2- Llegada al país de Mao
19 de mayo
*Nota aclaratoria* La primera parte del texto, la del viaje,
la escribí al final de mi primer día en China. Esto lo estoy escribiendo la
mañana del segundo día. Al principio no estaba convencido de si merecía la pena
escribir nada de esto, ya que fue iniciativa de mi madre. Sin embargo, tras una
abrumadora cantidad de pequeños detalles que he visto desde ayer hasta hoy,
creo que sí será interesante dejar por escrito las cosas que vivo aquí. La
diferencia de culturas es bastante mayor de lo que había previsto antes del
viaje. Dicho esto, prosigo con el relato.
Durante mi espera en Heathrow había escrito en un folio el
nombre de la persona que me iría a esperar al aeropuerto de Beijing: el doctor
Bi-Cheng, de la Beijing Forestry University. Tras dar una vuelta por la sala de
espera mostrando el papel, caí en la cuenta de que nadie me estaba esperando
allí. Intenté conectarme a la red wifi del aeropuerto, pero no lo conseguí ni
con el móvil ni con el portátil. Comencé
preocuparme en serio. En Heathrow no había conseguido enviar whatsapps a
España, pero sí emails. La cuenta de email que uso normalmente, y esto tenía
más importancia de la que yo pensaba, es de Gmail. Gmail, que pertenece a
google. Como recurso desesperado, aunque creía que mi teléfono no funcionaría,
intenté llamar al único número de teléfono que conocía en China: el profesor
Fei-Hai Yu, también de la BFU, que había dirigido la tesis del Dr. Bi-Cheng.
Funcionó, pude hablar con él, pero resultó que ninguno de nosotros hablaba
demasiado bien inglés, por lo que la conversación por teléfono fue farragosa.
Entendí que el Dr. Bi-Cheng estaba en el aeropuerto todavía, pero no en la
terminal, y que lo llamara. Cuando pregunté cuál era su número, el Prof.
Fei-Hai colgó.
El aeropuerto de Barajas tiene un metro no tripulado que une
la terminal 4 con la 4S (satélite), que yo había cogido el día anterior.
También el aeropuerto de Heathrow tiene un sistema parecido, al menos en la
terminal internacional. El aeropuerto de Beijing cuenta con un tren, no sabría
decir si tripulado o no, que une el aeropuerto con la terminal internacional.
Este tren realiza parte del trayecto en la superficie y a una velocidad
relativamente baja. Se ve que el tren es viejo en comparación con los otros,
pero es igual de útil. Durante el trayecto recibí otra llamada, esta vez del
Dr. Bi-Cheng. Su inglés era (es) bastante malo, y me costó entender lo que
decía. EL mío tampoco es para tirar cohetes, especialmente la pronunciación.
Por fin entendí que me esperaba en el Currency Exchange de la entrada.
Perfecto, pues. Sin embargo, todavía me hice un lío a la hora de recoger mi
maleta facturada. Con los nervios de encontrar al Dr. Bi-Cheng, busqué la
maleta en la primera cinta transportadora que vi, creyendo que era la única.
Luego vi que en otra estaban descargando maletas de un vuelo procedente de
Londres, pero tampoco la encontré. Cuando dejaron de aparecer maletas fui a
información a preguntar, entonces me di cuenta de que se trataba de un vuelo
diferente al mío, que había llegado hacía más de una hora. La cinta con las
maletas de mi vuelo estaba vacía y parada, encontré mi maleta apartada en una
esquina. Con todo dispuesto y tras cruzar varias llamadas más con el Dr.
Bi-Cheng (descubrí que él me podía enviar sms pero yo a él no), me dirigí a la
salida. Me encontré de frente con una barandilla atestada de gente, con folios
con el nombre de la persona a la que estaban esperando. Visto desde esa
perspectiva, yo había montado un follón por nada. Todo lo que tenía que hacer
en un principio era salir de la terminal, coger la maleta y salir del
aeropuerto. Perdí casi una hora dando vueltas, la cual se sumó a las cuatro
horas de retraso del vuelo.
Encontré casi al final, frente al Currency Exchange, un
cartel con mi nombre. Mi sorpresa fue enorme al ver que el Dr. Bi-Cheng
semejaba un adolescente, y le acompañaba un estudiante de doctorado del Prof.
Fel-Hai (cuyo nombre no recuerdo, pues no lo he visto por escrito y mi memoria
es mala hasta para los nombres europeos) que parecía otro adolescente,
regordete. Nos saludamos y antes de abandonar el aeropuerto aproveché para
cambiar dinero. Recordemos que en Londres el cambio por 5€ era 1,15 libras.
Aquí, ya cansado de tantas vueltas, decidí cambiar 50€, por si volvía a
perderme y necesitaba comprar comida. Me advirtieron que la tasa era de 60
yuanes, pero no me detuve a pensar si era mucho o poco. El resultado fueron 279
yuanes, en distintos billetes y monedas. Desde luego, de hambre no voy a morir
durante mi estancia. Eso espero, vaya. Haciendo un cálculo incluyendo la tasa,
el cambio sale a 6,78 yuanes por euro. Tenía entendido que la tasa de cambio
era de 7 en el mejor de los casos y que en el aeropuerto solía ser bastante
mala, en torno a 5. En fin, mejor.
Fuimos a la parada de taxis de la salida y me encontré con
la primera diferencia cultural: aquí no se usan los cinturones de seguridad.
Deberían, ya que los vehículos llevan y hay por la autopista señales indicando
su uso, pero los asientos del taxi no tenían dónde enganchar los cinturones.
Durante el viaje estuve hablando con mis compañeros. El estudiante de nombre
desconocido me preguntó si yo estaba casado, me reí y respondí que no. Luego me
preguntó por la edad. Cuando le dije que tenía 23 años, ambos se giraron a la
vez, sorprendidos. Resulta que ellos, pese a parecer adolescentes, eran algo
mayores que yo. El estudiante tiene 26 años y el Dr. Bi-Cheng 30. Yo les
parecía muy joven, particularmente cuando dije que estaba en mi primer año de
tesis y que era mi primer viaje al extranjero. Tampoco debería extrañarme, ya
en España la gente me echa por lo general más años de los que tengo. Durante el
viaje desde el aeropuerto a la ciudad vi varias cosas peculiares: coches
adelantando por el arcén de la derecha como si se tratase de otro carril; un
autobús grande, de dos vagones (no conozco la forma correcta de llamar a eso),
circulando con el capó trasero abierto y el motor echando humo; y un coche que
se paraba casi en seco, recibiendo muchas pitadas, para atravesar en línea
recta cuatro carriles y meterse por un desvío. Recordé que alguien me había
dicho que debería traer a China el carnet de conducir, por si me surgía la
necesidad. Rotundamente no, gracias. De todos modos, aquí no serviría para
nada. Pasamos al lado de edificios descomunales, no como los que estoy
acostumbrado a ver en Coruña. Bloques de viviendas de 20 o 30 plantas por
doquier, cada ventana con su aire acondicionado correspondiente. El viaje en
taxi hasta la universidad, que duró más de media hora, costó 95 yuanes. Me fijé
en ese detalle para tener una referencia, sabiendo que había sido un viaje
largo. Caro que, cuando pregunté si la universidad estaba lejos del centro de
la ciudad, la respuesta que obtuve fue “no, está cerca, a 30Km”. A un paseo, vaya.
Llegamos por fin a la BFU, tras haber pasado frente a otras
universidades que tenían su nombre indicado sobre el edificio con letras
enormes de neón rojo. El edificio principal de la BFU, que yo había visto en
fotos, tiene 12 plantas y es más ancho que alto. Comenté lo grande que me
parecía, a lo que mis compañeros se rieron y respondieron que no, que era
pequeño. Atravesamos una puerta de seguridad con vigilantes, que me indicaron
estaba cerrada a partir de las 19:00 (aunque a menos de 100 metros hay otra
puerta abierta las 24h). Esa era la puerta sur a la BFU. La BFU está compuesta
por varios edificios, cada uno destinado a una función. Entre los edificios hay
carriles para la circulación de coches
bicicletas, así como unos jardines amplios y con numerosas plantas, muy
bien cuidadas. Me comentaron que había unas 1000 especies, lo cual no me parece
descabellado viendo el tamaño de los jardines. Nos dirigimos al edificio
principal, el que tiene el nombre de la BFU sobre el tejado. Para acceder
tuvimos que pasar por debajo de unas escaleras inmensas, que llevan a la
primera planta del edificio. Bajo estas escaleras, frente a la entrada al
edificio principal, había estacionadas cientos de bicicletas y motocicletas.
Viendo lo grande que es todo en esta ciudad, me explico que la gente prefiera
esos medios de transporte a ir andando.
Al entrar en el edificio vi cuatro carteles con fotografías
de la policía y advertencias, pero al estar escritos en chino no entendí nada
de lo que ponían. Subimos en ascensor hasta la última planta, la 12, donde está
el departamento en el cual trabajaré, el cual si no me confundo se llama
“Wetlands ecology”. Me fijé al subir en el ascensor que el edificio tiene
planta 4, ya que había escuchado que muchos edificios en China omiten esta
planta por ser el carácter correspondiente parecido al de “muerte”. Dejé mis
maletas en el despacho del Dr. Bi-Cheng, y antes de realizar los trámites
necesarios tras mi llegada me detuve unos minutos para ponerme en contacto con
mi familia, que no tenía noticias mías desde el día anterior. Fue entonces
cuando me explicaron que aquí en China no funciona Gmail, al no funcionar
Google, ni tampoco funciona Facebook. No haré comentarios al respecto, ya que
implican puntos de vista políticos y no es ese el motivo por el que escribo mis
experiencias en China. Puedo sobrevivir sin Facebook perfectamente seis meses,
el problema es la cuenta de correo electrónico. Probé el correo de la UDC,
Zimbra, y ese funcionaba, pero no me dejaba enviar un correo a mi madre, que
usa Gmail, así que me puse en contacto con mi director de tesis en la UDC, el
Prof. Sergio Roiloa, para indicarle que había llegado bien y que se pusiera en
contacto con mi madre. Parecerá una tontería, no es que yo tuviera necesidad
urgente de contactar con mi familia, pero me imaginaba que estarían preocupados
al no tener noticias mías.
Conocí entonces al Prof. Peter Alpert, de California, que
está realizando una estancia en la BFU, al igual que yo. Haré aquí un pequeño
inciso: los profesores Fei-Hai y Roiloa se conocieron hace años mientras
realizaban sus postdoctorados en California, bajo la supervisión del profesor
Alpert. Es debido a esto que me hallo realizando una estancia en China
actualmente. El Prof. Alpert es una eminencia en el campo de las plantas
invasoras y he revisado numerosos trabajos suyos como bibliografía para mi
tesis. Resulta de lo más agradable (y útil, por descontado) trabajar con gente
tan ilustrada. Resultó ser un hombre mayor, con el pelo ya cano, que habla poco
pero en un perfecto inglés. También habla algo de español. Finalmente conocí al
Prof. Fei-Hai, que me dio la bienvenida a la BFU.
Pasé entonces a realizar una serie de trámites con el Dr.
Bi-Cheng, de los cuales no entendí casi nada, pues hablaba en chino con el
resto de la gente. Mientras íbamos de un edificio a otro, pasamos entre dos
particularmente grandes, uno de 30 plantas y otro de más de 20. Me quedé
sorprendido y le pregunté si seguíamos en la BFU. Al no entender la pregunta,
pregunté si esos edificios eran parte de la BFU. Me respondió que sí, que eran
parte de la residencia femenina. Posteriormente comentó que hacía falta una
hora para dar un paseo alrededor de la BFU. Tranquilamente es más grande que
todas las facultades y residencias de la UDC juntas, y se trata sólo de la
Universidad Forestal. Siempre que comento lo grande que me parece la BFU, la
gente se ría y responde que es pequeña en comparación con otras.
Volviendo a los trámites, fuimos en primer lugar al edificio
de relaciones internacionales, donde entregué la carta de admisión, otro
documento que ellos me habían enviado hace meses por correo y fotocopiaron mi
visado. Se aseguraron de que mi estancia en el país fuera a ser menor que el
límite del visado, que son 180 días (clase X1, la X2 es para estancias de
estudio mayores). A continuación fuimos a solicitar una tarjeta electrónica
recargable, para usar por ejemplo en el comedor. Respondieron que las tenían
agotadas y que regresara en dos semanas. Fuimos por último a la residencia para
estudiantes extranjeros, donde o pensaba que me quedaría. El Dr. Bi-Cheng
pensaba lo mismo. Sin embargo, al llegar nos dieron una bolsa enorme con un
edredón y una almohada. Recuerdo claramente la escena que ocurrió a
continuación, pues parece sacada de un anime: El Dr. Bi-Cheng y yo, agarrando
cada uno una de las asas de la bolsa, atravesando una calle con peatones y
bicicletas, al lado de una autovía con un paso elevado para cruzarla, enfrente
de un hotel con caracteres chinos de neón y un restaurante chino (cómo no) en la
planta baja, con soldados de terracota vigilando las puertas.
Todo parece indicar que ese hotel será mi residencia los
próximos seis meses. Al registrarme, me dieron una llave electrónica con la que
acceder al hotel y abrir la habitación. Por lo visto, este hotel, situado entre
dos entradas a la BFU, es el que ocupan los estudiantes extranjeros que no
residen dentro del recinto de la universidad. Sucedió que subimos a la última
planta, donde está mi habitación, y al abrir la puerta encontramos que había alguien
viviendo allí. Mientras esperábamos en el pasillo y el Dr. Bi-Cheng preguntaba
si se había producido algún error, apareció un hombre de aspecto árabe, que nos
saludó efusivamente. Parecía conocerme y dijo que sería mi compañero de
habitación. Cuando se hubo marchado, el Dr. Bi-Cheng y yo intercambiamos una
mirada de asombro y él realizó varias llamadas por teléfono, buscando otra
alternativa habitacional. Comentó incluso la idea de que me fuera a vivir con
él, pese a que su casa sólo tiene un dormitorio y yo tendría que dormir en la
sala de estar.
Seguíamos discutiendo las opciones, cuando mi compañero de
habitación salió por el pasillo, vestido con atuendo deportivo, y se despidió
muy amablemente. Al verlo esta segunda vez, pensé que mi primera impresión de
rechazo había sido exagerada, de modo que entramos en la habitación para dejar
el edredón y la almohada. No estaba tan desordenada como me había parecido al
abrir la puerta por primera vez. Había plantas en la ventana y en el cuarto de
baño, incluso una pecera con su pez correspondiente nadando entre las raíces de
una. Quitando el desorden general, debido a que el espacio era escaso, la
habitación estaba aceptablemente limpia. El baño estaba algo más descuidado, la
ducha consiste en losas de piedra separadas del resto del suelo por ladrillos.
Un poco rústico, pero suficiente para cumplir las funciones básicas. Véase:
dormir, ducharse y usar el retrete.
Ya eran las 17:30 cuando regresamos a la facultad. Salimos a
cenar con los profesores Fei-Hai, Alpert y una estudiante de doctorado de
Fei-Hai. El lugar escogido resultó ser el restaurante debajo de mi hotel.
Teníamos una mesa reservada, de las que son circulares y tienen una plataforma
de cristal en el centro, que se hace girar. No me enteré de qué platos se
pidieron, pues la conversación fue en chino, pero describiré lo que cenamos: En
primer lugar, una fuente con verduras semejantes a césped y carne de ternera.
Una especie de hamburguesa con dos bollos de pan, carne picada y cebolla. Un
plato de soja con otras verduras (soja de verdad, no lo que venden en los
supermercados de España y en realidad son judías Mungo). Un bol con sopa de
setas que no llegué a probar. Una fuente enorme de sopa de pescado, con un
color amarillo intenso. Un plato con bolas semejantes al helado de nata, que
era en realidad patata, cubiertas con salsa morada. Por último, una olla con
tofu. Nunca lo había probado antes de venir a China (probablemente el de España
sea una imitación mala), pero a presentación era peculiar. La olla, que se
apoyaba sobre patas, estaba tan caliente que parte del tofu estaba hirviendo y
humeaba. La base de la olla estaba candente por algunos puntos.
Para beber, pedimos cerveza y trajeron además una jarra fría
de zumo, morado, de una fruta cuyo nombre no recuerdo pero que pienso comprar,
pues estaba delicioso. La cerveza merece mención aparte. Eran botellas de medio
litro, con líquido de color claro como el champagne, que supuestamente tenían
10 grados de alcohol. Supongo que la graduación china tiene un factor de
conversión del 1000%, porque me la bebí como si de agua carbonatada se tratara,
mientras que algunos de los presentes mostraban signos de embriaguez al final
de la noche.
Los platos de comida se colocaban en la plataforma de
cristal, que se hacía girar cada cierto tiempo (siempre en un mismo sentido)
para que todos pudiéramos comer de cada plato. Otra utilidad de la plataforma
de cristal son los brindis. Una vez llena la mesa de comida, en lugar de chocar
las copas en lo alto, se golpean dos veces contra el cristal y luego se bebe.
En lugar de “chin-chin”, que es la expresión típica en España, aquí dicen
“cheers”, que es típica de los países anglosajones. Para mi horror, sólo había
a la mesa palillos y en el restaurante no tenían tenedores. Sin embargo, tras
mucho empeño, conseguí llevarme algo a la boca. Las sopas se tomaban en un
cuenco con una cuchara. La de pescado estaba tan picante que no conseguí tomar
más de tres cucharadas. Por lo demás, el puré de patata y la soja estaban
deliciosos. Cuando pregunté si se trataba de helado,
comenzaron a explicarme que se trataba de la “capa protectora” de un animal,
haciendo referencia con gestos a la capa de grasa del estómago. Luego dijeron
que era una broma, que en realidad se trataba de patata.
Durante los últimos años he tenido ciertos problemas a la
hora de alimentarme en España. Digamos que soy bastante tiquismiquis con lo que
como. Sin embargo, durante mi estancia aquí pienso ponerle remedio. Si no sé
qué estoy comiendo, no tendré problemas para comerlo, así de simple.
Al final de la velada nos dirigimos de nuevo a la
universidad. Eran ya las 19:00 y comenzaba a ponerse el sol. Nos despedimos,
recogí mis maletas y me dirigí junto con el Dr. Bi-Cheng al hotel. Allí nos
cruzamos con mi compañero de habitación, que se ofreció amablemente a llevar mi
maleta. Una vez en la habitación, comenzó a hablar en chino con el Dr.
Bi-Cheng. Me parecía sorprendente que un extranjero pudiera tener semejante
dominio del chino, lo cual me da esperanzas de hacer lo propio. Resultó ser
pakistaní y su nombre es Aini. Cuál fue mi sorpresa al enterarme de que se
dedica a lo mismo que yo: está haciendo una tesis doctoral en ecología. Incluso
me enseñó los manuscritos de varios de sus papers. Lleva un año en Beijing, por
lo cual me parece meritorio su forma tan desenvuelta de hablar chino. Tras
ayudarme con las maletas y disculparse por el desorden general de la
habitación, me dio algunas indicaciones para desenvolverme por la universidad.
Un detalle de la habitación, en el que no había reparado anteriormente, es que
las camas tienen tablones por los laterales casi hasta el suelo, lo cual impide
colocar cosas debajo, ni siquiera calzado. Me parece un error grave de diseño.
Había sido un día largo y agotador (dos días, más bien), así
que caí rendido en cuanto me metí en la cama. Dos detalles más: el primero, las
ventanas aquí no tienen persianas, sino que se cierran por la noche con
cortinas. El segundo, hace tanto calor que las camas no tienen sábanas, se
duerme echándose el edredón por encima. Y resulta de lo más cómodo.
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