18- Semana de relax
5, 6, 7 y 8 de junio
Llegó mi primer domingo libre en Beijing. ¿En qué decidí
gastar mi valioso tiempo aquí? Pues en ir a la facultad a trabajar, claro está.
Lo que me sorprendió no fue que estuviera abierta, sino que estuviera atestada
de gente como cualquier otro día. La alumna de doctorado del Prof. Fei-Hai vino
a trabajar a uno de los sofás de nuestro despacho, por lo que da la impresión
de que los domingos se da el callo incluso más que por semana.
Por la mañana el Dr. Bi-Cheng me ofreció una bolsa con
pequeñas escamas secas de color blanquecino. Se trataba de rodajas de raíz de
ginseng, que se toman con agua hirviendo, como si de un té se tratase. El sabor
es aceptablemente bueno, tratándose de una medicina tradicional china uno
espera que sepan a rayos. La propia raíz no se come, tiene un regusto a tierra
y deja cierto picor en la boca. Tras almorzar en el comedor fuimos a la tienda
y compramos unos cocos, con una pajita para beber el líquido de su interior.
Sabe a lo que cabe esperar, a coco, aunque me parece un desperdicio no poder
acceder a la carne de su interior. El Dr. Bi-Cheng comentó que en la provincia
al sur de China, Hainan, son populares las sopas elaboradas a partir de coco.
El resto de día transcurrió plácidamente en el despacho de la facultad, sin
ningún suceso memorable.
El lunes por la tarde fuimos a revisar las plantas en el
invernadero. Pese a llevar pocos días en agua ya empiezan a echar raíces. La
idea es dejarlas una semana en agua, trasplantarlas a macetas durante dos
semanas para que se recuperen por completo y entonces comenzar el experimento.
Mientras regresábamos a la facultad comiendo unos helados, pasamos frente a una
pista de atletismo donde ocurría algo llamativo: pequeños grupos de
estudiantes, todos vestidos con camisetas verdes y pantalones de camuflaje,
realizaban marchas o practicaban lo que parecían ser artes marciales. El Dr.
Bi-Cheng me comentó que eran estudiantes de la BFU a los cuales el
entrenamiento de dos semanas les había parecido poca cosa, y que querían
prepararse a fondo para defender su país. Quienes los adiestraban eran soldados
de verdad (aunque a mí me parecían todos iguales, ya que el uniforme era el
mismo). Entre lo de trabajar fines de semana y festivos o que los
universitarios quieran tener entrenamiento militar, empiezo a entender la
mentalidad de la gente de por aquí.
El martes probé una fruta nueva, tan nueva que ni sabía de
su existencia. Vi que en la papelera del despacho había unas cáscaras
esféricas, que parecían más de un huevo que de una fruta por lo redondas que
eran. Al preguntar al Dr. Bi-Cheng, me dijo que eran de una fruta llamada
“longan” y me dio un puñado. Es muy parecido al lychee, pero en lugar de tener
una cubierta carnosa la tiene dura, hay que romperla con las uñas para acceder
al interior. De hecho, ambas plantas pertenecen a la misma familia. Por dentro,
al igual que el lychee, tiene una pulpa blanquecina jugosa rodeando una
semilla. Sin embargo, las que me dio el Dr. Bi-Cheng estaban secas, por lo que
el interior parecía una uva pasa. La semilla no se come, aunque mordí una por
accidente y sabía a chocolate. El nombre común de la fruta es “ojo de dragón”,
pues al abrir la cubierta la pulpa transparente deja ver la semilla como si
fuera la pupila de un ojo. Supuestamente, ya que no las he probado frescas.
La cena del martes trajo otra sorpresa inesperada. Me
encontraba en la cafetería con el Dr. Bi-Cheng y los profesores Fei-Hai y
Alpert, pedí lo que supuse que eran alubias rojas con verduras y resultó ser el
famoso pollo Kung Pao. Pollo con cacahuetes, calabacín picado, guindillas y una
salsa espesa y picante. Es una comida típica de China y bastante famosa en el
extranjero (estoy seguro de haberlo probado en algún restaurante chino), aunque
no se trata de ninguna receta milenaria, sino del siglo XIX. El nombre de la
receta proviene de un gobernador de la dinastía Qing que recibió el título de
Gong Bao (guardián palaciego). Pero no tengo claro si la receta la inventó él o
es que le gustaba tanto que le pusieron su nombre. Curiosamente, el nombre del plato
no era bien visto durante la Revolución Cultural (por estar asociado a la época
imperial), así que se cambió por “cubos de pollo con chiles”. Cuando terminó la
revolución cultural volvieron a ponerle el nombre original. Estaba para
chuparse los dedos y dudo que en ningún restaurante de España pueda conseguirse
por el equivalente a 5 yuanes.
El miércoles descubrí por qué motivo pican los vegetales del
desayuno. No se trata de ningún alga, es que le echan pimienta de Sichuan a las
verduras, con cáscara y todo. ¿Qué clase de mente enferma echa pimienta a los
tallos de apio? Seguramente alguien que odia el sabor tanto como yo. Acompañé
los vegetales de una especie de croqueta aplastada, que resultó ser patata
dulce frita. El interior era esponjoso como una mouse, de color morado, el
sabor era parecido a meterse en la boca cucharadas de azúcar. Al mediodía probé
junto con el arroz unas tiras de carne de color gris-azulado, cubiertas por una
capa de tejido de aspecto peculiar, en forma de cuadrículas. Empecé a comerlo
convencido de que era algún tipo de marisco, cuando le pregunté al Dr. Bi-Cheng
de qué se trataba. Mal hecho. Resultó ser estómago de vaca, mezclado con otras
vísceras. El sabor no era malo, tenía una textura gomosa, pero no fui capaz de
terminar el plato. Probamos también un plato tradicional de la cocina china,
bolas de arroz envueltas en hojas de palma. El arroz estaba pegajoso porque las
bolas contenían dátiles en su interior (dátiles chinos), el sabor era parecido
al de las castañas asadas.
Por la tarde llegó al despacho una caja enorme, rodeada por
tablones de madera que tuvimos que desencajar para abrir el paquete. El Dr.
Bi-Cheng había comprado una pecera, más grande que la que ya había en el
despacho, para poder disponer de más insectos. Fuimos a dejar varias cajas al
undécimo piso, que es donde se encuentran los laboratorios del departamento.
Parecen bien equipados, tienen por ejemplo una máquina que mide la resistencia
mecánica de las hojas otra que mide
concentraciones de dióxido de carbono y metano. Me asomé a la ventana para ver
la vista frontal de la facultad (la ventana de mi despacho da a la parte
trasera) y cuál fue mi sorpresa al ver que el edificio de delante tiene un
jardín en su tejado. Muy bien cuidado, con setos e incluso bancos para
sentarse. Tras la cena fuimos al invernadero a por sustrato y plantas para la
pecera. Llenamos varios sacos de tierra, que tuvimos que transportar de vuelta
a la facultad sobre una bicicleta que empujamos entre ambos. La imagen era
bastante cómica. La pecera, llena de tierra y plantas que todavía están un poco
mustias, la tengo justo detrás del ordenador. La parte positiva de esto es que
no tendré ni que girar la cabeza para quedarme absorto contemplando los
escarabajos.
Durante la cena salió un tema de conversación interesante:
el de los visados. Para viajar desde China al extranjero hay 50 países que no
solicitan visado, mientras que los restantes sí. Para ir a EEUU, por ejemplo,
es necesario tener uno. Pregunté si hacía falta solicitar permiso al gobierno
chino para abandonar el país, pues no me extrañaría. No es necesario pedir
permiso, pero sí tener un piso en propiedad o 50.000 yuanes en una cuenta del
banco. Esto sirve para evitar que la gente “huya” del país, garantizando que
dejan algo valioso detrás. Existía un refrán popular hace 20 años en China que
rezaba “la luna es más grande en los demás países”, haciendo referencia a la
calidad de vida. Sin embargo, imagino que la gente con pocos recursos lo tiene
difícil para irse. Por la noche, mientras regresaba al hotel, vi algo que
superó al episodio de entrenamiento militar que había visto el lunes. Ya desde
la primera semana, cuando me quedaba a trabajar hasta tarde en el despacho, oía
gritos que provenían del campus, que según el Dr. Bi-Cheng eran estudiantes. A
eso de las 22:00, en una pequeña plaza, me encontré con un grupo de estudiantes
con camisetas verdes y pantalones de camuflaje, que siguiendo los gritos de sus
instructores realizaban un desfile, moviendo los brazos sujetando armas
inexistentes. Resultaba fascinante e inquietante a partes iguales.
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