sábado, 4 de junio de 2016

5- Ocho grandes templos



5- Ocho grandes templos
22 de mayo
Había quedado a las 8.30 con el Dr. Bi-Cheng y el Prof. Alpert en la puerta de mi hotel, para hacer turismo, pero yo no sabía a dónde nos dirigíamos. Me temo que mi preparación fue escasa. En la bolsa que llevo conmigo metí barritas de cereales y paquetes de frutos secos, pero no tenía botellines de agua ni pensé que hicieran falta. Me eché repelente de mosquitos pero no protector solar. Para empeorar la situación, no había traído chándal ni calzado deportivo en la maleta, ni mucho menos una gorra. Menudo día me esperaba.
Cogimos un taxi cuando se acercó, su molona matrícula nos fascinó. Beijing tiene seis avenidas circulares que la rodean, la BFU está entre la cuarta y la quinta (contando desde el centro de la ciudad). A medida que salíamos de la ciudad pasamos por las obras de construcción de varios edificios, que se ven desde mi despacho en la facultad, los cuales están inmersos en un enjambre de enormes grúas. Había redes de seguridad colocadas a varias alturas diferentes en los edificios, al igual que en las obras en España. También había un entramado de troncos, de varios pisos de altura, rodeando la obra, aunque no le encontré significado práctico. Atravesamos después una zona de suburbios, con casas (si se podían llamar así) de una única planta, completamente destartaladas. Me imagino que el año próximo sino antes habrán edificado apartamentos encima. La ciudad se encuentra en constante expansión, tnto en el sentido horizontal como en el vertical.
Tras 40 minutos en el taxi y 90 yuanes por el viaje (lo cual me parece barato), llegamos a nuestro destino: Badachu. “Ba” es el número ocho, “da” significa grande (el carácter correspondiente es el de hombre pero con una línea horizontal cruzada, un hombre con los brazos extendidos) y “chu” significa templo. El nombre completo significa “ocho grandes templos”. Se trata de un santuario budista bastante importante, con diferentes templos dedicados a distintos dioses (en total son más de ocho, bastantes más). El budismo es una religión no teísta, lo cual significa que los budistas no creen en la existencia de un dios creador, pero sí tienen multitud de pequeños dioses, junto con demonios y otros seres espirituales. Buda no es exactamente un dios, sino un hombre santo, por esto mismo existen varios budas.
La estructura que más me impresionó fue el templo Linguang, o templo de la Luz Divina (el segundo templo), una enorme pagoda rodeada de templos más pequeños. En cada templo del santuario había una o más estatuas, de color dorado, que simbolizaban una deidad. No hizo falta que me dijeran que estaba prohibido sacar fotos dentro de los templos, pues entiendo que fotografiar a una deidad puede ofender a los creyentes. En el templo que se hallaba frente a Linguang había dos estatuas enormes, una de las cuales simbolizaba un dios con muchas manos y cabezas. Cada mano sujetaba un objeto diferente,  me llamó la atención que una de ellas sujetara una esvástica. Se trata de un símbolo bastante común en la religión hindú, sin ninguna connotación relacionada con Alemania. No me fijé si el brazo superior apuntaba a la derecha o hacia la izquierda.
Los visitantes ofrecían incienso como ofrenda a los dioses, bien en forma de barras (que se colocaban en quemadores atestados de ceniza) o en forma de espiral (que se colgaban de unos soportes con brazos extendidos). En algunos templos, como el del dios del dinero, se quemaban velas con una forma determinada (en ese templo en concreto tenían forma de sycee, una moneda usada antiguamente). Había numerosas tiendas que vendían souvenirs de carácter religioso, libros o simplemente bastones; así como numerosos puestos ambulantes que ofrecían los mismos productos. Los precios no me parecieron demasiado caros (25 yuanes por una pulsera de cuentas esféricas, por ejemplo), pero todavía no contaba con dinero de la Universidad, así que preferí ahorrar los escasos yuanes que tenía.
Algunos de los templos más notables eran los del dios de la sabiduría, el rey del infierno, la diosa de la piedad (cuyo templo estaba adornado con nenúfares, símbolo de pureza) el dios del dinero (basado en un general que existió realmente, se representa con la piel de color rojo y una larga barba negra) o el rey dragón (rodeado por las estatuas de sus cuatro generales: viento, trueno, rayo y tormenta, si mal no recuerdo). Además de quemar incienso, los visitantes podían realizar ofrendas en metálico en cada templo. Hay cosas que no cambian entre las distintas religiones.
Un aspecto interesante de Badachu son los árboles, algunos de ellos son centenarios. Los árboles especialmente longevos están marcados con una etiqueta roja en su tronco, mientras que el resto lo están con una etiqueta verde. Uno de los más llamativos es el “pino dragón”, que supuestamente tiene forma de un dragón introduciéndose en el mar. También hay un Ginkgo de 500 años de antigüedad, frente al templo de la piedad, y un castaño gigantesco subiendo unas escaleras desde el pino dragón. Originalmente eran dos castaños, que flanqueaban la entrada a uno de los templos, pero de uno sólo quedan restos del tronco, rodeados por aros de hierro. El castaño superviviente tiene unas ramas tan largas y torcidas que están apuntaladas con vigas de hierro cementadas al suelo. Cuando visitamos el sitio, unos operarios estaban cubriendo la intersección de las ramas y el tronco de una especie de cemento, para evitar que la madera se abriera. Puede que algo parecido a eso le ocurriera hace años al otro castaño, por eso el que queda vivo está tan bien cuidado.
Subimos hasta la parte más alta de Badachu, desde donde hay unas vistas privilegiadas de las afueras de Beijing. En lo alto de la montaña hay una cueva, donde se guardan los restos de un antiguo monte. Se dice que la talla de madera que hay dentro de la cueva es el verdadero cuerpo del monje. Tras haber alcanzado el punto más alto del santuario, el Prof. Alpert insistió en seguir caminando. Nos metimos por una senda estrecha y subimos hasta la cima del monte, rodeados en todo momento por trapos de colores atados a cuerdas en los árboles, en los cuales había escritos textos en hindú. Una vez en la cima, fuimos hasta el siguiente monte, que se encontraba a varios kilómetros. Llegamos casi por casualidad al parque forestal nacional de Xishan, en el cual recorrimos parte de una de las rutas. En una roca que formaba un promontorio natural sobre la ladera habían construido un mirador, llamado “ghost laugh stone”, donde las vistas eran espectaculares.
Al seguir uno de los caminos sin consultar ningún mapa nos perdimos y, tras haber caminado un largo trecho cuesta abajo, tuvimos que deshacer esa parte del recorrido. Nos detuvimos a comer fruta en el borde sombreado de una carretera. Un detalle curioso es que los senderistas a menudo llevan puesta música a todo volumen en sus teléfonos móviles, supongo que para motivarse. Resulta bastante agradable ir caminando y a la vez escuchando música china. Tampoco era infrecuente ver ciclistas, que a diferencia de los que circulan por las calles de Beijing, utilizan bicicletas modernas y bien cuidadas. La ruta de senderismo que rodeaba aquellos montes estaba completamente asfaltada, permitiendo el paso de furgonetas por todo el recorrido. En la cima de cada monte había una estación meteorológica o un repetidor de televisión. Además, uno de los montes estaba completamente rodeado por un muro, con una concertina en su parte superior. Parecía una versión en miniatura de la Gran Muralla.
Habíamos llegado a Badachú a las 9:20 de la mañana, alcanzamos su parte más alta a las 13:30 y terminamos el recorrido por los montes a las 17:00. Terminamos el paseo en un parque, en el cual había un teleférico para subir a lo alto del monte. Nos sentamos en un mirador de madera al lado de un estanque y probamos las cervezas que habíamos comprado el día anterior. A nuestro lado, un hombre tocaba un instrumento de viento consistente en un amasijo de tubos de madera y metal. El sonido era relajante, aunque parecía que no supiera tocar demasiado bien. Bajamos por una calle atestada de puestos comerciales hacia la estación de autobuses, y de camino paramos en un McDonalds a comprar unos helados. Me sorprendió bastante encontrar uno, especialmente en una zona tan rural.
El procedimiento para coger el autobús es sencillo: había varias colas, cada una delimitada por barandillas, y varios letreros indicaban a dónde se dirigía cada autobús. El precio del billete era dos yuanes, lo cual me parece muy barato y más si se compara con el precio del taxi. Puesto que fuimos un poco lentos al buscar asientos, tuvimos que hacer todo el trayecto de pie. Era un autobús bastante moderno, parecido a los que hay en Coruña pero con unas gomas en las barras metálicas para que sea más sencillo agarrarse. Nos apeamos en una calle comercial llamada Starry Street, donde había principalmente restaurantes. Pude ver otro McDonalds, un KFC, un Pizza Hut y cadenas locales menos conocidas. Cenamos en un restaurante que escogió el Dr. Bi-Cheng, quien hablaba maravillas de la comida.
No exageraba, desde luego. Probamos un pescado asado cubierto de especias (no resultó demasiado difícil desmenuzarlo usando los palillos), un revuelto de huevos con flores de jazmín, un puré de patata cocida con vegetales, unos noodles de arroz con pollo y arroz en una piña. Este último plato era muy dulce y el arroz estaba pegajoso, me encantó. Hablando acerca de cuáles eran mis planes durante mi estancia en la ciudad y de la comida que yo quería probar, el Dr. Bi-Cheng me preguntó por qué pensaba que en Beijing se comía carne de gato o perro. No parecía escandalizado, sólo divertido, pues dijo que esa carne se podía comer pero en otras partes del país. Le respondí que la televisión me lo había dicho, lo cual le hizo más gracia todavía. Según dijo, lo que sí se podía comer en Beijing era serpiente, tortuga e insectos. Estoy deseando probarlo todo.
Cogimos un taxi para regresar a la facultad. Me fijé que bajar la bandera cuesta 13 yuanes y que el precio aumenta según la distancia, no por tiempo. De camino, mientras estábamos detenidos detrás de un autobús, el taxista se bajó con cara de impaciencia, dio dos palmadas al capó y volvió a subir. Me pareció curioso, pero mi capacidad de asombrarme por las cosas que veo en la calle ha sobrepasado su límite. Por si no lo había mencionado antes, y si es así merece la pena repetirlo, aquí la normativa de circulación es orientativa. Los pasos de cebra son invisibles, los semáforos son equivalentes a los “ceda el paso” y los intermitentes se utilizan únicamente para realizar cambios de sentido, usándose normalmente el claxon para cambiar de carril. La prioridad la tiene siempre el vehículo más grande o el que va con más prisa, que suelen ser los taxistas. El precio del viaje fue de 35 yuanes.

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