44- El Templo del Cielo
4 de agosto
Otro título apropiado para el capítulo podría ser “Amigo,
amigo, momentito. ¿Cuánto precio final? Esto muy buena calidad. Finito, finito,
no bromas”.
El jueves Aica nos acompañó a la visita turística junto con
Bella. No lo he comentado antes, pero Bella llevaba todos los días una mochila
cargada de chucherías y galletas. Se las ingenió para no repetir la selección
de comida ni un solo día de la semana. Por la mañana seguimos el protocolo
habitual: hall del hotel, estación de metro al lado de la BFU, viaje en metro,
estación de destino. La estación estaba cerca de una de las cuatro entradas al
templo, que se sitúa en un recinto bastante grande, con espacios arbolados.
De todos los monumentos que he visitado, el que más me ha
gustado ha sido sin duda alguna el Templo del Cielo (Tian Tan en chino). Se
trata de un complejo de diferentes templos ceremoniales donde los emperadores
de las dinastías Ming y Qing realizaban sacrificios y ofrendas anuales para
agradecer al cielo (entiéndase como Paraíso, no como el cielo azul; en inglés
se usa la palabra Heaven, no sky) las buenas cosechas de ese año. Fue
construido en las primeras décadas del siglo XV por el Emperador Yongle, el mismo
que ordenó la construcción de la Ciudad Prohibida (me cae bien, se ve que le
gustaba hacer… cosas). El Emperador era considerado como un enviado del cielo,
que se encargaba de administrar los asuntos terrenales. Dos veces al año, en
primavera y otoño, el Emperador realizaba ofrendas para pedir y agradecer
buenas cosechas. El más mínimo error durante las ofrendas era considerado como
un mal augurio para el año próximo. El edificio principal del complejo, el que
los europeos caracterizamos como “el” templo, es una estructura circular de 36
metros de diámetro por 38 de altura, con tres tejados rematados en una esfera
dorada y construido completamente de madera sin usar clavos. El edificio actual
fue reconstruido tras un incendio producido por un rayo en el siglo XIX. Se
eleva sobre una plataforma de mármol blanco dividida en tres tramos de
escaleras con 9 escalones cada uno, que para los chinos es el número de la
buena suerte. El edificio se denomina “sala de plegarias para la buena cosecha”
y su propósito es el que indica el nombre.
Otras dos estructuras importantes son la bóveda imperial del
cielo y el altar del montículo circular. La bóveda es como una versión en
miniatura del edificio principal, con un solo tejado. Ambos están conectados
por el “puente de los pasos bermellones”, que es una rampa descendente desde el
edificio mayor hacia el menor. Ambos están alineados con el altar del montículo
circular, y las entradas de ambos edificios se orientan hacia allí. Es una
plataforma circular dividida en tres tramos de escaleras con nueve escalones, a
la que se accede cruzando tres arcos de piedra en paralelo, encajada en un
patio cuadrado. En una esquina del patio se encuentran las vasijas de piedra
donde los sacrificios ceremoniales eran cremados durante la ceremonia, el día
del solsticio de invierno. El altar principal del Templo del Cielo es la
plataforma circular vacía, no uno de los edificios. En el centro de dicha
plataforma se sitúa una losa circular, ligeramente elevada, llamada Corazón del
Paraíso o Yang Supremo. La losa está rodeada por círculos concéntricos de
losas, nueve o múltiplos de nueve. El altar tiene más de 500 años y se conserva
perfectamente debido a que fue restaurado en el siglo XVIII y a la calidad de
la piedra. Se dice que la voz de aquel que habla desde la losa central puede
ser escuchada por los cielos. Misticismos aparte, existe un efecto notable de
eco debido a que las losas del suelo reflejan perfectamente el sonido y a que
el altar es circular y se encuentra en un espacio abierto. La voz de quien
habla desde el centro del altar se amplifica el doble de su volumen normal.
Debido a esto había una cola de gente esperando su turno para subirse a la
losa, que les sacaran una foto y pegar un grito al aire. Ah, si el Emperador
levantara la cabeza…
Recorrimos las partes principales del complejo por la
mañana, incluyendo el edificio donde se sacrificaban los animales para el
ritual de la cosecha. Había unos pozos enormes sobre los que se colgaban los
animales para exanguinarlos (para los de la LOGSE: quitarles la sangre) y unas
ollas de bronce donde se cocinaba la carne. Curiosamente había que enseñar el
pasaporte para sacar una entrada y acceder a ese pequeño recinto, pero la
entrada era gratis. ¿Control de turistas? No recuerdo si también lo pedían para
entrar en el complejo del Templo del Cielo. La entada, a todo esto, costaba
40-45 yuanes pudiendo visitar todos los sitios dentro del complejo, o bien 20
yuanes para entrar a los parques. Se ve que a la gente le gusta echar la tarde
en un parque bien cuidado pese a tener que pagar entrada. De camino a la salida
vi algo muy curioso: en los árboles al lado de la calzada había colgadas unas
bolas de color crema. Eran capullos que contenían crisálidas de algún insecto,
los habían recortado para que los adultos pudieran salir sin problemas. Según
me explicó Aica, se trata de una especie beneficiosa para los árboles, pues se
come a los parásitos. Muy ingenioso.
Volvimos a coger el metro para ir al mercado de la seda, ese
centro turístico que aparece en todas las guías de “qué ver en Beijing en 5
días”. Debido a esto, y no lo digo por decir, encontramos más españoles en el
mercado de la seda que en el resto de sitios turísticos juntos. Aquello era la
maldita jungla de los regateos. Pero no es buena idea regatear con chinos
teniendo el estómago vacío, así que antes fuimos a almorzar. A poca distancia
del mercado hay un restaurante que sirve comida típica de la provincia de Bella
y Aica, aunque no recuerdo cual es el sitio. Yunnan, tal vez. Se trataba de una
cadena de restaurantes bastante conocida, por eso nos lo recomendaron. Pero
llegamos un poco tarde, pasadas las 15:00, así que los empleados estaban en su
turno de descanso y no había nadie más almorzando. Los platos fueron: un pollo
kung pao muy especiado y con sabor a miel, muslo de pollo en caldo picante,
revuelto de berenjenas y judías, caldo de setas con tofu, carne de cerdo con
noodles y setas, pastelillos dulces de postre y un cubo de tocino con sus capas
de piel y grasa correspondientes. En general estaba todo muy picante.
Curiosamente, en España me llegan a poner delante un cacho de tocino asado y no
me lo comería aunque me apuntaran con una pistola. Me limité a cortarlo en
cuatro partes con los palillos y me lo comí entero. Estaba bueno, la grasa le
daba un sabor muy dulce.
Ya con los estómagos llenos, nos dirigimos al mercado de la
seda. Es un edificio bastante grande, tiene ocho plantas y cada una está
especializada en algo. Todo lo que se vende son imitaciones, pero algunas son
tan buenas que es difícil distinguirlas del producto original. Al fin y al
cabo, se hacen en las mismas fábricas y con los mismos materiales. Había todo
tipo de ropa, una planta entera de calzado, bolsos para aburrir, una planta
entera de joyería, gafas de marca, pasillos enteros con tiendas de relojes,
jugueterías, tiendas de souvenirs y electrónica variada. No se me ocurriría
comprar algo más tecnológico que un pendrive en ese sitio, y el pendrive según
para qué lo vaya a usar. Los souvenirs no es buena idea comprarlos allí, pues
son los mismos que puedes encontrar en tiendas callejeras y allí los tienes más
baratos. Es buena idea saber cuánto estás dispuesto a pagar por algo y saber
cuánto te cuesta en otros sitios. Mientras los españoles regateaban, Bella
sacaba disimuladamente fotos y con una app buscaba esos mismos productos en
taobao, para hacerse una idea del precio.
Adelanto que yo no compré nada, principalmente porque no
había llevado mucho dinero y porque no me gusta la ropa de marca. ¿Por qué
gastarte 15 euros en calzoncillos de Armani si los puedes comprar mucho más
baratos sin ser de marca? Con el tema de los calzoncillos nos dimos cuenta de
que en dos tiendas donde vendían lo mismo y al mismo precio la calidad de la
tela era muy diferente. Los españoles eran unos expertos en regatear. Como cada
uno quería diferentes cosas, volvían locas a las dependientas. Además,
intentaban comprar todo en lotes. En una tienda de calzado, cuando ya habían
acordado un precio para dos pares de tenis Adidas, saltaban a negociar por
cinco pares. En esa tienda en concreto compraron siete pares a un precio de
risa, menos de 20 euros cada uno. Curiosamente, el sábado por la tarde volvimos
y repitieron la escena en la misma tienda, aunque esa vez el resultado no fue
tan prometedor. Me sorprendió que los dependientes hablaran aceptablemente bien
el español, mejor que Wasson. Supongo que hablarán al mismo nivel varios
idiomas, para facilitar el regateo. Usan unas calculadoras gigantes para
enseñar los precios, y tú escribes el que estás dispuesto a pagar.
Yo no estaba interesado realmente en comprar nada, pero sí
quería ver los precios de los relojes, pues tengo un amigo que de eso entiende
mucho y le encantan los trapicheos (un saludo, Wilson, aunque sé que no lo
leerás). En la primera tienda de relojes en la que entramos fui a acertar, de
todo el mostrador, el único reloj de pulsera que era mecánico y de cuerda.
Tengo uno de esos, una réplica de un Flieger B-Uhr, al que se le rompió el
cristal hace dos años y nunca me dio por arreglarlo. El que encontré en la
tienda era un Patek Philippe, en Taobao cuestan bastantes miles de yuanes. Yo
sabía que era caro, la dependienta sabía que yo lo sabía, y yo sabía que ella
sabía que yo lo sabía. Con lo cual, me negué a decir un precio hasta que ella
dijera el suyo y comenzó por bajar de 2600 a 1700 yuanes, sin tener que
regatear. Tranquilamente lo podía haber dejado en 400 y con algo de esfuerzo
por menos. Recordemos que 100 euros son más de 700 yuanes. Por mucha copia que
sea, no deja de ser una ganga. Además, la tapa trasera era de cristal y dejaba
ver los mecanismos en funcionamiento, al igual que el B-Uhr. Me costó bastante
esfuerzo salir de la tienda. Curiosamente, en ese mismo pasillo una tienda
exhibía en su escaparate una copia mala del B-Uhr. Menuda forma de afear un
diseño bonito.
Lo que no se debe hacer (o sí, porque el resultado tampoco
fue desastroso aunque un tanto embarazoso) es empezar a regatear por algo que
no quieres comprar. En la siguiente tienda pregunté por relojes automáticos y me
sacaron del mostrador unos Omega de acero. Preciosos. El vendedor comenzó por
1400 yuanes e, inconsciente de mí, le dije que 200. O algo así. Sin saber dónde
me metía, cerramos la negociación en 350. Pero yo no quería el reloj.
Simplemente dije que no, cuando me preguntó por qué (es raro decir que no
cuando has terminado de negociar) dije que me seguía pareciendo caro.
Terminamos la segunda ronda de consultas en 270. Yo llegué a sacar la cartera y
le pedí a Bella que me prestara 100 yuanes (eh, que nadie se escandalice, entre
los otros tres ya le debían más de mil a esas alturas). Me salvó Teresa, que
empezó a decir que era muy caro y se puso a negociar ella con el vendedor. A
todo esto, le estaban regateando por dos relojes a la vez para que los compraran
Aica y Bella. Yo comencé a recular, guardando la cartera, pues realmente no
quería comprar. El vendedor se puso a gritar cuando yo ya estaba fuera de la
tienda, así que la cosa no fue conmigo. El último precio que gritó fueron 200
yuanes. Menos de 30 euros por unos Omega automáticos sin ningún desperfecto a
la vista. Terminó gritando a Teresa que estaba loca y le hizo un corte de manga
a Antonio en el pasillo. Eso sí, los otros dos relojes se los sacaron por 80
yuanes cada uno.
Otro episodio curioso sucedió cuando estábamos en una tienda
de bolsos. A medida que Teresa le apretaba las tuercas a vendedor, éste decidió
bajarnos a la trastienda. La situación fue de película, nos metió por una
puerta de emergencias que daba a unas escaleras y bajamos al sótano del
edificio. Tras atravesar pasillos de ladrillo, abrió una puerta y entramos en
el almacén de los bolsos. Llega a verlo mi hermana y le da una lipotimia. Me
puse a hojear una pila de Versace y Prada diminutos que había en un estante
mientras Teresa intentaba que le dejaran por menos de 400 yuanes un Hermes de
cuero azul. Se terminó llevando otro de menor calidad por 180. Pero una vez
cerrado ese trato el vendedor accedió a bajarle el precio al Hermes, aunque ya
era tarde para venderlo. También compraron algunas gafas de sol y camisetas de
marca. Insisto, yo esas cosas prefiero comprarlas por 20 yuanes y sin regatear
en el centro comercial que hay al lado de la universidad. Cuando salimos a la
calle varias señoras cargadas con bolsas de basura negras nos rodearon y
comenzaron a exhibir fajos de pañuelos y pequeños bolsos. Teresa compró cinco
bolsos de mano por 50 yuanes, a poco más de un euro cada uno. Eran de marca,
claro. Fui poco espabilado, debí haber aprovechado que ya estaban regateados
para comprar otros cinco.
Ese día fuimos a cenar a un restaurante en la ciudad. Cuando
vas andando de un sitio a otro en Beijing es normal tener que recorrer varios
kilómetros, pero la ciudad por la noche es bastante agradable. Pasamos por una
calle donde había una pantalla LED gigante suspendida sobre columnas. Mide
250x30 metros, casi como el monitor que uso para mi ordenador de sobremesa.
Aparentemente el sitio se llama “The Place”, sin mayores adornos. Debajo de la
pantalla había niños jugando a diferentes atracciones. ¿Conocéis la típica de
subirte a un caballo, meter una moneda en la ranura y que se empiece a mover?
Allí había niños montados en armaduras de marines espaciales del Warhammer 40K,
de metro y medio de altura y cubiertos de luces, que daban vueltas por la
calle. Otros lanzaban unos discos luminosos al aire, que alcanzaban una gran
altura antes de caer y echar a rodar sobre el pavimento. Los niños parecían muy
entretenidos. Después de una parada bajo la pantalla gigante, seguimos andando
una media hora hasta una calle de restaurantes.
Escogimos uno que era italiano, al menos en lo que a
decoración y menú se refiere. Decidimos seguir con la rutina de pedir platos
para comer entre todos e ir picoteando, aunque en esta ocasión con cuchillo y
tenedor. Los platos fueron; una tabla de diferentes clases de pan con aceite y
pesto, lasagna, una fuente de queso con verduras, una ensalada con queso
gratinado y pizza de queso con jamón. Sabía todo exquisito. De vuelta a la
estación de metro atravesamos uno de los principales barrios financieros de la
ciudad, donde también se encuentran las embajadas, aunque no recuerdo el nombre
del sitio. Había gente cantando en la calle o tocando instrumentos. El nivel de
contaminación lumínica de esta ciudad debe irle a la zaga a la contaminación
ambiental, pues algunos edificios estaban cubiertos por pantallas enormes. Uno
tenía alrededor un entramado de luces con forma de panal de abejas, de color
azul y con el logotipo de la empresa destacado en rojo. Cogimos uno de los
últimos metros del día. Llegué a mi hotel pasadas las
23:00, agotado pero contento de haber aprovechado la jornada.
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