viernes, 24 de junio de 2016

25- El sueño de cualquier mujer.



25- El sueño de cualquier mujer
18 y 19 de junio
El sábado fue un día… solitario, a decir verdad. Cuando me desperté Aimi ya se había marchado del hotel y el Dr. Bi-Cheng no apareció por la oficina. De hecho, no vi a nadie del departamento en todo el día. Estuve completamente solo en la facultad desde las 10 de la mañana hasta casi las 10 de la noche. Aproveché para seguir leyendo papers, que falta me hace. Mi comida consistió en arroz acompañado de enormes setas de color gris y tiras de carne de cerdo. Por la noche en el hotel me dediqué a buscar nuevos papers en internet, ya que sin el Dr. Bi-Cheng en la oficina no soy capaz de activar el WiFi. Como Aimi no había llegado, se me fue haciendo cada vez más tarde y finalmente me acosté a las dos de la madrugada. Total, era sábado.
El domingo me levanté tarde (relativamente) y fui a comer a las 10.30. Es curioso, porque normalmente a esa hora en España estoy desayunando. De camino a la cafetería vi una gran multitud que se aglomeraba en una de las calles laterales del campus. El día anterior habían colgado unas pancartas, pero como es lógico yo no sabía qué anunciaban. El Dr. Bi-Cheng me había comentado unos días antes que, al finalizar el curso y marcharse la mayoría de estudiantes a sus casas, solían celebrar un mercadillo y vendían las cosas que no necesitaban, como ropa o libros. Decidí pasarme a echar un ojo después de almorzar. Estaba comiendo unos tallos de loto (son como las patatas asadas pero con agujeros, un poco crujientes, están ricos) con apio y guindillas cuando un hombre que empujaba un carrito con dos niños pequeños se detuvo en la mesa de al lado. Mientras comía, sentó a uno de los niños en el asiento que yo tenía enfrente. No me quitó ojo de encima hasta que el padre terminó y se fueron. Muy curioso. Aquí, por cierto, es habitual sentarse en los sitios libres de una mesa aunque haya alguien comiendo en ella. Lo hacemos bastante a menudo cuando nuestras horas de comer coinciden con la hora a la que los alumnos terminan las clases y las cafeterías están saturadas.
Salí a la calle con el estómago lleno y me dirigí hacia lo desconocido, al mercadillo de fin de curso. En serio, el sueño de cualquier mujer (no es por ser machista, es que estaba al lado de las residencias femeninas y las únicas cosas que había a la venta eran de mujeres). Ambas aceras estaban a rebosar de cosas apiladas para su venta. Principalmente se trataba de ropa. O bien estaba formando montones o bien eran maletas abiertas con el contenido revuelto. Había cajas de zapatos de todos los estilos, vestidos, sombreros, sombrillas… Pero también muebles, material de escritorio e incluso de tocador. Había quien vendía maquillaje o hasta el tubo de la pasta de dientes. Lo que más llamó la atención, sin duda, fueron los libros. Apilados enfrente de cada puesto había montones de libros, revistas y (alguna gente se morirá de la envidia cuando lea esto) colecciones completas de manga. En chino, claro. Había compradoras que parecían bastante satisfechas llevando entre los brazos pilas de mangas de casi un metro de altura. Me fastidió sobremanera que la mayoría de libros estuvieran en chino. Las únicas excepciones resultaron ser diccionarios chino-inglés y colecciones de tests de los exámenes de la Cambridge School. Compré por 5 yuanes un diccionario, pero creo que va a ser poco útil, ya que las palabras están ordenadas por la primera sílaba en pinyin del primer carácter. Si fuera inglés-chino me resultaría más cómodo utilizarlo. Estuve tentado de comprar algún test de la Cambridge School (ya que pienso sacarme un título en cuanto vuelva a España, con el nivel de inglés fresco), pero no me apetecía comprar una colección entera. Había, medio escondido entre revistas en chino, un libro en inglés (con la portada en castellano, cosa extraña) acerca de usos de la madera en la construcción. Se me pasó por la cabeza comprarlo para cierta arquitecta con preferencia por las construcciones en madera, pero el contenido del libro eran artículos científicos del estilo “análisis de vigas de nogal con rayos X”, así que lo devolví a su sitio. También compré un pequeño cactus por 10 yuanes, para tener en la oficina (aunque sospecho que me subieron el precio cuando lo pregunté en inglés). En otro de los puestos me paré a ver una baraja de cartas con la caja en chino, esperando que fueran cartas con diseño original o algo, pero resultaron ser de póker, normales y corrientes. Sin embargo, la vendedora me las regaló, era bastante maja. Definitivamente, la gente estaba deseando deshacerse de todo aquello. El Dr. Bi-Cheng me comentó que se podían conseguir cosas por un 1% de su precio en aquel mercadillo (colecciones completas de manga en chino, repito por si no ha quedado claro), pero desgraciadamente yo no encontré por ningún lado ropa de hombre.
Tras dar dos vueltas completas a la calle, una idea cruzó mi mente: “Quieto parado. Esto está al lado de la residencia femenina, por eso hay mujeres vendiendo sus cosas. ¿Y si hay otro mercadillo en las residencias masculinas? Porque aquí pocos vendedores veo”. Pasé por la oficina a dejar el botín y acto seguido di una vuelta completa al campus, atento a otras aglomeraciones de gente. No encontré nada, la calle de las residencias masculinas estaba casi desierta. Pues vaya, mi gozo en un pozo. A saber, igual el mercadillo para hombres había sido por la mañana o lo celebraban otra semana, que todo puede ser. Aproveché para recorrer casi todo el campus y sacar algunas fotos. Hice un descubrimiento sorprendente: el edificio de ladrillo que está pegado a nuestra facultad y se ve desde mi ventana resulta ser un museo. Estaba cerrado, pero pienso ir la próxima semana a visitarlo, ya que según el Dr. Bi-Cheng contiene una enorme colección que antes pertenecía a la School of Nature Conservation (dijo incluso algo de un elefante).
A eso de las 15:00 cuando estaba enfrascado con los papers, entró por sorpresa el Dr. en el despacho. No me lo esperaba un domingo por la tarde en la oficina, aunque él a mi sí. Comentó que a semana que viene no estará, ya que viaja a su ciudad natal el martes por motivos personales, y la semana siguiente viaja a una estación de investigación para enseñar a sus alumnos a realizar muestreos de campo. Toda una semana perdidos en el monte, vaya nivel (y no lo digo en tono irónico, ojo). En conclusión, estaré dos semanas sin él, por lo que tendré que encargarme de las plantas del invernadero yo solito, y el inicio del experimento se pospone hasta su regreso. Bueno, mejor para las plantas. Al respecto de eso, hice dos descubrimientos muy prometedores por la tarde: hay larvas de Agasicles en el terrario de mi izquierda y también en el que tengo enfrente. Empezaba a preocuparme que nuestro uso y abuso del aire acondicionado hubiera vuelto inviables los huevos (es una especie tropical y los huevos son sensibles al frío), pero han empezado a eclosionar. Eso es bueno, en dos semanas tendré muchas larvas adultas (valga el oxímoron) tanto en la oficina como en el invernadero. Bien para mi, mal para las plantas.
Fuimos a cenar a la cafetería que se encuentra en el otro lado del campus, atravesando el edificio de clases número 2 (digo atravesando y no pasando porque literalmente lo atravesamos para ir y volver del comedor; el hall es muy bonito, tiene bastantes esculturas). En esta ocasión fuimos a otra cafetería diferente (y ya he visitado 5 de las 7 que hay en el campus, me faltan la de profesores y la de musulmanes). En las cafeterías de este edificio se come muy bien, son las que están entre los edificios donde se imparten las clases, así que siempre están llenas de alumnos. Comí unos noodles con salsa de sésamo, aunque estos eran más finos que los espaguetis normales y costaba cierto trabajo sorberlos en la boca. En esta cafetería, además, se sirven desayunos durante toda la mañana hasta fin de existencias, sin horarios, y el Dr. Bi-Cheng comentó que sirven unos panecillos que están muy buenos. Debo ir allí más a menudo. Ya se sabe, los bares de carretera donde la comida es rica y barata son aquellos que tienen aparcados camiones fuera; y las mejores cafeterías universitarias según esos dos criterios son las que están siempre llenas de estudiantes. Para rematar la jornada descargué un par de libros en pdf (nada que ver con la investigación) y de paso me leí El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Si hubiera sabido lo corto que era, no hubiera llegado a entrar en mi lista de libros pendientes. Lectura amena, muy recomendable.

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