1 – El viaje
18 de mayo
Sonó el despertador de mi teléfono móvil a las 3:00 de la
madrugada. Me levanté casi de un salto, emocionado. Estaba recién afeitado de
la tarde anterior, no asomaba ni un pelo en mis mejillas. Me ducho, desayuno y
a las 4:00 nos ponemos en marcha hacia el aeropuerto de La Coruña (Alvedro).
Llegamos, como era de esperar, antes de las 5:00, así que nos lo encontramos
cerrado. Al rato lo abren, facturo una maleta y enciendo el móvil. Me encuentro
con varios whatsapps de despedida y un par de emails que me llenan de ánimos
para afrontar el día que me espera. Abren la terminal, me despido de mis padres
y entro. Me llama la atención que hay que atravesar la tienda de regalos para
acceder a la terminal. Al menos es sólo una tienda, no un centro comercial
entero como en Barajas.
A las 6:45 cojo el primer vuelo, el más corto, hacia Madrid.
El viaje se hace breve, menos de una hora. Curiosamente, pasamos por encima del
vertedero ilegal que se incendió la semana pasada, del cual sale todavía humo
blanco. Al otro lado de una autopista, una urbanización a medio construir,
también ilegal. Marca España. Una vez fuera del avión, busco en los paneles la
siguiente puerta de embarque, pero todavía faltan un par de horas para la
salida. Me tomo un café por el que me clavan 2,2€ y desayuno unas almendras. El
aeropuerto, muy bien señalizado y con todo muy moderno, parece construido
dentro de un centro comercial. Cogí el siguiente vuelo, hacia Heathrow, pasadas
las 10.30.
Este viaje también se me hace corto. He escogido como
acompañante para la jornada a Chaucer, con sus Cuentos de Canterbury. Nos
sirven un aperitivo, un emparedado de pollo y bacon que está bueno. Una niebla
espesa impide ver la costa de Inglaterra, y hasta que no descendemos para tomar
tierra en Londres apenas se distingue nada. Llegamos a las 13:00 hora española,
12:00 hora local. Cae una agradable llovizna fuera del aeropuerto. El siguiente
vuelo, en principio, saldría a las 16:00 hora local, así que busco un buen
sitio para comer algo y leer. Buen sitio equivale a buenas vistas del
aeropuerto, que no está la economía como para ir de restaurantes habiendo
barritas de cereales en la maleta. Intento cambiar 5 euros a libras para
comprar un botellín de agua, pero entre tasas y gaitas se quedaba la cosa en
1,15 libras, una miseria. La chica del Currency Exchange, muy amable, me
pregunta para qué quiero cambiar tan poco dinero y me indica que en una tienda
se puede pagar con euros. Eso sí, el cambio lo dan en libras. Perfecto para mí,
que colecciono monedas. Pago con un billete de 5€ y me devuelven 2,47 libras.
Ni idea de cuánto me costó la botella de agua, pero he conseguido seis monedas
nuevas.
Volviendo a los aviones, la salida del vuelo se retrasó en
tierra hasta las 17:30. Una vez en el avión, siguen retrasando el vuelo, poco a
poco, hasta casi las 18:00. Es decir, salgo 4 horas tarde y, al estar dentro
del avión sin wifi ni roaming, no he podido avisar a nadie. Me preocupa que
quien me vaya a buscar al aeropuerto en Beijing no espere cuatro horas sin
tener noticias mías. Nos sobornan a medida que pasan las horas con paquetes de
galletas saladas con ajo, soborno que me parece muy eficaz. En el avión nos
ofrecieron cepillo y pasta de dientes, unos auriculares, una manta para dormir
y una almohada.
Durante este vuelo se me cayeron dos mitos: que la comida de
los aviones es mala y que los baños son muy estrechos (será cosa de mi talla).
Los asientos tenían delante una pantalla interactiva, con la que podías ver
películas, escuchar música o comprobar la posición actual del avión en un
mapamundi. También indicaban la velocidad actual, la altitud y el tiempo
estimado de llegada. Me parecieron bastante útiles. Por la noche escuché por
orden las sinfonías de Mozart, y por la mañana los ensayos en chelo de Bach. La
cena fue todo un manjar: de primer plato, patatas con ali-oli y salmón. De
segundo, cerdo con una salsa extremadamente picante, arroz y verduras. Un bollo
de pan, mantequilla, queso de untar, salsa de soja (en un recipiente de
plástico con forma de pez), leche de sobre, galletas y una mousse de chocolate.
Ofrecían para beber un té rojo que estaba muy bueno. Me declaro fan de British
Airways y su servicio de catering.
Cenamos cuando nos encontrábamos sobre Dinamarca, y cuando
llegábamos a Finlandia (a las 22:00 hora de Londres) apagaron las luces. Me
costó bastante dormir con tanto traqueteo, tardé un par de horas. Cuando
desperté, estábamos en algún punto entre Rusia, Mongolia y China, a hora y
media de aterrizar. El desayuno también consistía en comida china: un “congree”
de pollo, sopa de arroz y cebolla; una tarrina de zumo; cereales con sabor a
mango y un bollo de crema. Café y leche de sobre para ayudar a digerirlo. Al ir
al baño del avión para cepillarme los dientes (nos dieron cepillo y un tubo de
pasta en miniatura) me fijé en que ya me asomaban pelos de la barba.
El paisaje bajo el avión era de una llanura desolada, sin
vegetación ni señales de vida humana. Se habían formado cristales de hielo en
la ventana, en la parte donde hay un agujerito para igualar la presión exterior
con la interior y suele condensarse agua. A una hora de Beijing comenzaron a
aparecer las primeras estructuras, primero largas carreteras de color blanco
(sin asfaltar, deduzco), luego carreteras de color negro y posteriormente
ciudades. Pasamos sobre unos montes, que dieron paso a laderas cubiertas por
terrazas donde se cultiva arroz. A 10min de llegar a Beijing apareció bajo
nosotros una presa monstruosamente grande. Pensé que podría tratarse de las
Tres Gargantas, pero esta se encuentra más al sur. A medida que nos seguíamos
aproximando y el avión daba vueltas en amplios círculos para posicionarse
frente al aeropuerto, pasamos sobre otra presa; también enorme aunque no tanto,
con cuatro caracteres en alfabeto chino pintados en blanco.
Por fin aterrizamos en el aeropuerto internacional de
Beijing. La hora local es 7 más que en Londres, es decir, 6 más que en España.
Aterrizamos aproximadamente a las 13:00 hora local, cuando la hora a la que
había previsto mi aterrizaje eran las 9:00. En los urinarios del baño encontré
un anuncio muy peculiar que me hizo sonreír: “We aim to please you, so you aim
too, please”. Tuve que presentar el visado en la aduana, como era de esperar, y
una ficha de inmigración que nos habían repartido durante el vuelo. Una vez
terminado, salí hacia la sala de espera de la terminal, donde me esperaba…
nadie en absoluto.
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