martes, 21 de junio de 2016

18- Semana de relax



18- Semana de relax
5, 6, 7 y 8 de junio
Llegó mi primer domingo libre en Beijing. ¿En qué decidí gastar mi valioso tiempo aquí? Pues en ir a la facultad a trabajar, claro está. Lo que me sorprendió no fue que estuviera abierta, sino que estuviera atestada de gente como cualquier otro día. La alumna de doctorado del Prof. Fei-Hai vino a trabajar a uno de los sofás de nuestro despacho, por lo que da la impresión de que los domingos se da el callo incluso más que por semana. 
Por la mañana el Dr. Bi-Cheng me ofreció una bolsa con pequeñas escamas secas de color blanquecino. Se trataba de rodajas de raíz de ginseng, que se toman con agua hirviendo, como si de un té se tratase. El sabor es aceptablemente bueno, tratándose de una medicina tradicional china uno espera que sepan a rayos. La propia raíz no se come, tiene un regusto a tierra y deja cierto picor en la boca. Tras almorzar en el comedor fuimos a la tienda y compramos unos cocos, con una pajita para beber el líquido de su interior. Sabe a lo que cabe esperar, a coco, aunque me parece un desperdicio no poder acceder a la carne de su interior. El Dr. Bi-Cheng comentó que en la provincia al sur de China, Hainan, son populares las sopas elaboradas a partir de coco. El resto de día transcurrió plácidamente en el despacho de la facultad, sin ningún suceso memorable.
El lunes por la tarde fuimos a revisar las plantas en el invernadero. Pese a llevar pocos días en agua ya empiezan a echar raíces. La idea es dejarlas una semana en agua, trasplantarlas a macetas durante dos semanas para que se recuperen por completo y entonces comenzar el experimento. Mientras regresábamos a la facultad comiendo unos helados, pasamos frente a una pista de atletismo donde ocurría algo llamativo: pequeños grupos de estudiantes, todos vestidos con camisetas verdes y pantalones de camuflaje, realizaban marchas o practicaban lo que parecían ser artes marciales. El Dr. Bi-Cheng me comentó que eran estudiantes de la BFU a los cuales el entrenamiento de dos semanas les había parecido poca cosa, y que querían prepararse a fondo para defender su país. Quienes los adiestraban eran soldados de verdad (aunque a mí me parecían todos iguales, ya que el uniforme era el mismo). Entre lo de trabajar fines de semana y festivos o que los universitarios quieran tener entrenamiento militar, empiezo a entender la mentalidad de la gente de por aquí.
El martes probé una fruta nueva, tan nueva que ni sabía de su existencia. Vi que en la papelera del despacho había unas cáscaras esféricas, que parecían más de un huevo que de una fruta por lo redondas que eran. Al preguntar al Dr. Bi-Cheng, me dijo que eran de una fruta llamada “longan” y me dio un puñado. Es muy parecido al lychee, pero en lugar de tener una cubierta carnosa la tiene dura, hay que romperla con las uñas para acceder al interior. De hecho, ambas plantas pertenecen a la misma familia. Por dentro, al igual que el lychee, tiene una pulpa blanquecina jugosa rodeando una semilla. Sin embargo, las que me dio el Dr. Bi-Cheng estaban secas, por lo que el interior parecía una uva pasa. La semilla no se come, aunque mordí una por accidente y sabía a chocolate. El nombre común de la fruta es “ojo de dragón”, pues al abrir la cubierta la pulpa transparente deja ver la semilla como si fuera la pupila de un ojo. Supuestamente, ya que no las he probado frescas.
La cena del martes trajo otra sorpresa inesperada. Me encontraba en la cafetería con el Dr. Bi-Cheng y los profesores Fei-Hai y Alpert, pedí lo que supuse que eran alubias rojas con verduras y resultó ser el famoso pollo Kung Pao. Pollo con cacahuetes, calabacín picado, guindillas y una salsa espesa y picante. Es una comida típica de China y bastante famosa en el extranjero (estoy seguro de haberlo probado en algún restaurante chino), aunque no se trata de ninguna receta milenaria, sino del siglo XIX. El nombre de la receta proviene de un gobernador de la dinastía Qing que recibió el título de Gong Bao (guardián palaciego). Pero no tengo claro si la receta la inventó él o es que le gustaba tanto que le pusieron su nombre. Curiosamente, el nombre del plato no era bien visto durante la Revolución Cultural (por estar asociado a la época imperial), así que se cambió por “cubos de pollo con chiles”. Cuando terminó la revolución cultural volvieron a ponerle el nombre original. Estaba para chuparse los dedos y dudo que en ningún restaurante de España pueda conseguirse por el equivalente a 5 yuanes.
El miércoles descubrí por qué motivo pican los vegetales del desayuno. No se trata de ningún alga, es que le echan pimienta de Sichuan a las verduras, con cáscara y todo. ¿Qué clase de mente enferma echa pimienta a los tallos de apio? Seguramente alguien que odia el sabor tanto como yo. Acompañé los vegetales de una especie de croqueta aplastada, que resultó ser patata dulce frita. El interior era esponjoso como una mouse, de color morado, el sabor era parecido a meterse en la boca cucharadas de azúcar. Al mediodía probé junto con el arroz unas tiras de carne de color gris-azulado, cubiertas por una capa de tejido de aspecto peculiar, en forma de cuadrículas. Empecé a comerlo convencido de que era algún tipo de marisco, cuando le pregunté al Dr. Bi-Cheng de qué se trataba. Mal hecho. Resultó ser estómago de vaca, mezclado con otras vísceras. El sabor no era malo, tenía una textura gomosa, pero no fui capaz de terminar el plato. Probamos también un plato tradicional de la cocina china, bolas de arroz envueltas en hojas de palma. El arroz estaba pegajoso porque las bolas contenían dátiles en su interior (dátiles chinos), el sabor era parecido al de las castañas asadas.
Por la tarde llegó al despacho una caja enorme, rodeada por tablones de madera que tuvimos que desencajar para abrir el paquete. El Dr. Bi-Cheng había comprado una pecera, más grande que la que ya había en el despacho, para poder disponer de más insectos. Fuimos a dejar varias cajas al undécimo piso, que es donde se encuentran los laboratorios del departamento. Parecen bien equipados, tienen por ejemplo una máquina que mide la resistencia mecánica de las hojas  otra que mide concentraciones de dióxido de carbono y metano. Me asomé a la ventana para ver la vista frontal de la facultad (la ventana de mi despacho da a la parte trasera) y cuál fue mi sorpresa al ver que el edificio de delante tiene un jardín en su tejado. Muy bien cuidado, con setos e incluso bancos para sentarse. Tras la cena fuimos al invernadero a por sustrato y plantas para la pecera. Llenamos varios sacos de tierra, que tuvimos que transportar de vuelta a la facultad sobre una bicicleta que empujamos entre ambos. La imagen era bastante cómica. La pecera, llena de tierra y plantas que todavía están un poco mustias, la tengo justo detrás del ordenador. La parte positiva de esto es que no tendré ni que girar la cabeza para quedarme absorto contemplando los escarabajos.
Durante la cena salió un tema de conversación interesante: el de los visados. Para viajar desde China al extranjero hay 50 países que no solicitan visado, mientras que los restantes sí. Para ir a EEUU, por ejemplo, es necesario tener uno. Pregunté si hacía falta solicitar permiso al gobierno chino para abandonar el país, pues no me extrañaría. No es necesario pedir permiso, pero sí tener un piso en propiedad o 50.000 yuanes en una cuenta del banco. Esto sirve para evitar que la gente “huya” del país, garantizando que dejan algo valioso detrás. Existía un refrán popular hace 20 años en China que rezaba “la luna es más grande en los demás países”, haciendo referencia a la calidad de vida. Sin embargo, imagino que la gente con pocos recursos lo tiene difícil para irse. Por la noche, mientras regresaba al hotel, vi algo que superó al episodio de entrenamiento militar que había visto el lunes. Ya desde la primera semana, cuando me quedaba a trabajar hasta tarde en el despacho, oía gritos que provenían del campus, que según el Dr. Bi-Cheng eran estudiantes. A eso de las 22:00, en una pequeña plaza, me encontré con un grupo de estudiantes con camisetas verdes y pantalones de camuflaje, que siguiendo los gritos de sus instructores realizaban un desfile, moviendo los brazos sujetando armas inexistentes. Resultaba fascinante e inquietante a partes iguales. 

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