta: con 386,5 metros de altura la Torre central de radio y
televisión de Beijing es la estructura más alta de la ciudad. Con lo
impresionantes que son las vistas desde el suelo hacia la torre, me encantaría
poder ver la ciudad desde el mirador que tiene en su parte media, que ofrece
una vista circular de Beijing.
La única palabra que me viene a la mente para describir la
estación de tren es “colosal”. Para que os hagáis una idea: la entrada
principal tiene forma de arco, de unas 9 plantas de altura. Encima del arco han
construido una réplica de un edificio tradicional chino, de base cuadrada y con
la misma altura que un edificio de 5 plantas. Mientras nos acercábamos a la
estación, el Dr. Bi-Cheng comentó que la estructura no tenía utilidad, que
simplemente la habían añadido porque quedaba bien. En ambos laterales del
edificio había más estructuras parecidas, aunque más pequeñas, y sobre otros
dos edificios situados frente a la estación había sendas estructuras similares.
Ir sobrado nivel: construir edificios encima de los edificios para adornar.
Había también, a ambos lados del edificio, dos torres enormes con cuatro
esferas de reloj cada una. La Estación de tren Oeste de Beijing tiene capacidad
para gestionar 300.000 viajeros al día, aunque la media son 100.000 y llegan a
200.000 en días pico. Normal que me pareciera grande.
Accedimos a la estación a través de unos pasos elevados, que
estaban divididos para la gente que entraba y la que salía. Intentamos recoger
los billetes de tren en unas máquinas automáticas, pero se requería enseñar una
ID, y puesto que yo debía mostrar mi pasaporte tuvimos que entrar en el
edificio. En el interior, a lo largo de los pasillos, había por el suelo unos senderos
marcados con piezas metálicas, para que los invidentes pudieran llegar hasta
los mostradores. Las paredes de la sala de billetes (una de ellas) estaban
cubiertas de pantallas que mostraban los horarios de salida de los trenes,
tapando casi por completo la superficie de mármol. Frente a cada uno de los
mostradores había unas barandillas que delimitaban el acceso y la salida, para
evitar atascos. Una vez con los billetes en nuestro poder, salimos corriendo a
buscar el tren, por miedo a perderlo. Tuvimos que pasar dos controles de
seguridad en los que escanearon nuestro equipaje, uno al entrar a por los
billetes y el otro al acceder a los andenes. Los andenes estaban divididos en
doce salas de espera diferentes, cada una para varias decenas de vías, y en
cada sala de espera había una pantalla gigante con los horarios de salida de
los trenes correspondientes. Había tiendas en la terminal principal y en cada
una de las salas de espera, donde nos paramos el tiempo justo para comprar unas
galletas y botellines de agua. Entramos en el tren cinco minutos antes de la
salida.
El aspecto no era muy diferente del de cualquier tren
español de media distancia. Había dos filas de asientos dentro de cada vagón:
una con tres asientos y la otra con dos. Escogí el asiento de la ventanilla
para poder sacar algunas fotos. El vagón estaba atestado de pasajeros, no se
veía un sitio libre. Varios revisores pasaron comprobando los billetes (que
debían mostrarse junto con algún documento de identificación, en mi caso el
pasaporte) y colocando adecuadamente las maletas en los compartimentos
superiores, para que no sobresalieran. Tras esta comprobación, uno de los
revisores colocó una cámara en lo alto de la puerta del vagón. El tren comenzó
a acelerar cuando salíamos de la ciudad, la mayor parte del recorrido viajamos
a 305Km/h. Durante el recorrido el tren realizó dos paradas: la primera en
Shijiazhuang (9 millones de habitantes), capital de la provincia de Hebei, y la
segunda en Zhangzhou (5 millones de habitantes), en la provincia de Fujian
(cuya capital es Fuzhou). A lo largo del trayecto nos cruzamos con bastantes
trenes en la dirección opuesta que pasaban justo al lado de mi ventanilla. Dada
la velocidad de ambos vehículos, cada tránsito duraba uno o dos segundos. La
frecuencia durante todo el trayecto fue de, aproximadamente, un tren cada 10
minutos.
Tanto en las afueras de Beijing, como en la gran extensión
entre las ciudades en las que nos detuvimos, como en estas ciudades, así como
en Wuhan, había por doquier edificios en construcción. A gran escala, quiero
decir. No como una urbanización de viviendas unifamiliares, sino enormes torres
de apartamentos, una tras otra, tanto en las afueras de las ciudades como en
llanuras sin otro edificio en kilómetros a la redonda. Una peculiaridad de
estas construcciones es que se agrupan en una o dos docenas de edificios
idénticos entre sí. Tienen forma alargada y estrecha, imagino que para
garantizar que todas las viviendas tengan acceso a aire fresco y luz solar. En
todos los tejados, y esto es común tanto en los edificios de las grandes
ciudades como en las pequeñas casas de las zonas rurales, hay calentadores
solares de agua. En Wuhan, a ambos lados del Joya Hotel, están derribando
antiguos edificios de poca altura y levantando torres de apartamentos. Pegado
al hotel se encuentra el esqueleto de una torre de planta circular, de 40
plantas, que parece la futura sede de alguna compañía. Al lado de esa torre se
están construyendo otras dos de menor tamaño. También están construyendo varios
puentes de autopista en las zonas próximas. En un punto determinado hay dos
puentes en paralelo y un tercero que los cruza por encima. La actividad de los
obreros es frenética. Simplemente viendo la cantidad de obras que hay en
marcha, no me extraña que la economía china esté creciendo a un ritmo
acelerado. Sólo les falta resolver sus problemas de transporte en las ciudades
y potabilizar el agua para que el país se pueda considerar del Primer Mundo.
Dejando de lado esta disertación, regreso a relatar el
viaje. Salimos de Beijing a las 8:55 y llegamos a Wuhan (10 millones de
habitantes, capital de la provincia de Hubei) pasadas las 13 horas. Durante el
recorrido, a través de pequeñas pantallas situadas en el techo del vagón, se
mostraban anuncios de películas chinas. No me quedé con el nombre de ninguna,
pero tenían buena pinta. Hasta que llegamos a Zhangzhou, todo el espacio entre
las ciudades era campo cultivado. Se veían estrechas franjas de árboles,
bastante dispersas, pero parecían plantaciones más que restos de bosque.
También se veían largas hileras de torres de alta tensión, y de vez en cuando
se distinguían en el horizonte las chimeneas de alguna central térmica. Hacia
mitad del recorrido el tren quedó rodeado de una densa niebla, aunque no llovió
en ningún momento. Al entrar en Shijiazhuang pasamos por un largo túnel hasta
la estación, por lo que no pude ver gran cosa de la ciudad, pero en Zhangzhou
las vías se situaban en la superficie. Pasamos entre edificios altos y
acristalados, entre los cuales había calles congestionadas por el tráfico.
Tras detenernos en Zhangzhou eché una cabezada en mi
asiento, cuando desperté me vi rodeado de colinas cubiertas de vegetación, que
obligaban al tren a pasar por numerosos túneles. Entre las colinas había
pequeñas aldeas y terrazas inundadas con arroz. Cubierto por la niebla, era un
paisaje precioso. Incluso, entre cabezada y cabezada, vi pastando entre los
arrozales lo que, juraría, debía ser un búfalo de agua. Poco antes de llegar a
Wuhan apareció a ambos lados del tren (las vías discurrían sobre un puente) una
masa de agua de color amarillo. El Dr. Bi-Cheng me informó de que se trataba
del río Yangtsé, el tercero más largo del mundo y el más largo de Asia
(6.300Km). En uno de los márgenes del río había amarradas a la orilla enormes
barcazas, sobre las que había casas de madera de varias plantas de altura.
El interior de la estación de tren de Wuhan es amplio y, a
diferencia de la mayoría de estaciones que he visto hasta ahora, los andenes
están situados por encima del nivel del suelo y sobre la estación. Una vez
fuera del tren, bajamos a la terminal a través de unas escaleras mecánicas. La
estación estaba atravesada por unos pilares inmensos, con bases redondas de
unos 10m de diámetro, que sostenían vigas igualmente amplias. Sobre esas vigas
discurrían las vías de tren. Desconozco por qué no construyeron la estación sobre
los andenes, en lugar de hacerlo al revés. Al salir de la calle nos encontramos
un mar de luces verdes en el aparcamiento, que estaba lleno por completo de
taxis, y tuvimos que hacer cola para coger uno. Es un sistema bastante
ordenado. El viaje a nuestro hotel fue largo, de una media hora, y el tráfico
era bastante denso. La temperatura aquí era más baja que en Beijing, de 21⁰
cuando llegamos (y con una agradable niebla). La carretera estaba rodeada por
una vegetación exuberante, producto del clima subtropical de la zona. Wuhan es
un sitio muy caluroso en verano, más que Beijing, de ahí recibe su sobrenombre
de “Hot pot”.
La historia de esta ciudad es muy interesante. La ciudad
actual se sitúa entre los ríos Yangtsé y Han, por lo que originalmente eran
tres ciudades diferentes: Wuchang, Hanyang y Hankou. Tras la unión de las tres
ciudades también juntaron los nombres, de lo que surgió el actual, Wuhan. No
fue hasta 1957, ya bajo el gobierno de Mao y con asesoramiento soviético, que
se construyó el primer puente sobre el río Yangtsé. El puente tenía (y sigue
teniendo) dos secciones: una inferior para el paso de trenes y una superior
para los automóviles. La construcción del puente supuso un hito económico, pues
antes de su existencia los pasajeros y mercancías debían cruzar el río Yangtsé,
lo cual es laborioso dada su extensión entre una orilla y otra, así como lo
impredecible de la corriente.
Cuando llegamos al hotel el Dr. Bi-Cheng pensaba que nos
habíamos perdido. Llegamos a una zona con grandes edificios en construcción, y
el GPS nos llevó a la parte frontal de un edificio a medio derribar, donde
alguna tubería rota dejaba salir un charco de agua hasta la calle, donde había
varios puestos de venta ambulante de fruta y comida (que aquí son muy comunes).
Nuestro hotel era una torre situada al lado de otra más grande en construcción,
por eso tardamos en verlo. El mismo edificio, de hecho, contiene dos hoteles
diferentes: el Hotel Ji y el Joya Hotel, donde nos alojamos nosotros, de 5
estrellas. Perdía un poco de encanto que los clientes tuvieran que entrar con
barro de la calle en sus pies, debido a las obras. La recepción del hotel
parecía la sección de sofás del Ikea, con la misma música y todo. Era un hotel
tan lujoso que los recepcionistas chinos tenían nombres en inglés en las
solapas. El que nos atendió supuestamente se llamaba Michael, aunque dudo que
sea su nombre de pila. El trato fue excelente, mientras esperábamos a que se
ejecutara la transferencia bancaria nos sirvieron dos vasos de té. Mientras lo
bebíamos, sentados en los sofás de la recepción, hice un chiste diciendo que
ese hotel era bastante mejor que el mío. El chiste me vino de vuelta cuando el
Dr. Bi-Cheng dijo que, pese a ser mejor, el precio por noche era el mismo en
ambos. Mi hotelucho, sin lavandería, toallas ni servicio de limpieza, vale lo
mismo que un hotel de 5 estrellas en otra ciudad por el simple hecho de estar
en Beijing. Da para una reflexión bastante amarga. El Dr. Bi-Cheng me preguntó
si entendía entonces su estrés a la hora de buscar un piso asequible en
Beijing, a lo que respondí que sí.
Una vez con la llave, subimos hasta la planta 19 de nuestro
hotel. La planta es circular, con las habitaciones en su cara exterior. Hay 18
habitaciones por planta. La nuestra es pequeña pero muy acogedora, tiene dos
camas orientadas directamente hacia la ventana. Las vistas son panorámicas
aunque no demasiado buenas, se ven edificios en proceso de demolición y obras
en la carretera. Tras dejar las maletas en la habitación, ya que no habíamos
comido en el tren, fuimos a almorzar a la segunda planta. Fue un acierto no
haber comido antes, pues aquí es gratis. Comimos pastelitos de distintos
sabores y pedazos de fruta (probé por fin la Dragon fruit, que tiene una carne
blanca con semillas parecidas a las del kiwi, me gustó el sabor) junto con una
buena taza de café. Aquí no es costumbre extendida beber café, y menos todavía
echarle azúcar. De hecho, pocas comidas llevan azúcar, a excepción claro está
de algunos postres.
Regresamos a la habitación y nos pusimos a trabajar con los
portátiles, el Dr. Bi-Cheng me estaba hablando de ciertos modelos que simulaban
el comportamiento de grupos de hormigas buscando y recolectando alimento, y del
uso que quiere darles para estudiar la expansión de las plantas clonales a
través del hábitat, cuando una tarjeta se deslizó bajo la puerta. Tardé un par
de minutos en dejarme llevar por la curiosidad e ir a recogerlo. No se necesita
saber leer caracteres chinos para distinguir publicidad de cierto tipo de
servicios, especialmente cuando va acompañada de fotografías. Se la mostré al
Dr. Bi-Cheng y se rio. Posteriormente me preguntó si la prostitución era legal
o ilegal en mi país, a lo que tuve que responder “mayormente legal”. Aquí no lo
es. Conste que no lo entiendo, con lo liberales que son en ciertas cosas,
deciden prohibir algo que es imposible que desaparezca sólo por ser ilegal.
A las 18:00 llegó al hotel el profesor Yong Jiang Wan, de la
Agricultural University de Wuhan. El Prof. Wan nos ayudará a recolectar los
insectos que hemos venido a buscar a Hubei. Tras una agradable charla en la
recepción del hotel, fuimos a buscar un restaurante donde cenar. Aquí comenzó
la parte desagradable del día, pues tuvimos que recorrer una distancia de
apenas 1Km entre el hotel y la zona de los restaurantes. Atravesamos calles
embarradas, un cruce bajo dos puentes de autopista que no tenía semáforos y era
bastante peligroso y finalmente un barrio de casas bastante pobres donde las
canalizaciones de aguas residuales eran deficientes. Llegamos después a una
manzana cuyos edificios tenían aspecto europeo, de cuyas ventanas colgaban
banderas con los colores de Alemania y escudos medievales. El sitio se llamaba
World City y era un barrio temático con distintas calles que mimetizaban estilos
europeos. Entramos en la calle alemana, adornada con estatuas de gente bebiendo
cerveza y cuyos edificios tenían aspecto de la Baja Edad Media. Elegimos para
cenar un restaurante que servía “langosta” típica de Wuhan (del río Yangtsé).
La cena fue excelente aunque muy, muy picante. Los platos,
por orden de llegada a la mesa, fueron: unos caracoles de río que se comían
igual que las minchas (como se llaman en Galicia a unos pequeños moluscos del
género Nucella), con un palillo, de
carne muy picante; tallos de loto, con un apetitoso color blanco, acompañados
por guindillas que convenía esquivar para no quemarse la lengua; el plato
estrella, cangrejo rojo, con una carne sabrosa aunque igual de picante que el
resto de platos; pollo cocido, poco hecho para mi gusto, lo único en la mesa
que no tenía nada de picante; un tipo de wonton relleno de gambas y finalmente
bolas de arroz con carne de cerdo, el arroz estaba pegajoso y el sabor del
cerdo era como el del salchichón. Acompañamos la cena con una jarra enorme de
cerveza, que fuimos repartiendo entre tres vasos. En esta ocasión la bebida
sabía a cerveza europea y tenía más alcohol que la que había probado en
Beijing. Era un arma de doble filo, pues por un lado aliviaba el picor infernal
de mi boca pero por otro lado se me empezaba a nublar la cabeza a medida que
tomaba vasos. Al menos pude retomar una tradición española, la de pinchar la
comida con un palillo de madera. Finalmente me rendí cuando el escozor de la
lengua empezaba a dolerme, aunque continué pinchando tallos de loto mientras
esquivaba las guindillas. El precio total fueron 350 yuanes.
El Prof. Wan apenas habla inglés, por lo que durante toda la
cena la conversación se realizó en chino. Esto, junto con la comida
excesivamente picante y la cerveza, hizo que me mareara ligeramente. Agradecí
que saliéramos a tomar el aire tras la cena, pues hacía un frescor muy
agradable. Nos pusimos a pasear por World City, visitando todos los barrios. En
el italiano habían construido una pequeña catedral, cuidando hasta los pequeños
detalles como las vidrieras o las estatuas. No se trataba de una réplica en
cartón piedra, sino de un edificio entero. Va a resultar que las imitaciones
chinas no son tan malas como se suele decir. En una de las entradas de la
plaza, sobre un arco rodeado por querubines, estaba tallado en piedra el sello
papal sobre las llaves de San Pedro cruzadas.
Legamos después al barrio español, que me dejó fascinado.
Había a la entrada un par de músicos chinos, cantando genuino flamenco en
chino, con el acompañamiento de una guitarra española. En esa misma plaza había
una estatua de un torero en plena faena con un toro. El edificio principal
tenía forma de una plaza de toros, con su tejado de tejas naranjas redondeadas.
También había dos estatuas a caballo: la de Don Quijote y su fiel escudero
Sancho Panza. Finalmente, rodeando un puesto de batidos, dos estatuas de
corredores delante de sendas vaquillas. En todo momento me paré a explicarles
al Dr. Bi-Cheng y al Prof. Wan el significado de aquellas cosas. Dos de las
calles se llamaban “Flamengo square” y “Matado square”, para que su
pronunciación fuera más sencilla para los chinos. Al hablar del toreo, expliqué
que es una tradición en España pero que hoy en día no es muy popular, debido a
que hay que matar al toro. El Dr. Bi-Cheng dijo que, al mencionar España, lo
primero que se viene a la mente es el toreo. Le respondí que era cierto, pero
que me parecía bastante triste.
Mientras estábamos detenidos en el puesto de batidos (donde
mis acompañantes se pidieron uno de composición
indescifrable, con líquido color café con leche y pedazos de alguna extraña
gelatina negra) descubrí, para mi consternación, que mi teléfono había dejado
de sacar fotos desde que salimos del restaurante. Tal imagen de pena debí dar,
que el Prof. Wan me dejó el suyo para que volviera a sacar todas las fotos
mientras realizábamos el recorrido inverso. Definitivamente necesito un nuevo
móvil, no sólo porque el mío se apague solo o deje de guardar fotos, sino
porque el móvil del Prof. Wan saca fotografías mucho mejores. Cuando le
pregunté al Dr. Bi-Cheng qué le parecía el estilo de los edificios, respondió
que estaban bien, pero que con tanta tienda perdían todo el encanto rural. Fue
una buena observación, he de admitir. Yo me encontraba tan absorto con las
fotos que no estaba reparando en la gran cantidad de tiendas de ropa y de
comida rápida que había por las calles. La mayoría eran franquicias chinas,
salvo un McDonalds que había en la plaza principal del barrio alemán. En otro
puesto de batidos probé uno de Dragon fruit, esta vez de otra variedad con la
carne de un color rojo muy intenso. El sabor era menos dulce de lo que me
esperaba, pero estaba rico y era elaborado con fruta natural.
En cuanto pusimos un pie fuera de World City regresamos a
los barrios pobres de la ciudad, que tuvimos que atravesar de vuelta al hotel.
Tras volver a cruzar el peligroso cruce bajo la autopista, el Prof. Wan detuvo
un taxi en una intersección bastante peligrosa de la carretera, pues los coches
indistintamente la usaban para entrar o para salir de la misma. Se detuvo
delante de nosotros un autobús bastante viejo, con aspecto de los años 50,
cubierto de arriba abajo por publicidad de “Wushan plastic”. El eslogan de la
empresa era “beauty of tomorrow”, y tuve que fijarme bien hasta que lo entendí:
era una clínica de cirugía plástica. Con publicidad en un autobús destartalado
que parecía haber vivido la época sino-soviética. Cuando regresamos al hotel,
volvimos a pasar sobre el charco de agua que salía del edificio a medio
demoler. Frente al hotel, por cierto, hay una zanja inmensa con tuberías,
aunque por suerte están tapadas y no sale líquido de ellas.
Esa noche me fui a dormir intranquilo, pensando en las cosas
que había visto durante el día, y en que el comunismo que esperaba no fue el
comunismo que había encontrado.
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