9- Aprendiendo a moverse
26 de mayo
Me desperté con ánimos de aprovechar bien la mañana. Antes
de ir a desayunar llevé mi ropa sucia a una de las lavanderías de la
universidad. Entregas un cesto con la ropa (o una bolsa, en mi caso), pagas 5,5
yuanes y en una hora puedes pasar a recogerla. Firmas un comprobante, te dan
una copia y para poder recoger tu ropa ambos tienen que coincidir. Sencillo y
barato, como todo aquí. El horario de la colada es por la mañana, pero la ropa
la puedes recoger durante todo el día, salvo durante las comidas.
A continuación desayuné un bollo dulce de pan con brotes de
soja picantes, y me dispuse a echar la mañana en el Bank of China abriendo una
cuenta. El Bank of China y el People’s bank of China son diferentes, el primero
es más antiguo mientras que el segundo se fundó tras la revolución de Mao y es
el organismo financiero del país. Equivale en función y fondos a la Reserva
Federal de EEUU. Bien, pues mi idea era abrir una modesta cuenta en el otro, el
cutre, para futuras compras en Taobao. Llegué antes incluso de que abrieran la
sucursal, a las 9 de la mañana. La gente comenzó a acumularse a las puertas y
en cuanto abrieron hubo una avalancha humana hacia el mostrador. El
funcionamiento es el siguiente: acudes al mostrador de la entrada, explicas qué
quieres, te dan papeles para que los cubras de pie en una zona habilitada para
ello y a continuación te sientas a esperar tu turno, momento en el que vas a
una ventanilla y entregas los papeles.
Yo dejé pasar a la gente de la cola, sabiendo que iba a
formar un pequeño atasco, y al llegar al mostrador comprobé que nadie hablaba
inglés. Pero una señorita muy amable me hizo de intérprete y me ayudó a firmar
los papeles, que para mosqueo mío no estaban disponibles en inglés. Más tarde me
percaté de que no era empleada del banco, sino una clienta. Las condiciones del
contrato no eran malas, tenía que pagar 110 yuanes por una tarjeta de débito y
105 yuanes quedaban dentro de la tarjeta. Me senté a esperar mi turno, durante
casi una hora, mientras veía una película subtitulada en una televisión de
plasma. Era entretenida, pese a estar sin sonido y subtitulada en chino. Me
sorprendió encontrar una brecha en la legendaria eficiencia china, pues la sala
de espera estaba atestada y sólo habían abierto la mitad de las ventanillas,
además de ser muy lentos atendiendo. Tras casi una hora esperando mi turno, al
enseñar el pasaporte me explicaron que no podía abrir una cuenta con la visa de
estudiante para 6 meses. Al menos la empleada que me atendió hablaba inglés.
Había frente a su ventanilla una placa de metal con su nombre y foto, cinco
estrellas luminosas y unos botones para indicar si el trato había sido bueno,
regular o malo. En la aduana del aeropuerto también las había, pero allí nadie
se para a votar. Como se te ocurra ser sincero, igual te eligen para un cacheo
aleatorio.
Me indicaron otros dos bancos donde podía intentarlo, pero
se hacía tarde y no encontré el sitio, así que me fui de compras al
supermercado. Compré botellas de agua, pasta de dientes y media docena de
plátanos por 26 yuanes. De camino de vuelta al hotel encontré uno de los dos
bancos que había estado buscando, el Agricultural Bank of China. Me atendió una
oficinista bastante maja, que hablaba poco inglés pero al menos lo intentaba.
Llegamos otra vez al punto del visado, que resultó ser insalvable. No tengo
tarjeta de profesor, ni permiso de trabajo, ni visa de larga duración, ni nada
de lo que me pedían. Ni cuenta de banco, vaya. La amable dependienta me indicó
que en esa misma calle podía buscar un Industrial Bank of China y probar
suerte, pero no me quedaban ganas de seguir caminando, de modo que volví al
hotel y comí algo de fruta en la habitación.
Una vez en el despacho, a eso de las 12:00, descubrí que me
encontraba solo, de modo que me puse a trabajar. A las 14:00 más o menos llegó
el Dr. Bi-CHeng, que había salido a correr con el Prof. Alpert. Regresó con una
sandía enorme, que abrió encima de su mesa y repartió a gente entre los
distintos despachos del pasillo, con jovialidad. Me dio un pedazo enorme, que
tuve que partir y comer encima de la papelera para no dejarlo todo perdido.
Luego comimos unos gajos de Durian. El olor no me termina de convencer, pero el
sabor es aceptable, exótico.
Las larvas de escarabajo estaban diezmando las plantas del
terrario a un ritmo acelerado. Preocupado por el bienestar de los insectos, el
Dr. Bi-Cheng decidió trasladarlos al invernadero. Temí que se le ocurriera
soltarlos entre las plantas asilvestradas, desde donde podrían llegar a las que
usaré en mi experimento y devorarlas también, pero optó por colocarlas en una
jardinera enorme cubierta de malla plástica. Llenamos la jardinera con bastante
tierra y una docena de plantas, que trasplantamos con las raíces enteras. Luego
les echamos por encima las voraces larvas, estoy seguro de que harán buenas
migas.
Al salir del edificio principal de la BFU sucedió algo muy
curioso. Estábamos bajando en el ascensor cuando entró una mujer, de unos 40
años, con aire de autoridad y vestida completamente de negro. Saludó al Dr.
Bi-Cheng y mantuvieron una conversación animada en chino, aunque por sus
miradas entendí que hablaban de mí. Una vez fuera del edificio, el Dr. Comentó
que aquella mujer “tiene un cargo importante en la universidad”. Me pareció entender
lo que intentaba decir con eso, pero para asegurarme le pregunté si era alguna
profesora. Respondió que no, que era miembro del partido. Emití un “oh”
bastante vago, tras lo que aclaró que era del partido comunista. No sé si lo he
comentado ya, pero en nuestro pasillo de la facultad hay una puerta, que por su
posición está en un puesto más importante que los despachos de los profesores,
en cuyo rótulo se lee “Party’s Secretary Office”, encima de “Labour Union”. Son
esas pequeñas diferencias culturales las que me gustan de China.
De camino de vuelta, el Dr. Bi-Cheng se detuvo en una
pequeña tienda de barrio y compramos unos refrescos. Supuestamente saben a
cerveza, pero me parecen refrescos de pan. El sabor es muy peculiar, a
levaduras, pero no contienen alcohol. Cenamos junto con el Prof. Alpert en
cuanto regresamos, aunque yo estaba saciado por la sandía y comí simplemente un
bollo de pan. El Dr. Bi-Cheng cenó un bol de deliciosos noodles con pollo y
salsa de cacahuete. Trajo además a la mesa un bol con un huevo milenario, esta
vez acompañado de salsa de soja. Sabía algo mejor que el huevo crudo, pero
evité comer la yema. Con una vez creo que tengo suficiente para los próximos
seis meses.
Tras llegar al hotel, herví agua en la tetera eléctrica de
Aimi para rellenar varios boellines de agua. Cuando llegué a Beijing usaba el
agua del grifo para cepillarme los dientes (nunca para enjuagarme la boca, eso
sí), pero el Prof. Alpert me advirtió que ni siquiera se podía usar para eso.
Por ello, es mejor usar agua embotellada o bien agua hervida. Este segundo
método me convence más, pues con una única tetera tengo suficiente para toda la
semana. Hervir el agua es habitual aquí: las bebidas del comedor se sirven muy
calientes y en una ocasión en la que fui a buscar agua para la cafetera del
despacho a una fuente del pasillo casi me quemo la mano. La fuente no era para
beber directamente, era para preparar té con el agua caliente.
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