25- El sueño de cualquier mujer
18 y 19 de junio
El sábado fue un día… solitario, a decir verdad. Cuando me
desperté Aimi ya se había marchado del hotel y el Dr. Bi-Cheng no apareció por
la oficina. De hecho, no vi a nadie del departamento en todo el día. Estuve
completamente solo en la facultad desde las 10 de la mañana hasta casi las 10
de la noche. Aproveché para seguir leyendo papers, que falta me hace. Mi comida
consistió en arroz acompañado de enormes setas de color gris y tiras de carne
de cerdo. Por la noche en el hotel me dediqué a buscar nuevos papers en
internet, ya que sin el Dr. Bi-Cheng en la oficina no soy capaz de activar el
WiFi. Como Aimi no había llegado, se me fue haciendo cada vez más tarde y
finalmente me acosté a las dos de la madrugada. Total, era sábado.
El domingo me levanté tarde (relativamente) y fui a comer a
las 10.30. Es curioso, porque normalmente a esa hora en España estoy
desayunando. De camino a la cafetería vi una gran multitud que se aglomeraba en
una de las calles laterales del campus. El día anterior habían colgado unas
pancartas, pero como es lógico yo no sabía qué anunciaban. El Dr. Bi-Cheng me
había comentado unos días antes que, al finalizar el curso y marcharse la
mayoría de estudiantes a sus casas, solían celebrar un mercadillo y vendían las
cosas que no necesitaban, como ropa o libros. Decidí pasarme a echar un ojo
después de almorzar. Estaba comiendo unos tallos de loto (son como las patatas
asadas pero con agujeros, un poco crujientes, están ricos) con apio y guindillas
cuando un hombre que empujaba un carrito con dos niños pequeños se detuvo en la
mesa de al lado. Mientras comía, sentó a uno de los niños en el asiento que yo
tenía enfrente. No me quitó ojo de encima hasta que el padre terminó y se
fueron. Muy curioso. Aquí, por cierto, es habitual sentarse en los sitios
libres de una mesa aunque haya alguien comiendo en ella. Lo hacemos bastante a
menudo cuando nuestras horas de comer coinciden con la hora a la que los
alumnos terminan las clases y las cafeterías están saturadas.
Salí a la calle con el estómago lleno y me dirigí hacia lo
desconocido, al mercadillo de fin de curso. En serio, el sueño de cualquier
mujer (no es por ser machista, es que estaba al lado de las residencias
femeninas y las únicas cosas que había a la venta eran de mujeres). Ambas
aceras estaban a rebosar de cosas apiladas para su venta. Principalmente se
trataba de ropa. O bien estaba formando montones o bien eran maletas abiertas
con el contenido revuelto. Había cajas de zapatos de todos los estilos,
vestidos, sombreros, sombrillas… Pero también muebles, material de escritorio e
incluso de tocador. Había quien vendía maquillaje o hasta el tubo de la pasta
de dientes. Lo que más llamó la atención, sin duda, fueron los libros. Apilados
enfrente de cada puesto había montones de libros, revistas y (alguna gente se
morirá de la envidia cuando lea esto) colecciones completas de manga. En chino,
claro. Había compradoras que parecían bastante satisfechas llevando entre los
brazos pilas de mangas de casi un metro de altura. Me fastidió sobremanera que
la mayoría de libros estuvieran en chino. Las únicas excepciones resultaron ser
diccionarios chino-inglés y colecciones de tests de los exámenes de la
Cambridge School. Compré por 5 yuanes un diccionario, pero creo que va a ser
poco útil, ya que las palabras están ordenadas por la primera sílaba en pinyin
del primer carácter. Si fuera inglés-chino me resultaría más cómodo utilizarlo.
Estuve tentado de comprar algún test de la Cambridge School (ya que pienso
sacarme un título en cuanto vuelva a España, con el nivel de inglés fresco),
pero no me apetecía comprar una colección entera. Había, medio escondido entre
revistas en chino, un libro en inglés (con la portada en castellano, cosa
extraña) acerca de usos de la madera en la construcción. Se me pasó por la
cabeza comprarlo para cierta arquitecta con preferencia por las construcciones
en madera, pero el contenido del libro eran artículos científicos del estilo
“análisis de vigas de nogal con rayos X”, así que lo devolví a su sitio.
También compré un pequeño cactus por 10 yuanes, para tener en la oficina
(aunque sospecho que me subieron el precio cuando lo pregunté en inglés). En
otro de los puestos me paré a ver una baraja de cartas con la caja en chino, esperando
que fueran cartas con diseño original o algo, pero resultaron ser de póker,
normales y corrientes. Sin embargo, la vendedora me las regaló, era bastante
maja. Definitivamente, la gente estaba deseando deshacerse de todo aquello. El
Dr. Bi-Cheng me comentó que se podían conseguir cosas por un 1% de su precio en
aquel mercadillo (colecciones completas de manga en chino, repito por si no ha
quedado claro), pero desgraciadamente yo no encontré por ningún lado ropa de
hombre.
Tras dar dos vueltas completas a la calle, una idea cruzó mi
mente: “Quieto parado. Esto está al lado de la residencia femenina, por eso hay
mujeres vendiendo sus cosas. ¿Y si hay otro mercadillo en las residencias
masculinas? Porque aquí pocos vendedores veo”. Pasé por la oficina a dejar el
botín y acto seguido di una vuelta completa al campus, atento a otras
aglomeraciones de gente. No encontré nada, la calle de las residencias
masculinas estaba casi desierta. Pues vaya, mi gozo en un pozo. A saber, igual
el mercadillo para hombres había sido por la mañana o lo celebraban otra
semana, que todo puede ser. Aproveché para recorrer casi todo el campus y sacar
algunas fotos. Hice un descubrimiento sorprendente: el edificio de ladrillo que
está pegado a nuestra facultad y se ve desde mi ventana resulta ser un museo.
Estaba cerrado, pero pienso ir la próxima semana a visitarlo, ya que según el
Dr. Bi-Cheng contiene una enorme colección que antes pertenecía a la School of
Nature Conservation (dijo incluso algo de un elefante).
A eso de las 15:00 cuando estaba enfrascado con los papers,
entró por sorpresa el Dr. en el despacho. No me lo esperaba un domingo por la
tarde en la oficina, aunque él a mi sí. Comentó que a semana que viene no
estará, ya que viaja a su ciudad natal el martes por motivos personales, y la
semana siguiente viaja a una estación de investigación para enseñar a sus
alumnos a realizar muestreos de campo. Toda una semana perdidos en el monte,
vaya nivel (y no lo digo en tono irónico, ojo). En conclusión, estaré dos
semanas sin él, por lo que tendré que encargarme de las plantas del invernadero
yo solito, y el inicio del experimento se pospone hasta su regreso. Bueno,
mejor para las plantas. Al respecto de eso, hice dos descubrimientos muy
prometedores por la tarde: hay larvas de Agasicles en el terrario de mi
izquierda y también en el que tengo enfrente. Empezaba a preocuparme que
nuestro uso y abuso del aire acondicionado hubiera vuelto inviables los huevos
(es una especie tropical y los huevos son sensibles al frío), pero han empezado
a eclosionar. Eso es bueno, en dos semanas tendré muchas larvas adultas (valga
el oxímoron) tanto en la oficina como en el invernadero. Bien para mi, mal para
las plantas.
Fuimos a cenar a la cafetería que se encuentra en el otro
lado del campus, atravesando el edificio de clases número 2 (digo atravesando y
no pasando porque literalmente lo atravesamos para ir y volver del comedor; el
hall es muy bonito, tiene bastantes esculturas). En esta ocasión fuimos a otra
cafetería diferente (y ya he visitado 5 de las 7 que hay en el campus, me
faltan la de profesores y la de musulmanes). En las cafeterías de este edificio
se come muy bien, son las que están entre los edificios donde se imparten las
clases, así que siempre están llenas de alumnos. Comí unos noodles con salsa de
sésamo, aunque estos eran más finos que los espaguetis normales y costaba
cierto trabajo sorberlos en la boca. En esta cafetería, además, se sirven
desayunos durante toda la mañana hasta fin de existencias, sin horarios, y el
Dr. Bi-Cheng comentó que sirven unos panecillos que están muy buenos. Debo ir
allí más a menudo. Ya se sabe, los bares de carretera donde la comida es rica y
barata son aquellos que tienen aparcados camiones fuera; y las mejores
cafeterías universitarias según esos dos criterios son las que están siempre
llenas de estudiantes. Para rematar la jornada descargué un par de libros en
pdf (nada que ver con la investigación) y de paso me leí El Principito, de
Antoine de Saint-Exupéry. Si hubiera sabido lo corto que era, no hubiera
llegado a entrar en mi lista de libros pendientes. Lectura amena, muy
recomendable.
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