14- Regreso a la capital
31 de mayo
Nos despertamos a las 7:30 y tras ducharnos bajamos a
desayunar. Al ser mi último desayuno en el hotel, decidí no escatimar en
comida. Me serví en un plato sushi, un bollo relleno de vegetales (son estos
bollitos blancos con forma de espiral que se ven mucho en los anime, el relleno
que tienen es una lotería que va desde algas a carne picada), salchichas, setas
fritas con cebolla y aceitunas. Probé un condimento que era como una esponja
seca y desmenuzada, que sabía dulce, pero evité echar algas en el plato, pues
casi siempre están picantes. Acompañé eso de un bol enorme de cereales, zumo de
uva y café con leche. Estaba todo delicioso, terminé saciado.
Salimos del hotel con las maletas a las 8:45, pero entre el
tráfico y la cola para coger los billetes no llegamos a la sala de espera hasta
las 9:50. Es mejor hacer las cosas con tiempo, debido a lo lento que se mueve
todo en las grandes ciudades. En la estación, como es habitual, tuve que
enseñar el pasaporte dos veces y pasar un control de seguridad, donde escanearon
todas mis bolsas y me pasaron un detector de metales por los bolsillos. Nuestro
tren salía a las 10:20, bajamos al andén antes de que hubiera llegado y allí lo
esperamos. La cantidad de gente que estaba esperando al mismo tren era
impresionante, más de mil personas. De algún modo que no alcancé a discernir,
se habían formado colas en los puntos donde se detendrían cada uno de los
vagones, nosotros nos dirigimos al nuestro. Cuando el tren llegó, la gente se
dio prisa por subir y se formaron varios atascos en los pasillos. Salimos del
andén cuando yo todavía me estaba sentando.
El viaje fue bastante tranquilo, duró unas 3 horas y media,
esta vez aguanté despierto durante todo el trayecto. Fui escuchando música y
disfrutando del paisaje, que primero estaba compuesto por montes con árboles y
terrazas de arroz, para dar paso a campos de cultivo y bloques de viviendas en
construcción. Aquí y allá se veían campesinos que se dirigían en tractores a
cosechar los campos. Pasamos por las proximidades de varias centrales térmicas,
que estaban medio cubiertas por la niebla pero cuyas altas torres sobresalían
hacia el cielo. Pasamos por los apeaderos de las zonas rurales sin detenernos,
el tren únicamente se paró en Shijiazhuang y Zhangzhou. En una de las dos ciudades,
no recuerdo en cual, en las proximidades de la estación de tren había un
edificio con cúpulas, algunas lisas y otras en forma de sorbete de helado,
todas de color amarillo y verde, que me recordó mucho a la Catedral de San
Basilio, de Moscú. Sobre cada cúpula había una cruz dorada, debía tratarse de
una iglesia cristiana ortodoxa.
Cuando legamos a Beijing pasaban de las 14:00. Salimos de la
estación oeste por una puerta diferente a la de entrada, en la enorme plaza que
había delante sobresalía una escultura circular de color rojo, con esferas y
florituras parecidas a llamas. Una vez en la BFU, me detuve en el hotel a dejar
mis cosas antes de ir a la facultad. Por la tarde leí un par de papers y
después acompañé al Dr. Bi-Cheng al invernadero, donde acondicionamos un
espacio para las larvas y huevos de Cassida. Tuvimos que mezclar con palas
arena de cuarzo y tierra para crear el sustrato, plantamos nueve macetas de
Alligator dentro de una jardinera y allí soltamos las larvas, sin olvidarnos de
tapar la jardinera con una malla al terminar, para que no escaparan. Aunque no
deberían, pues tienen comida en abundancia y las paredes de la jardinera son
bastante altas.
Hicimos un descubrimiento fascinante, que puso a prueba mi
paciencia a la hora de trabajar con insectos: en la jardinera donde habíamos
soltado las larvas de Agasicles, que también estaba cubierta de malla, no se
veía ni rastro de las larvas. Sin duda habían sobrevivido, pues las hojas de
las plantas en la jardinera estaban mordisqueadas. Volví a plantear que las
larvas tal vez tuvieran hábitos nocturnos, aunque el Dr. Bi-Cheng comentó que
debían estar en fase de pupa, enterradas. Teniendo en cuenta el tamaño que
tenían cuando las trasladamos a la jardinera y que procedían de una misma
puesta de huevos, pudiera ser. Si la semana que viene encontramos adultos en la
jardinera, la hipótesis del Dr. será correcta. Si no, a ver cómo usamos las
larvas para mi experimento si no somos capaces de encontrarlas. Trabajar con
adultos tampoco será sencillo, debido a su tendencia a saltar.
Regresamos a la facultad pasadas las 18:00, cuando estaba a
punto de anochecer. Paramos de camino a comprar algo de fruta en un puesto
callejero. Me limité a señalar lo que quería, unos plátanos, que me costaron 7
yuanes. Es la mitad de precio que en el centro comercial, así que a partir de
ahora ya sé dónde comprar la fruta. El Dr. Bi-Cheng compró media sandía y
cerezas. Ya dentro de la BFU pasamos junto a unas vallas con anuncios. Son
bastante comunes aquí. En la calle de la cafetería hay carteles enormes con
banderas de China, el símbolo de la hoz y el martillo y una foto de Xi Jinping.
Estoy convencido de que dicen cosas muy interesantes (a la par de muy ciertas),
pero no puedo leerlas al estar escritas en chino. Como digo, pasamos frente a
unas vallas con anuncios, pero lo que había en ellas eran fotografías de
sonrientes alumnos vestidos con uniformes militares. Muchas, muchísimas
fotografías. EL Dr. Bi-Cheng me explicó que los alumnos de primer año realizan
entrenamiento militar durante unas dos semanas. Me costó un esfuerzo
considerable entenderle, ya que tanto “army”, como “military” y “training”
llevan “r” y la pronunciación le cuesta un poco. En un principio entendí que
tenían que estar en el ejército durante todo un año, luego me aclaró que no. Es
simplemente un entrenamiento, no un servicio militar obligatorio. Le expliqué
que en España teníamos de eso, pero fue hace años (ay, qué tiempos).
Fuimos a cenar al tercer piso del comedor, donde pedimos
unos noodles. El bol era enorme y tenía carne y abundante verdura junto con la
pasta. Estaba muy rico. Me fijé en cómo preparan los noodles: el cocinero coge
un pedazo grande de masa, del tamaño de una hogaza de pan, y lo estira. Luego
lo dobla y lo vuelve a estirar, unas cinco o seis veces dependiendo del grosor
que se quiera. Al terminar de estirar les da dos golpes contra la mesa,
estirados, y están listos para cocinarse. Llegó a preparar con sus manos y en
apenas unos segundos tallarines finos como espaguetis. El Dr. Bi-Cheng me
explicó que nos noodles que son aplanados, como los que cenamos nosotros, se
cortan con un cuchillo. Eso quiero verlo con mis ojos. También bebimos un
sorbete de soja, que era refrescante pero no sabía demasiado bien. Era como
granizado de guisantes. Regresamos después a la facultad, donde estuvimos
trabajando hasta pasadas las 22:00. Comimos unos pedazos de sandía y me esforcé
por no salpicar el escritorio.
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