22- Comiendo como chinos
12 y 13 de junio
El día amaneció agradablemente nublado, aunque la
temperatura seguía siendo elevada. Por la mañana fui a la facultad y al
mediodía fuimos a almorzar a un restaurante, ya que el Prof. Alpert regresaba a
los EEUU aquella misma tarde. No me había fijado, pero debajo de mi hotel hay
tres restaurantes, no uno. Está el que tiene estatuas de terracota en la puerta
y otros dos de aspecto más moderno. Teníamos una mesa reservada en una sala
privada. Los invitados eran los profesores Fei-Hai y ALpert, el Dr. Bi-Cheng,
tres estudiantes de doctorado del Prof. Fei-Hai y yo. El restaurante era muy
elegante, sonaba música clásica de fondo y la carta de platos era un libro
encuadernado con tapas duras. Mientras llegaba la comida nos sirvieron de
entrantes un plato de cacahuetes cocidos y otro de cubos de verdura. No
conseguí distinguir de qué vegetal se trataba, era de color rosa y tenía un
picor muy agradable. Nos sirvieron también té de jazmín.
Los platos principales fueron: pollo Kung Pao; hígado de
cerdo cocinado con una receta secreta (así lo describía el menú); ensalada de
lechugas multicolores y pepino; langostinos pelados y fritos con guarnición de
ajo; un mortero con huevo milenario desmenuzado; una fuente de patatas fritas
picantes sobre un soporte con carbón ardiendo; setas enormes guisadas con
guindillas; unos brotes de bambú que picaban una barbaridad y el plato fuerte,
una enorme carpa abierta a la mitad y guisada, con una de sus mitades cubierta
de pimiento rojo picado y la otra de pimiento verde. De la carpa probé sólo un
cacho pequeño (pues es difícil comer pescado con palillos cuando no está
desmenuzado), tras lo cual me pasé un par de minutos sacándome espinas de la
boca. Ni siquiera se trataba de espinas normales, estas tenían tres puntas,
como si de un anzuelo se tratase. El resto de platos estaban deliciosos, aunque
las patatas quemaban y el bambú resultaba incomestible del picante que llevaba.
El hígado estaba cocinado de tal manera que no sabía a hígado, sino a la salsa.
Acompañamos la comida de té y una cerveza rusa que tenía dos osos en la botella
y el nombre escrito en cirílico. El sabor era aceptable pero no estaba lo
fuerte que debería. El postre consistió en una fuente de diferentes tipos de
melones cortados en gajos junto con tomates cherry.
La tarde transcurrió sin nada digno de ser contado. Al día
siguiente, lunes, me levanté con ganas de trabajar. En contraste con el calor
sofocante de los días anteriores, amaneció nublado y con una agradable lluvia
que permaneció intermitente hasta entrada la tarde. El Dr. Bi-Cheng llevaba un
par de días atareado preparando la defensa de su post-doctorado. La mitad de
las veces dijo que era un postdoc y la otra mitad que no era exactamente un
postdoc, así que no sé muy bien qué era lo que tuvo que defender, pero atareado
estaba. Incluso tuvo que preparar un power-point la noche antes de la defensa
(eso lo he vivido yo también). Para colmo, debía defender ante cinco expertos
en la materia elegidos por él, pero hasta el día antes no consiguió encontrar
al quinto. Por la mañana entró en el despacho el Prof. Wan (de Wuhan), lo cual
me pilló por sorpresa. Se ve que era uno de los miembros del tribunal.
Esa noche cenamos en uno de los restaurantes que hay debajo
de mi hotel (el último que me faltaba por visitar, creo) los profesores Fei-Hai
y Wan, el Dr. Bi-Cheng y yo. He de confesar con cierto rubor que metí un poco
la pata durante la cena. O, mejor dicho, casi meto la pata. Durante toda la
velada estuvieron hablando en chino, por lo que yo no me enteraba de una
palabra. En esas estaban cuando pensé “a lo mejor es gracioso hacerles un
doblaje mental al español”, lo cual llevó a “a lo mejor es gracioso hacerles un
doblaje estilo Humor Amarillo”. Acto seguido le puse al Prof. Fei-Hai la voz de
Takeshi y a. Dr. Bi-Cheng la del Chino Cudeiro. Me iba mal de la risa, hasta el
punto que tuve que meterme en la boca guindillas para disimular. Pocas
situaciones más desternillantes he vivido.
Dejando de lado ese pequeño detalle, el resto de la cena fue
excelente. Verduras con almendras cocidas; una sopa blancuzca que parecía de
pollo pero que resultó ser tofu con verduras y cacahuetes; hígado de pato
caramelizado (el sabor y la presentación eran sospechosamente idénticos a los
del restaurante que está justo al lado); setas asadas con pimientos; brotes de
judías con huevos revueltos; una sopa de líquido color crema que supuse estaba
hecha con los restos del pato y el delicioso pato a la pekinesa. El resto de
comensales debían tener poca hambre, porque el pato estuvo diez minutos en la
mesa sin que nadie lo tocara y terminé por comerme más de la mitad. Acompañamos
la comida de la infame cerveza rubia que sabe a agua con gas. Durante la cena,
el Dr. Bi-Cheng me explicó que en China para llegar a ser profesor de
universidad hay que tener mucho aguante bebiendo, debido a que se realizan unas
votaciones entre los miembros del claustro. Aunque no entendí bien si el plan
era ganarse el favor de los votantes bebiendo o dejar KO al resto de aspirantes.
Diría que él va por mal camino, aunque al menos le pone ganas.
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