martes, 21 de junio de 2016

20- El palacio de Verano



20- El Palacio de Verano
10 de junio
Un par de capítulos atrás mencioné un paper de un alumno de la Dra. Hongli que me había ofrecido a corregir. Bien, pues resultó ser una alumna (me engañó el nombre, pensaba que Lin Liu era masculino) y se ofreció a hacerme una visita guiada por algún lugar turístico aprovechando que era día festivo. Me encontré con ella y otra alumna (cuyo nombre no recuerdo) en la puerta de la facultad a las 10:00, desde donde cogimos un taxi hacia el Palacio de Verano. Los sucesivos emperadores que hubo en Beijing eran tan extravagantes que, además de disponer de la Ciudad Prohibida, tenían un palacio para el verano y otro para el invierno dentro de la propia ciudad. El Palacio de Verano está formado por un pabellón de recepciones, amplios jardines, residencias imperiales, un templo budista enorme y distintos puntos de descanso, todo ello rodeando un lago. Sorprendentemente el lago es artificial, excavaron el lecho y con toda la tierra que sacaron formaron la Colina de la Longevidad, donde se encuentra la Pagoda del Buda Fragante.
Al llegar, mientras pagábamos las entradas, alquilamos un audiolibro en español para que yo me enterara de las cosas que estábamos viendo. Resultó ser más útil de lo que pensaba, pues informaba de numerosos detalles que pasan desapercibidos a simple vista. He de decir que no visitamos todo cuanto se puede ver en el Palacio de Verano, pues es bastante grande y sólo estuvimos allí por la mañana. El Palacio de Verano original, del siglo XVIII, fue destruido durante la Segunda Guerra del Opio un siglo más tarde y posteriormente fue reconstruido. La reconstrucción coincidió con el periodo final de la dinastía Qing, durante el cual l emperatriz viuda Cixí era quien gobernaba el país. El Palacio de Verano se convirtió en su residencia y durante algunos años la sede del Gobierno estaba allí. Todo esto guarda relación con detalles arquitectónicos de los edificios. Por ejemplo, a la entrada del pabellón de recepciones (denominado “salón de la benevolencia y la longevidad”) hay dos estatuas de aves fénix (que simbolizan a la emperatriz) a ambos lados de la puerta y dos dragones (que simbolizan al emperador) rodeando a los fénix por fuera. Normalmente los fénix se situaban por fuera de los dragones, aquí el orden está invertido. En uno de los palacetes del complejo sufrió arresto domiciliario durante diez años un nieto de Cixí que intentó introducir reformas en el gobierno chino, justo al final de la época imperial y ya entrado el siglo XX, reformas que no gustaron a la emperatriz regente.
Por doquier había pedestales con enormes rocas, que los sucesivos ocupantes del Palacio de Verano acumularon. Las rocas grandes se consideran estéticamente bonitas y símbolo de longevidad. A la entrada de uno de los pabellones principales había una del tamaño de un autobús pequeño. Según el audiolibro, un ministro encontró la roca hace siglos en una zona remota del país y decidió trasladarla a su residencia personal. Pero a medio camino se quedó sin recursos para el transporte y tuvo que abandonarla. Los aldeanos la llamaban “la roca del despilfarro”. Un par de siglos después, el emperador de turno la encontró e hizo que la trasladaran al palacio de verano. Tiene un graffiti hecho por el emperador en la parte superior. Qué bien se lo pasaba esa gente, coleccionando rocas en sus mansiones.
Pasamos después a lo que me pareció el elemento más asombroso del Palacio de Verano: el Gran Corredor (que el audiolibro llamaba “La Galería Infinita”, nombre que me gusta más). Se trata de un pasillo con techo de madera que mide 728 metros entre sus extremos, siendo el más largo del mundo. A lo largo de su recorrido hay cuatro pabellones octogonales (dos a cada lado de la  Pagoda del Buda Fragante), cada uno de los cuales simboliza una estación del año. El suelo a lo largo del corredor tiene un desnivel, pero resulta imperceptible dentro del propio corredor. Los cuatro pabellones unen cinco segmentos con diferente inclinación, por lo que si se observa desde el centro de cada pabellón sí se aprecia el desnivel. Lo más asombroso no es la propia estructura de madera (que sí, que es muy larga), sino las pinturas que la cubren. En las vigas del techo, en los paneles laterales de madera y por la cara exterior del corredor hay repartidas más de 14.000 pinturas, todas diferentes, hechas a mano y son tan antiguas como el propio corredor. Además, en cada uno de los pabellones hay dos cuadros pintados, uno a la entrada y el otro a la salida. Algunas de las pinturas muestran fábulas de la mitología china, escenas históricas y edificios o paisajes famosos. Uno de esos cuadros (en el cual por desgracia no me fijé) representa a los cuatro personajes principales de la novela Viaje al Oeste. La obra narra las aventuras de un monje budista que viaja a la India para obtener unos textos religiosos, en compañía de un mono, un duendecillo y un cerdo. ¿Os suena de algo? Es la historia en la que se basa el anime Son Goku, siendo Goku el personaje del mono.
Al final del corredor se encuentra el célebre Barco de Mármol (bueno, no, al final justo hay una tienda de souvenires, el barco está hacia un lado). El original era completamente de mármol y cristal, pero la réplica posterior tiene únicamente su base de mármol, siendo los dos pisos superiores de madera pintada. En este barco la emperatriz Cixí y las concubinas celebraban fiestas. La utilidad real del Gran Corredor era que la emperatriz pudiera ir desde su residencia hasta el barco sin tener que preocuparse por el sol o la lluvia. Por lo demás, el pueblo veía el barco como un símbolo del derroche imperial (pues no podía navegar) mientras que la emperatriz lo veía como un símbolo de la robustez de su dinastía (como ya comenté hablando del barco de piedra en el lago de la Peking University). Regresamos sobre nuestros pasos hasta la entrada de la Pagoda del Buda Fragante. Para ascender hasta la base de la pagoda hay que subir unas escaleras bastante largas y empinadas, se dice que quien suba los 100 escalones vivirá hasta los 100 años. La propia emperatriz murió antes, dando al traste con la leyenda. Como curiosidad, intentó trasladar su residencia al recinto de la pagoda pero cayó enferma tras una noche allí, ya que se trata de un lugar que habitan los dioses y no está permitido a los mortales pernoctar.
La pagoda estaba cerrada, lo cual fue una lástima, aunque dudo que pudiera sacar fotos a la estatua. Se trata de un buda de muchas manos y ojos, con una bonita historia detrás (me enteré gracias al audiolibro, mis acompañantes no sabían siquiera si el buda estaba en ese edificio o en otro). Hace siglos hubo un emperador que tuvo tres hijas. Cuando estuvieron en edad de desposarse, buscó un marido de conveniencia a cada una. Las dos mayores aceptaron de buena gana, pero la más joven montó en cólera y decidió hacerse monja. Monja budista, claro. Con el paso de los años la hija menor se convirtió en una figura importante dentro del mundillo, con poderes mágicos y eso. Un día el padre cayó enfermo y la hija menor se disfrazó de monje para visitarlo. Le dijo que sólo se curaría si una de sus hijas ofrecía sus manos y sus ojos en sacrificio. Las dos hijas mayores no quisieron saber nada del asunto, al final fue la hija menor quien salvó la vida del padre. Cuando este se enteró, pidió a los cielos que devolvieran a su hija las manos y los ojos. Como respuesta ante las súplicas, la hija se transformó en buda y le brotaron infinidad de manos y ojos. Esa es la estatua que se encuentra dentro de la pagoda, donde la emperatriz y su familia realizaban ofrendas de incienso, de ahí el nombre del monumento. Originalmente la pagoda iba a tener 7 pisos de altura por orden del emperador, pero luego rectificó e hizo que deshicieran la construcción para dejarla en 4 pisos. Está sostenida por 8 pilares de “ironwood”, un tipo de madera muy resistente que puede proceder de diversas especies de árboles, y se dice que la pagoda no tiene ni un solo clavo, sino que fue ensamblada al estilo tradicional chino encajando las vigas y los pilares. Aparentemente se trata de la construcción original, no de una réplica.
Subimos después hasta la cima de la colina y bajamos por la otra ladera, donde había un conjunto de templos llamados “los cinco continentes”. En el templo principal había tres budas enormes y las paredes estaban cubiertas de estatuas doradas de divinidades menores. Me informaron de que no se podían tomar fotos, cosa que yo ya suponía, debido a los sentimientos religiosos. Pero había tiendas de souvenires en el interior del templo, que conste. En una  vendían incluso barajas de póker de Mao. Falta le hace a esta gente un episodio religioso como el de Jesús dando latigazos y volcando las mesas de los mercaderes en el templo. Después continuamos descendiendo la ladera. Vendían monedas conmemorativas del Palacio de Verano, bañadas en plata, y compré una por lo baratas que me parecieron. El resto de souvenires suelen ser más caros en estos sitios, de hecho me recomendaron comprar ese tipo de cosas en Taobao. Había, junto con las estatuas de dragones y aves fénix, unas curiosas criaturas con pezuñas, cuerpo escamoso y cuernos de dragón. Estas criaturas se denominan “Qilin” (en singular) y señalan la presencia de gobernadores ilustres, así como prosperidad y serenidad. Se suelen representar con el cuerpo cubierto de llamas. Tras una denodada depredación cultural, lo que ha llegado de esa criatura a Europa es un unicornio cubierto de llamas denominado “Kirin”, que en nada se parece a las estatuas ni a las representaciones artísticas originales. También abundaban las estatuas de leones imperiales, macho y hembra, que me parecen espectaculares.
Llegamos entonces a Suzhou Street, que consiste en un río rodeado por tiendas. El río tiene un puente de piedra con arcos que lo cruza, desde el que se tiene una vista privilegiada de la calle inferior. Parece sacado de una película de fantasía. Pero alguien se preguntará: “¿por qué hay una calle comercial en un palacio imperial?”. Pues, resumiendo, el que dijo aquello de “quien hace el coito pagando termina ahorrando” tenía razón, en España y en la China. Resulta que las concubinas del emperador se aburrían tanto en la corte que este les construyó un barrio dentro de la residencia imperial para que pudieran distraerse yendo de compras. El barrio es precioso y las tiendas tienen a partes iguales baratijas y pequeños tesoros. En una de ellas vendían cometas con la forma de distintos animales (en relieve), había algunas de dragones que estaban muy logradas. En otra vendían abanicos con las iniciales del nombre chino. Lo más llamativo fue un puesto donde había unos pequeños recipientes con lupas de joyero encima. El vendedor, que estaba atareado con utensilios de escultura, me puso delante una tabla para que señalara mi año de nacimiento. Al hacerlo respondió ofreciéndome uno de los recipientes, al acercar mi ojo a la lupa distinguí en su interior una minúscula escultura de un mono (mi animal en el zodiaco chino), del tamaño de un grano de arroz. Casi seguro eran granos de arroz esculpidos. Había también unos pequeños libros, algo más grandes que los animales del zodíaco. Dijo que grababa el nombre del cliente junto con su signo del zodíaco. Tras dar una vuelta por todo el barrio, compré lo único que me llamó la atención y no me pareció caro (vamos, que era una baratija): un anillo-reloj con la cabeza de un dragón. Me costó 35 yuanes, unos 5 euros.
Nos dirigimos a una de las múltiples entradas al complejo, pues era ya hora de almorzar y mis acompañantes querían ir a un restaurante donde, aseguraron, la comida era excelente. En la pared de la entrada había un panel con información del número de visitas del Palacio de Verano. El día anterior habían sido 54.000, aquel día 70.000, y eran todavía las dos de la tarde, por lo que el número final sería aún mayor. Ya me habían advertido por la mañana que el sitio estaría lleno de gente, lo cierto es que estaba a rebosar. Vi más extranjeros que durante todo lo que llevo de estancia aquí. Tras salir a la calle, puesto que los taxis o estaban todos ocupados o eran piratas (lo cual abunda), decidimos coger un autobús. Había en la calle una mujer con un megáfono que revendía entradas al Palacio de Verano que estaban mal selladas.
El autobús nos dejó en un barrio de enormes edificios corporativos, cada uno de los cuales tenía en la puerta el nombre de una página web. Pasamos de largo y llegamos a un hutong. Los hutong son barrios de casas tradicionales chinas, de las dinastías Qing, Ming o incluso Yuan. Al menos eso es lo que cuenta la tele. Aquí llaman hutong a todos los barrios de casas pequeñas, sin ser bloques de apartamentos, que tienen en el piso inferior tiendas familiares. El restaurante al que nos dirigimos era bastante pequeño, de dos pisos, con todas las paredes y suelos de madera. Yo pedí un plato de setas con carne y el resto lo dejé a la elección de mis simpáticas guías turísticas. Los entrantes consistieron en una especie de nueces hechas de ojaldre y una carpa de gelatina de color blanco, que resultó ser tofu. Los platos principales fueron: las setas con carne, que estaban deliciosas (son una buena elección para ir sobre seguro), gambas peladas fritas con cubos fritos de pera rebozada y cacahuetes; un bol de arroz con carne y verduras (sabía a  arroz con leche y canela), que se comía con cuchara; y un enorme pollo frito, con cabeza y todo, cortado en trozos y acompañado de varias salsas picantes. Es horrible comer algo que lleva huesos sólo con los palillos, te obliga a masticarlo todo y luego escupir lo que no puedes tragar. El postre consistió en unos cubos de tarta, que tenía buena pinta pero sabía a patata cocida. Sometimos a la carpa de tofu a una larga agonía, comiendo primero las aletas y dejando la cabeza para el final.
Fue mientras estábamos comiendo el pollo frito que el cielo se nubló. En cuestión de minutos comenzaron a caer gotas de lluvia, entonces se desató una tempestad en toda regla. Un fuerte granizo acompañado de viendo hizo temblar todas las ventanas del local. La gente se levantaba de sus mesas para contemplar la calle. Las precipitaciones eran de tal magnitud que apenas se veían los edificios al otro lado de la carretera. Yo le resté importancia y me centré en no tragarme un hueso de pollo. Habíamos tenido suerte de que no nos hubiera pillado la granizada en el Palacio de Verano. Más tarde, al salir a la calle, lucía de nuevo el sol. Sin embargo, las huellas de la tormenta eran claramente visibles: había partido por la mitad el tronco de un árbol en la calle de al lado (que no era precisamente pequeño), otros estaban tumbados con las raíces al aire y en los edificios corporativos habían caído docenas de arbolillos. De vuelta en taxi a la facultad atravesamos calles completamente inundadas, en las que el carril de la derecha estaba inutilizado por la cantidad de ramas caídas. Por la mañana y al atardecer brillaba el sol, de noche incluso se distinguían las estrellas en el cielo despejado, por lo que aquella tormenta venida de la nada había sido sorprendente. Es lo que tiene el clima monzónico, supongo. En julio y agosto va a ser algo común.
Al llegar a la facultad me despedí de mis amables acompañantes, con la idea de realizar más visitas turísticas en el futuro. Curiosamente ambas estudiantes hablaban algo de español, comentaron que les gustaría practicar hablando conmigo. Regresé después al hotel a por mi portátil y fui a la facultad a trabajar el resto de la tarde, pues no tenía nada mejor que hacer. El Dr. Bi-Cheng apareció inesperadamente a las 9 de la noche, cuando yo ya estaba a punto de irme, con plantas nuevas para la pecera. En lugar de plantar ramas cortadas, que tardan en desarrollar raíces, decidió trasplantar plantas pequeñas directamente de sus macetas, con raíz y todo. Parecen realmente plantas de acuario.

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