jueves, 9 de junio de 2016

10- Cruzando el Yangtsé



10- Cruzando el Yangtsé
27 de mayo
*Escribo estas líneas cómodamente sentado en un escritorio en la decimonovena planta del Joya Hotel en Wuhan, capital de la provincia de Hubei. La historia detrás del viaje es curiosa: hace unos días, el Dr. Bi-Cheng me comentó que a lo mejor no teníamos suficientes insectos en el invernadero de la BFU para realizar el experimento, así que iríamos a buscar más a otra provincia. Me imaginaba que cogeríamos un autobús, iríamos a las afueras de Beijing y haríamos un muestreo en una charca. La realidad es que hemos viajado más de 1000Km en tren de alta velocidad y nos vamos a quedar varios días en un hotel de 5 estrellas. Ahora viene la historia detallada:
Puse el despertador a las 6:00 de la mañana, aunque como ya es habitual me despertó la luz del sol varias horas antes. El agua de la ducha estaba más caliente de lo normal. Sospecho que el hotel usa un calentador solar y es por ello que la temperatura fluctúa tanto. Nota para el futuro: el que madruga tiene agua caliente. Preparé la maleta con cierta prisa y bajé a la calle a las 7:20. Sin embargo, el Dr. Bi-Cheng estaba atrapado en un atasco y tuve que esperarlo un buen rato. En las horas punta el tráfico colapsa las principales calles de la ciudad. Nos dirigimos en taxi a la estación de tren del oeste de Beijing (la más grande es la Estación Central, situada al sureste de Beijing), a través de la calle de las universidades. Pasamos frente a la universidad de minería y tecnología (en una de sus puertas había un escudo, bastante antiguo, que indicaba que había sido fundada en 1905) y frente a la universidad de geoingeniería (que tenía delante una estatua blanca enorme, creo que era de Mao) entre otras. Nuestro tren salía a las 8:55, pero era posible que no llegáramos a tiempo (SPOILER: lo hicimos).
De camino a la estación pasamos al lado de varios edificios impresionantes. Rodeamos un centro comercial cuya parte superior recordaba un castillo medieval asiático, con tejados inclinados de color verde. También pasamos junto a un parque donde se situaba una torre de telecomunicaciones. Era un pelín alta: con 386,5 metros de altura la Torre central de radio y televisión de Beijing es la estructura más alta de la ciudad. Con lo impresionantes que son las vistas desde el suelo hacia la torre, me encantaría poder ver la ciudad desde el mirador que tiene en su parte media, que ofrece una vista circular de Beijing.
La única palabra que me viene a la mente para describir la estación de tren es “colosal”. Para que os hagáis una idea: la entrada principal tiene forma de arco, de unas 9 plantas de altura. Encima del arco han construido una réplica de un edificio tradicional chino, de base cuadrada y con la misma altura que un edificio de 5 plantas. Mientras nos acercábamos a la estación, el Dr. Bi-Cheng comentó que la estructura no tenía utilidad, que simplemente la habían añadido porque quedaba bien. En ambos laterales del edificio había más estructuras parecidas, aunque más pequeñas, y sobre otros dos edificios situados frente a la estación había sendas estructuras similares. Ir sobrado nivel: construir edificios encima de los edificios para adornar. Había también, a ambos lados del edificio, dos torres enormes con cuatro esferas de reloj cada una. La Estación de tren Oeste de Beijing tiene capacidad para gestionar 300.000 viajeros al día, aunque la media son 100.000 y llegan a 200.000 en días pico. Normal que me pareciera grande.
Accedimos a la estación a través de unos pasos elevados, que estaban divididos para la gente que entraba y la que salía. Intentamos recoger los billetes de tren en unas máquinas automáticas, pero se requería enseñar una ID, y puesto que yo debía mostrar mi pasaporte tuvimos que entrar en el edificio. En el interior, a lo largo de los pasillos, había por el suelo unos senderos marcados con piezas metálicas, para que los invidentes pudieran llegar hasta los mostradores. Las paredes de la sala de billetes (una de ellas) estaban cubiertas de pantallas que mostraban los horarios de salida de los trenes, tapando casi por completo la superficie de mármol. Frente a cada uno de los mostradores había unas barandillas que delimitaban el acceso y la salida, para evitar atascos. Una vez con los billetes en nuestro poder, salimos corriendo a buscar el tren, por miedo a perderlo. Tuvimos que pasar dos controles de seguridad en los que escanearon nuestro equipaje, uno al entrar a por los billetes y el otro al acceder a los andenes. Los andenes estaban divididos en doce salas de espera diferentes, cada una para varias decenas de vías, y en cada sala de espera había una pantalla gigante con los horarios de salida de los trenes correspondientes. Había tiendas en la terminal principal y en cada una de las salas de espera, donde nos paramos el tiempo justo para comprar unas galletas y botellines de agua. Entramos en el tren cinco minutos antes de la salida.
El aspecto no era muy diferente del de cualquier tren español de media distancia. Había dos filas de asientos dentro de cada vagón: una con tres asientos y la otra con dos. Escogí el asiento de la ventanilla para poder sacar algunas fotos. El vagón estaba atestado de pasajeros, no se veía un sitio libre. Varios revisores pasaron comprobando los billetes (que debían mostrarse junto con algún documento de identificación, en mi caso el pasaporte) y colocando adecuadamente las maletas en los compartimentos superiores, para que no sobresalieran. Tras esta comprobación, uno de los revisores colocó una cámara en lo alto de la puerta del vagón. El tren comenzó a acelerar cuando salíamos de la ciudad, la mayor parte del recorrido viajamos a 305Km/h. Durante el recorrido el tren realizó dos paradas: la primera en Shijiazhuang (9 millones de habitantes), capital de la provincia de Hebei, y la segunda en Zhangzhou (5 millones de habitantes), en la provincia de Fujian (cuya capital es Fuzhou). A lo largo del trayecto nos cruzamos con bastantes trenes en la dirección opuesta que pasaban justo al lado de mi ventanilla. Dada la velocidad de ambos vehículos, cada tránsito duraba uno o dos segundos. La frecuencia durante todo el trayecto fue de, aproximadamente, un tren cada 10 minutos.
Tanto en las afueras de Beijing, como en la gran extensión entre las ciudades en las que nos detuvimos, como en estas ciudades, así como en Wuhan, había por doquier edificios en construcción. A gran escala, quiero decir. No como una urbanización de viviendas unifamiliares, sino enormes torres de apartamentos, una tras otra, tanto en las afueras de las ciudades como en llanuras sin otro edificio en kilómetros a la redonda. Una peculiaridad de estas construcciones es que se agrupan en una o dos docenas de edificios idénticos entre sí. Tienen forma alargada y estrecha, imagino que para garantizar que todas las viviendas tengan acceso a aire fresco y luz solar. En todos los tejados, y esto es común tanto en los edificios de las grandes ciudades como en las pequeñas casas de las zonas rurales, hay calentadores solares de agua. En Wuhan, a ambos lados del Joya Hotel, están derribando antiguos edificios de poca altura y levantando torres de apartamentos. Pegado al hotel se encuentra el esqueleto de una torre de planta circular, de 40 plantas, que parece la futura sede de alguna compañía. Al lado de esa torre se están construyendo otras dos de menor tamaño. También están construyendo varios puentes de autopista en las zonas próximas. En un punto determinado hay dos puentes en paralelo y un tercero que los cruza por encima. La actividad de los obreros es frenética. Simplemente viendo la cantidad de obras que hay en marcha, no me extraña que la economía china esté creciendo a un ritmo acelerado. Sólo les falta resolver sus problemas de transporte en las ciudades y potabilizar el agua para que el país se pueda considerar del Primer Mundo.
Dejando de lado esta disertación, regreso a relatar el viaje. Salimos de Beijing a las 8:55 y llegamos a Wuhan (10 millones de habitantes, capital de la provincia de Hubei) pasadas las 13 horas. Durante el recorrido, a través de pequeñas pantallas situadas en el techo del vagón, se mostraban anuncios de películas chinas. No me quedé con el nombre de ninguna, pero tenían buena pinta. Hasta que llegamos a Zhangzhou, todo el espacio entre las ciudades era campo cultivado. Se veían estrechas franjas de árboles, bastante dispersas, pero parecían plantaciones más que restos de bosque. También se veían largas hileras de torres de alta tensión, y de vez en cuando se distinguían en el horizonte las chimeneas de alguna central térmica. Hacia mitad del recorrido el tren quedó rodeado de una densa niebla, aunque no llovió en ningún momento. Al entrar en Shijiazhuang pasamos por un largo túnel hasta la estación, por lo que no pude ver gran cosa de la ciudad, pero en Zhangzhou las vías se situaban en la superficie. Pasamos entre edificios altos y acristalados, entre los cuales había calles congestionadas por el tráfico.
Tras detenernos en Zhangzhou eché una cabezada en mi asiento, cuando desperté me vi rodeado de colinas cubiertas de vegetación, que obligaban al tren a pasar por numerosos túneles. Entre las colinas había pequeñas aldeas y terrazas inundadas con arroz. Cubierto por la niebla, era un paisaje precioso. Incluso, entre cabezada y cabezada, vi pastando entre los arrozales lo que, juraría, debía ser un búfalo de agua. Poco antes de llegar a Wuhan apareció a ambos lados del tren (las vías discurrían sobre un puente) una masa de agua de color amarillo. El Dr. Bi-Cheng me informó de que se trataba del río Yangtsé, el tercero más largo del mundo y el más largo de Asia (6.300Km). En uno de los márgenes del río había amarradas a la orilla enormes barcazas, sobre las que había casas de madera de varias plantas de altura.
El interior de la estación de tren de Wuhan es amplio y, a diferencia de la mayoría de estaciones que he visto hasta ahora, los andenes están situados por encima del nivel del suelo y sobre la estación. Una vez fuera del tren, bajamos a la terminal a través de unas escaleras mecánicas. La estación estaba atravesada por unos pilares inmensos, con bases redondas de unos 10m de diámetro, que sostenían vigas igualmente amplias. Sobre esas vigas discurrían las vías de tren. Desconozco por qué no construyeron la estación sobre los andenes, en lugar de hacerlo al revés. Al salir de la calle nos encontramos un mar de luces verdes en el aparcamiento, que estaba lleno por completo de taxis, y tuvimos que hacer cola para coger uno. Es un sistema bastante ordenado. El viaje a nuestro hotel fue largo, de una media hora, y el tráfico era bastante denso. La temperatura aquí era más baja que en Beijing, de 21⁰ cuando llegamos (y con una agradable niebla). La carretera estaba rodeada por una vegetación exuberante, producto del clima subtropical de la zona. Wuhan es un sitio muy caluroso en verano, más que Beijing, de ahí recibe su sobrenombre de “Hot pot”.
La historia de esta ciudad es muy interesante. La ciudad actual se sitúa entre los ríos Yangtsé y Han, por lo que originalmente eran tres ciudades diferentes: Wuchang, Hanyang y Hankou. Tras la unión de las tres ciudades también juntaron los nombres, de lo que surgió el actual, Wuhan. No fue hasta 1957, ya bajo el gobierno de Mao y con asesoramiento soviético, que se construyó el primer puente sobre el río Yangtsé. El puente tenía (y sigue teniendo) dos secciones: una inferior para el paso de trenes y una superior para los automóviles. La construcción del puente supuso un hito económico, pues antes de su existencia los pasajeros y mercancías debían cruzar el río Yangtsé, lo cual es laborioso dada su extensión entre una orilla y otra, así como lo impredecible de la corriente.
Cuando llegamos al hotel el Dr. Bi-Cheng pensaba que nos habíamos perdido. Llegamos a una zona con grandes edificios en construcción, y el GPS nos llevó a la parte frontal de un edificio a medio derribar, donde alguna tubería rota dejaba salir un charco de agua hasta la calle, donde había varios puestos de venta ambulante de fruta y comida (que aquí son muy comunes). Nuestro hotel era una torre situada al lado de otra más grande en construcción, por eso tardamos en verlo. El mismo edificio, de hecho, contiene dos hoteles diferentes: el Hotel Ji y el Joya Hotel, donde nos alojamos nosotros, de 5 estrellas. Perdía un poco de encanto que los clientes tuvieran que entrar con barro de la calle en sus pies, debido a las obras. La recepción del hotel parecía la sección de sofás del Ikea, con la misma música y todo. Era un hotel tan lujoso que los recepcionistas chinos tenían nombres en inglés en las solapas. El que nos atendió supuestamente se llamaba Michael, aunque dudo que sea su nombre de pila. El trato fue excelente, mientras esperábamos a que se ejecutara la transferencia bancaria nos sirvieron dos vasos de té. Mientras lo bebíamos, sentados en los sofás de la recepción, hice un chiste diciendo que ese hotel era bastante mejor que el mío. El chiste me vino de vuelta cuando el Dr. Bi-Cheng dijo que, pese a ser mejor, el precio por noche era el mismo en ambos. Mi hotelucho, sin lavandería, toallas ni servicio de limpieza, vale lo mismo que un hotel de 5 estrellas en otra ciudad por el simple hecho de estar en Beijing. Da para una reflexión bastante amarga. El Dr. Bi-Cheng me preguntó si entendía entonces su estrés a la hora de buscar un piso asequible en Beijing, a lo que respondí que sí.
Una vez con la llave, subimos hasta la planta 19 de nuestro hotel. La planta es circular, con las habitaciones en su cara exterior. Hay 18 habitaciones por planta. La nuestra es pequeña pero muy acogedora, tiene dos camas orientadas directamente hacia la ventana. Las vistas son panorámicas aunque no demasiado buenas, se ven edificios en proceso de demolición y obras en la carretera. Tras dejar las maletas en la habitación, ya que no habíamos comido en el tren, fuimos a almorzar a la segunda planta. Fue un acierto no haber comido antes, pues aquí es gratis. Comimos pastelitos de distintos sabores y pedazos de fruta (probé por fin la Dragon fruit, que tiene una carne blanca con semillas parecidas a las del kiwi, me gustó el sabor) junto con una buena taza de café. Aquí no es costumbre extendida beber café, y menos todavía echarle azúcar. De hecho, pocas comidas llevan azúcar, a excepción claro está de algunos postres.
Regresamos a la habitación y nos pusimos a trabajar con los portátiles, el Dr. Bi-Cheng me estaba hablando de ciertos modelos que simulaban el comportamiento de grupos de hormigas buscando y recolectando alimento, y del uso que quiere darles para estudiar la expansión de las plantas clonales a través del hábitat, cuando una tarjeta se deslizó bajo la puerta. Tardé un par de minutos en dejarme llevar por la curiosidad e ir a recogerlo. No se necesita saber leer caracteres chinos para distinguir publicidad de cierto tipo de servicios, especialmente cuando va acompañada de fotografías. Se la mostré al Dr. Bi-Cheng y se rio. Posteriormente me preguntó si la prostitución era legal o ilegal en mi país, a lo que tuve que responder “mayormente legal”. Aquí no lo es. Conste que no lo entiendo, con lo liberales que son en ciertas cosas, deciden prohibir algo que es imposible que desaparezca sólo por ser ilegal.
A las 18:00 llegó al hotel el profesor Yong Jiang Wan, de la Agricultural University de Wuhan. El Prof. Wan nos ayudará a recolectar los insectos que hemos venido a buscar a Hubei. Tras una agradable charla en la recepción del hotel, fuimos a buscar un restaurante donde cenar. Aquí comenzó la parte desagradable del día, pues tuvimos que recorrer una distancia de apenas 1Km entre el hotel y la zona de los restaurantes. Atravesamos calles embarradas, un cruce bajo dos puentes de autopista que no tenía semáforos y era bastante peligroso y finalmente un barrio de casas bastante pobres donde las canalizaciones de aguas residuales eran deficientes. Llegamos después a una manzana cuyos edificios tenían aspecto europeo, de cuyas ventanas colgaban banderas con los colores de Alemania y escudos medievales. El sitio se llamaba World City y era un barrio temático con distintas calles que mimetizaban estilos europeos. Entramos en la calle alemana, adornada con estatuas de gente bebiendo cerveza y cuyos edificios tenían aspecto de la Baja Edad Media. Elegimos para cenar un restaurante que servía “langosta” típica de Wuhan (del río Yangtsé).
La cena fue excelente aunque muy, muy picante. Los platos, por orden de llegada a la mesa, fueron: unos caracoles de río que se comían igual que las minchas (como se llaman en Galicia a unos pequeños moluscos del género Nucella), con un palillo, de carne muy picante; tallos de loto, con un apetitoso color blanco, acompañados por guindillas que convenía esquivar para no quemarse la lengua; el plato estrella, cangrejo rojo, con una carne sabrosa aunque igual de picante que el resto de platos; pollo cocido, poco hecho para mi gusto, lo único en la mesa que no tenía nada de picante; un tipo de wonton relleno de gambas y finalmente bolas de arroz con carne de cerdo, el arroz estaba pegajoso y el sabor del cerdo era como el del salchichón. Acompañamos la cena con una jarra enorme de cerveza, que fuimos repartiendo entre tres vasos. En esta ocasión la bebida sabía a cerveza europea y tenía más alcohol que la que había probado en Beijing. Era un arma de doble filo, pues por un lado aliviaba el picor infernal de mi boca pero por otro lado se me empezaba a nublar la cabeza a medida que tomaba vasos. Al menos pude retomar una tradición española, la de pinchar la comida con un palillo de madera. Finalmente me rendí cuando el escozor de la lengua empezaba a dolerme, aunque continué pinchando tallos de loto mientras esquivaba las guindillas. El precio total fueron 350 yuanes.
El Prof. Wan apenas habla inglés, por lo que durante toda la cena la conversación se realizó en chino. Esto, junto con la comida excesivamente picante y la cerveza, hizo que me mareara ligeramente. Agradecí que saliéramos a tomar el aire tras la cena, pues hacía un frescor muy agradable. Nos pusimos a pasear por World City, visitando todos los barrios. En el italiano habían construido una pequeña catedral, cuidando hasta los pequeños detalles como las vidrieras o las estatuas. No se trataba de una réplica en cartón piedra, sino de un edificio entero. Va a resultar que las imitaciones chinas no son tan malas como se suele decir. En una de las entradas de la plaza, sobre un arco rodeado por querubines, estaba tallado en piedra el sello papal sobre las llaves de San Pedro cruzadas.
Legamos después al barrio español, que me dejó fascinado. Había a la entrada un par de músicos chinos, cantando genuino flamenco en chino, con el acompañamiento de una guitarra española. En esa misma plaza había una estatua de un torero en plena faena con un toro. El edificio principal tenía forma de una plaza de toros, con su tejado de tejas naranjas redondeadas. También había dos estatuas a caballo: la de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza. Finalmente, rodeando un puesto de batidos, dos estatuas de corredores delante de sendas vaquillas. En todo momento me paré a explicarles al Dr. Bi-Cheng y al Prof. Wan el significado de aquellas cosas. Dos de las calles se llamaban “Flamengo square” y “Matado square”, para que su pronunciación fuera más sencilla para los chinos. Al hablar del toreo, expliqué que es una tradición en España pero que hoy en día no es muy popular, debido a que hay que matar al toro. El Dr. Bi-Cheng dijo que, al mencionar España, lo primero que se viene a la mente es el toreo. Le respondí que era cierto, pero que me parecía bastante triste.
Mientras estábamos detenidos en el puesto de batidos (donde mis acompañantes se pidieron uno de composición indescifrable, con líquido color café con leche y pedazos de alguna extraña gelatina negra) descubrí, para mi consternación, que mi teléfono había dejado de sacar fotos desde que salimos del restaurante. Tal imagen de pena debí dar, que el Prof. Wan me dejó el suyo para que volviera a sacar todas las fotos mientras realizábamos el recorrido inverso. Definitivamente necesito un nuevo móvil, no sólo porque el mío se apague solo o deje de guardar fotos, sino porque el móvil del Prof. Wan saca fotografías mucho mejores. Cuando le pregunté al Dr. Bi-Cheng qué le parecía el estilo de los edificios, respondió que estaban bien, pero que con tanta tienda perdían todo el encanto rural. Fue una buena observación, he de admitir. Yo me encontraba tan absorto con las fotos que no estaba reparando en la gran cantidad de tiendas de ropa y de comida rápida que había por las calles. La mayoría eran franquicias chinas, salvo un McDonalds que había en la plaza principal del barrio alemán. En otro puesto de batidos probé uno de Dragon fruit, esta vez de otra variedad con la carne de un color rojo muy intenso. El sabor era menos dulce de lo que me esperaba, pero estaba rico y era elaborado con fruta natural.
En cuanto pusimos un pie fuera de World City regresamos a los barrios pobres de la ciudad, que tuvimos que atravesar de vuelta al hotel. Tras volver a cruzar el peligroso cruce bajo la autopista, el Prof. Wan detuvo un taxi en una intersección bastante peligrosa de la carretera, pues los coches indistintamente la usaban para entrar o para salir de la misma. Se detuvo delante de nosotros un autobús bastante viejo, con aspecto de los años 50, cubierto de arriba abajo por publicidad de “Wushan plastic”. El eslogan de la empresa era “beauty of tomorrow”, y tuve que fijarme bien hasta que lo entendí: era una clínica de cirugía plástica. Con publicidad en un autobús destartalado que parecía haber vivido la época sino-soviética. Cuando regresamos al hotel, volvimos a pasar sobre el charco de agua que salía del edificio a medio demoler. Frente al hotel, por cierto, hay una zanja inmensa con tuberías, aunque por suerte están tapadas y no sale líquido de ellas.
Esa noche me fui a dormir intranquilo, pensando en las cosas que había visto durante el día, y en que el comunismo que esperaba no fue el comunismo que había encontrado.

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