12- A la caza del escarabajo
29 de mayo
El día de hoy fue largo y atareado. Conseguí dormir toda la
noche del tirón, había puesto el despertador a las 6:20 de la mañana. Me duché
y a las 7:00 estábamos en el comedor del hotel para desayunar. Teníamos que coger
un tren a las 8:30 en la estación, de modo que no daba tiempo a regresar a la
habitación después de desayunar, cogeríamos directamente el taxi. Aquel fue
nuestro gran error. Sabiendo que mi estómago estaba delicado, desayuné un café
con leche y un bol grande de leche con cereales, acompañado eso por tomates
cherry y algunas aceitunas. En la puerta del hotel nos esperaba nuestro taxi,
me chocó ver que lo conducía una mujer. En España no son frecuentes las
taxistas y me imaginaba que aquí tampoco. Conducía mejor que el resto de
taxistas que he visto hasta ahora.
Llegamos a la estación de tren, donde debíamos encontrarnos
con el Prof. Wan, pasadas las 8:00, una buena hora. El Dr. Bi-Cheng comentó que
debía ir al baño porque su estómago no estaba demasiado bien (por lo visto no
soy el único al que afecta el picante). Lo acompañé a uno de los baños de la
estación, donde había una cola de gente para ir a los retretes. Se ve que las
ganas le apremiaban, pues quiso probar suerte en otro baño, por si había menos
cola. Fue entonces cuando noté una burbuja de gas que tomaba forma en mi
intestino. Solo que resultó no ser gas, sino plasma caliente ionizado. Acompañé
al Dr. Bi-Cheng al siguiente baño tanto en cuerpo como en alma, rezando porque
no hubiera cola. La había, para nuestro tormento, pero la gente se daba prisa
por terminar. Había quien entraba al baño sólo a fumar, pues en toda la
estación está prohibido pero en los baños no hay cámaras. Un hombre que estaba
limpiando el baño señalaba la papelera y el cartel de prohibido fumar, había
quien le hacía caso y quien se escondía al lado de la papelera y seguía
fumando.
Llegó mi turno en la cola. ¿Os habéis escandalizado alguna
vez porque en un bar la taza del váter está sucia? Hubiera dado mi reino por
una taza de váter en aquel sitio, pero lo que tenía ante mí era un simple
agujero en el suelo, inmundo, y por supuesto sin ningún rollo de papel a la
vista. Menuda forma de empezar el día. No fue tan malo, al fin y al cabo. En
esas situaciones, te encoges de hombros y haces lo que has ido a hacer, porque
no te queda más remedio. Me agaché, cargué el peso de mi cuerpo contra la
puerta cerrando el puño (no había pestillo) y liberé mis demonios. Al terminar
eché mano de unos cleenex que tenía en el macuto y accioné la cisterna dándole
con el pie a un botón medio arrancado que había en el suelo. Un chorro de agua
limpió el estropicio y por poco evité que me salpicara. Durante el resto del
día la caja de Pandora permaneció cerrada, aunque los demonios se removían
inquietos en su interior.
Cogimos los tres juntos un tren que nos llevó hasta Yichang
(población 4 millones), la segunda ciudad más grande de la provincia de Hubei,
después de Wuhan. La distancia es de unos 300Km y tardamos 2 horas y media en
recorrerlos, realizando varias paradas. Curiosamente, el tren se detuvo en otra
estación en Wuhan, la de Hankou, antes de salir de la ciudad. El resto de
paradas que realizamos fueron en zonas rurales, aunque las estaciones estaban
bien cuidadas y tenían 4 raíles, dos para trenes que se detenían y dos para
aquellos que no. La velocidad no llegó a superar los 200Km/h. El paisaje del
recorrido estaba dominado por los campos de cultivo, especialmente las terrazas
con arroz. Atravesamos numerosos ríos y alguna zona de colinas, con muchos
túneles consecutivos. Me fijé en ciertas estructuras, parecidas a templos en
miniatura colocados sobre columnas pequeñas, que aparecían aquí y allá entre
los campos de cultivo. Le pregunté al Dr. Bi-Cheng por ellas y me explicó que
eran tumbas, ya que en las zonas rurales es común enterrar a los difuntos en
las tierras de la familia. Había también algunas lápidas de cemento con placas
verticales de mármol negro y en algunos sitios se juntaban varias decenas de
aquellas tumbas en zonas con árboles.
Llegamos a la estación de tren de Yichang pasadas las 11:00,
nos dirigimos a la estación de autobús (que está cruzando una carretera) para
consultar los horarios. El sitio al que nos dirigíamos estaba bastante lejos,
pero no había ningún autobús que pudiera llevarnos, ya que no realizaban
paradas entre ciudades. El Dr. Bi-Cheng me comentó entonces que nos
encontrábamos cerca de la Presa de las Tres Gargantas. Dijo que si teníamos
tiempo libre podíamos acercarnos a verla. No fue el caso, me temo. Fuimos a
comer a un KFC en la estación de tren. Era la primera vez que yo entraba en
uno, la comida estaba bastante buena y no era cara. 17 yuanes por una
hamburguesa de pollo rebozado y gambas rebozadas, con mostaza dulce.
Infinitamente mejor que la cena del día anterior. Para beber habíamos llevado
unas latas de refresco del minibar del hotel. No tengo claro si aquí es normal
meter en los restaurantes comida y bebida de fuera o es cosa de los profesores
de universidad, que pasan de normas.
Cogimos un taxi fuera de la estación de tren, que también
estaba conducido por una mujer, aunque esta no lo hacía demasiado bien. Casi
nos lleva contra un autobús que venía de frente cuando salíamos de la estación.
Salimos de la ciudad y atravesamos zonas rurales. El lugar al que nos dirigíamos
había sido usado el año pasado para una prueba de control biológico con
Agasicles. Lo habían liberado en dos localizaciones con Alligator, en el
trabajo se incluían fotografías tomadas con tres meses de diferencia y se veía
claramente que el número de plantas había disminuido. Habían liberado miles de
insectos, lo único que necesitábamos era que no hubieran terminado
completamente con las plantas o bien que no hubieran muerto en el invierno. El
problema con este control biológico concreto es que la planta tiene mayor
tolerancia al frío que el escarabajo (ambos son nativos de Sudamérica), por lo
que la planta puede sobrevivir a los inviernos fríos pero el escarabajo no. Al
usar el escarabajo en EEUU para combatir a Alligator, el éxito fue superior al
95% en aquellas zonas del sur del país con inviernos calurosos, pero hacia el
centro del país los resultados fueron peores.
El viaje en taxi nos costó 150 yuanes, fue un pelín caro.
Nos detuvimos en una tienda de pueblo a pedir indicaciones y aprovisionarnos.
El Dr. Bi-Cheng mostraba en su Tablet dos fotografías de los sitios donde
habían liberado al escarabajo, con la esperanza de que alguien reconociera los
sitios. En la tienda compré un sombrero de paja (que era realmente de plástico)
y también nos hicimos con una enorme garrafa blanca de 30l. Al no saber el
precio, pagué con un billete de 50 yuanes y me devolvieron 43. Me fijé en las
cajetillas de tabaco que había en el mostrador. En el supermercado donde hago
la compra en Beijing hay un estanco que las vende a más de 100 yuanes cada una,
aquí las había desde 16. O no me enteré bien de los precios en uno de los dos
sitios o bien los precios son exorbitados en la capital. El Prof. Wan también
compró un sombrero de paja. Debíamos dar una imagen bastante cómica.
Nos dirigimos al primero de los lugares donde habían
liberado el escarabajo, un terreno al lado de un maizal. Tuvimos que
descolgarnos de un muro para poder entrar. Allí las hojas de Alligator estaban
dañadas, pero no había ni rastro de ningún depredador. Tras media hora, lo
único que encontré fue una larva de color verde, perteneciente a la especie
nativa de escarabajo. No encontramos ni un individuo de Agasicles. Sugerí que
tal vez la especie fuera de hábitos nocturnos y durante el día se escondía de
sus depredadores entre las raíces de la planta, pero el Dr. Bi-Cheng apuntó a
que tampoco habíamos encontrado huevos de la especie bajo las hojas, por lo
tanto estaba ausente.
Echamos a andar entre campos de cultivo, siguiendo las
indicaciones de unos granjeros acerca de dónde creían haber visto la planta. Al
pasar al lado de otro maizal, el Prof. Wan reconoció una casa en una colina
(idéntica a las demás en un kilómetro a la redonda, cuadrada y con paredes de
cemento sin pintar) por haberla visto en las fotos. Efectivamente, habíamos
encontrado el segundo punto donde habían liberado el insecto. En esta ocasión
tampoco encontramos nada. Mientras esperaba en el borde del camino vigilando
las mochilas, vi que de un árbol cercano colgaba un saco, cuya parte inferior
estaba cubierta por una capa de moscas negras. Decidí poner distancia entre
aquella cosa y yo y me metí en el maizal, para revisar las plantas, intentando
no pensar en el posible contenido del saco.
Vale que soy amante de la naturaleza y me gustan todo tipo
de bichejos, desde sapos hasta arañas, pero aquel día me vi sobrepasado. La
fauna allí tenía aspecto de ser bastante más peligrosa que la europea. Al pasar
cerca de un arbusto que casi rocé con mi brazo vi que algo se movía, en el
interior del arbusto había una gran telaraña blanca y su enorme dueña había
salido a recibirme, con las patas delanteras levantadas. En otro momento vi
pasar por el suelo una pequeña avispa negra, que transportaba una araña que
parecía muerta. La avispa había paralizado a la pobre araña y estaba buscando
una galería donde meterla, para a continuación poner sus huevos dentro de ella
y sellar el nido. Las larvas, al eclosionar, devoran a la araña por dentro
dejando para el final sus órganos vitales, para que la carne permanezca fresca
el mayor tiempo posible. Una vez realizan la metamorfosis, salen de la galería.
También vi una diminuta araña de patas verdes y abdomen blanco. Tenía en el
abdomen dos líneas negras que formaban una preciosa cruz invertida. Intenté
sacarle una foto, pero en ninguna salían bien enfocadas las líneas.
Al terminar nuestra infructuosa búsqueda, el Dr. Bi-Cheng
realizó varias llamadas. Contactó con el centro de investigación que había
liberado los insectos el año anterior y consiguió que aceptaran enviarnos
larvas y adultos por correo a la BFU. Con lo sencillo que hubiera sido hacer
eso en un principio, habíamos recorrido 1.350Km en dos trenes para no encontrar
nada. Bueno, relativamente (pero eso viene en el próximo capítulo). Desde
luego, a mi todo lo que sea hacer turismo y dormir en un hotel mejor que el mío
me parece bien. Una y otra vez el Dr. Bi-Cheng me decía que no estuviera triste
por no haber encontrado nada. Yo me reía y le respondía que no estaba triste en
absoluto. Me dijo que yo siempre parecía triste, lo cual me dejó algo
desconcertado. Será alguna expresión facial que tengo, no sé.
Nos detuvimos delante de una casa mientras mis compañeros
hablaban en chino cosas que me resultaban indescifrables. Un hombre que pasaba
por allí se me quedó mirando, preguntó algo y se unió a la conversación. Yo no
estaba seguro de si querían probar suerte en otro sitio o estábamos esperando a
algún taxi. A continuación sucedió algo que no esperaba, una escena que parecía
sacada de una peli ambientada en Vietnam:
Un autobús destartalado, de color verde, se detuvo enfrente
a donde estábamos parados. El Prof. Wan preguntó algo a uno de los pasajeros y
subimos. Ocupamos los últimos asientos libres que quedaban y el autobús se puso
en marcha. Era rural. Pero rural profundo. La trampilla del techo se mantenía
cerrada con cinta americana, sobre el conductor giraba un ventilador que
parecía a punto de desprenderse en cualquier momento y la puerta se abría
gracias a que la mujer que estaba sentada detrás tiraba de una cuerda. Cuando
soltaba a cuerda, se cerraba. Así todo, el ambiente era bastante acogedor. La
mujer sentada delante de mi iba comiendo un pepino, cuando lo terminó arrojó
los restos por la ventanilla.
En algún punto anterior mencioné que aquí en China la prioridad
la tiene el vehículo más grande. Bien, pues aquel autobús tenía prioridad sobre
todo lo demás, era el super-depredador del asfalto. Adelantamos a otros
autobuses, a motocicletas eléctricas que estaban adelantando camiones, a coches
lentos en zonas de curvas y línea continua (que aquí tienen menos autoridad que
un semáforo del GTA) e incluso a coches que adelantaban a otros coches,
mientras venía un camión de frente haciendo luces. Todas esas maniobras
acompañadas de sus pitidos reglamentarios. Hubo una pitada que duró lo que
tardamos en atravesar un puente de un solo carril detrás de un coche lento. En
una de las zonas rurales, en las que entre las casas y el asfalto el suelo era
de tierra, conseguí sacar una foto decente a uno de los edificios del partido
(a la tercera va la vencida, dicen). Era con diferencia el mejor de la zona y a
su lado había una urbanización de apartamentos, supongo que para los miembros
del partido.
El autobús nos dejó cerca de la estación de tren, el precio
del viaje fueron 5 yuanes por cabeza. Mucho más barato que ir en taxi. Entramos
en un túnel que comunicaba la estación de tren con la de autobuses, nos
dirigimos a la primera. Eran las 15:00, tuvimos que coger billetes para el tren
de las 17:00 porque el que había antes estaba completamente lleno. Fuimos a
pasar el rato a un restaurante cercano, donde pedimos tres jarras frías de
leche de soja. Me llevé una agradable sorpresa, pues el sabor es el mismo que
el de la “bebida de soja” (ese es el nombre que aparece siempre en la etiqueta)
que venden en los supermercados de España. Aunque la hagan de forma diferente,
al menos el sabor lo han logrado igualar. El Prof. Wan sacó una bolsa de pastas
y galletas que había traído y estuvimos allí hora y media, leyendo algunos
papers en su ordenador. Sabían todas muy bien, especialmente las rellenas de
nata.
Fuimos a la sala de espera de la estación a las 16:30. Al
entrar tuvimos que pasar un chequeo de seguridad y enseñar los billetes y la
documentación. También hay que enseñar el billete para acceder a los andenes y
para salir de ellos en la estación de destino, por cierto. Mientras pasábamos
el control, la enorme garrafa vacía que llevaba el Dr. Bi-Cheng se atascó en la
cinta de rayos X, dando lugar a una situación bastante cómica. La primera mitad
del viaje en tren la pasé durmiendo apoyando el codo contra el cristal. El tren
se fue llenando a medida que paraba en las estaciones del recorrido. Llegamos a
Wuhan cuando ya era de noche y propuse ir a cenar a la calle española de World
City. El Prof. Wan se despidió de nosotros en el taxi.
Mientras buscábamos un lugar donde tuvieran comida española,
el Dr. Bi-Cheng me aclaró que no había
de eso, que eran todo restaurantes chinos con comida china, que lo único
español era el aspecto de la calle. Pues estaba equivocado. Fuimos a un
restaurante donde servían filetes. Allí, inspeccionando la carta
minuciosamente, descubrí lo que parecía paella (los platos de arroz estaban
indicados como “risotto”, este era “seafood risotto”). Pedí eso y unas patatas
fritas. En la carta también había varias hojas de comida frita (calamares,
croquetas) y entre las bebidas encontré vino tinto, aunque nos sirvieron unos
vasos de té negro que iban rellenando a medida que los bebíamos.
Llegó la hora de la verdad. Pusieron frente a mí una bandeja
de hierro con el risotto y un plato con patatas fritas. Las patatas estaban
demasiado buenas como para ser españolas. Pero el arroz, pese a que habían
usado tomate en lugar de azafrán para darle color, sabía a auténtica paella. Distinguí
entonces, pues estaba camuflado entre el arroz, algo que parecía una mazorca de
maíz pequeñita. Era un tentáculo de calamar, con una forma muy extraña y
ventosas por toda su superficie, de alguna especie local. Habían copiado tal
cual la receta de la paella pero con ingredientes de la zona. Llevaba también
cebolla y pimiento. No picaba en absoluto, el arroz estaba muy bueno. Además,
otro punto a favor del restaurante, nos habían servido la comida con cuchillo y
tenedor. El Dr. Bi-Cheng tuvo incluso algún problema para
comer sus espaguetis. Acompañamos la cena de un bufete de ensalada, del cual me
serví gajos de manzana y una gelatina negra que sabía muy amarga.
Tras la cena me ofrecí a pagar mi parte, aunque se produjo
un cierto choque de culturas. Cuando saqué la cartera para pagar (la cena salió
por 92 yuanes) y me puse a contar billetes de un yuan (tenía la cartera a
reventar de ellos), tanto la camarera como el Dr. Se me quedaron mirando
extrañados. Resulta que aquí es normal que una persona pague la cena de todos,
no cada uno su parte. Bueno, qué demonios, si estamos en un restaurante de
comida española en el barrio español, se aceptan las costumbres españolas. El
Dr. Bi-Cheng debe creer que soy muy nacionalista, al emocionarme hacía dos días
sacando fotos a las estatuas y aquella noche haciendo hincapié en que debíamos
probar la comida española. Bueno, simplemente me emociono al ver cosas que me
recuerdan a mi país estando a medio mundo de distancia. Sigo esperando a que
alguien, en algún momento, confunda la bandera del aguilucho con la actual o
crea que el Cara al Sol sigue siendo nuestro himno.
Regresamos al hotel a eso de las 21:30, donde empecé a
relatar las vivencias del día, aunque lo dejé sin terminar, pues estaba agotado
y necesitaba dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario