41- La Ciudad Prohibida
1 de agosto
*Comienzo a redactar mi gran semana de turismo en Beijing
pidiendo sinceras disculpas a quienes leéis este blog. Escribo esto el 13 de
agosto, casi con dos semanas de retraso. Para la primera semana tengo excusa,
pues me marchaba del hotel a las 9 de la mañana y regresaba casi a las 9 de la
noche todos los días. Para la segunda semana no tengo tanta excusa. El lunes
pasado, cuando se marcharon los españoles, tuve un par de horas libres por la
tarde que gasté resolviendo asuntos atrasados en la oficina. Los días restantes
tuve tiempo de sobra para ponerme al día (dejando de lado las horas que dediqué
a diseñar los análisis de mi experimento, tema del que hablaré cuando
corresponda) pero lo fui dejando, lo fui dejando… hasta que hoy lo he retomado.
No he tenido el día libre, que conste. He estado nueve horas en el invernadero
cosechando plantas (comimos allí) y mañana terminaremos. Suena bien hacer un
experimento con 12 tratamientos y 7 réplicas, hasta que te toca cosecharlo
todo. Una debacle. En fin, volviendo al asunto: *
El lunes habíamos quedado en el hotel a las 10 de la mañana,
madrugué más de la cuenta para ir al invernadero a regar las plantas. Una vez
nos reunimos con Bella en el hall del hotel, fuimos a la estación de metro que
se encuentra en una esquina de la BFU. Nunca antes había ido yo en metro,
tampoco me había dado por investigar el de Beijing pues pensaba que sería muy
enrevesado. Resultó ser de lo más sencillo. Hay unas máquinas automáticas donde
se sacan los billetes. Tienes que saber a qué parada quieres ir (algunas tienen
nombres de sitios, como la del Zoo o las dos de Tiananmen; el resto tienen
nombres en chino) y en qué línea se encuentra. Hay unas 15 líneas de metro en
Beijing, aunque están construyendo varias más. Pongamos por caso que lo coges
en la línea 3 y la parada a la que vas está en la línea 8. Salvo que las líneas
3 y 8 se crucen, tienes que hacer uno o varios transbordos en otras líneas.
Seleccionas el destino en la máquina, como decía, pagas y te da el billete.
Pasas un control de seguridad y a continuación escaneas el billete en unas
puertas automáticas. No vuelves a usarlo hasta que sales en tu estación de
destino, momento en el que pasas por otras puertas automáticas y lo insertas en
una ranura. O bien, si tienes tarjeta de transporte (tengo que hacerme con
una), la escaneas en la entrada y la salida sin tener que sacar billete y se te
descuenta el saldo que corresponda. En cada estación hay un gráfico con las
paradas de cada línea y lo que cuesta ir hasta cada una desde el punto donde te
encentras. Dentro de los vagones, sobre las puertas, unos paneles indican el
trayecto y las estaciones por las que vas pasando. En las estaciones donde se
realizan transbordos es posible que haya que andar unos 5 minutos, de tan
grandes que son algunas. Es mucho más cómodo que cualquier otra forma de
transporte, muy barato (ningún viaje nos salió por más de 5 yuanes) y se
agradece el aire acondicionado en las estaciones y dentro de los vagones.
Tras una media hora de viaje y tres transbordos llegamos a
la estación de Tiananmen (una de las dos que hay, la plaza es inmensa).
Tiananmen está rodeada, por orden, del museo a los héroes de la revolución
(donde se encuentran los restos de Mao), el Parlamento, la Ciudad Prohibida y
el Museo Nacional de Arte (que visitamos el viernes). Tuvimos que hacer cola en
plena calle y atravesar un control de seguridad, la vigilancia alrededor de la
plaza es bastante alta. Para acceder al recinto de la Ciudad Prohibida hay que
atravesar en primer lugar un edificio con un retrato enorme de Mao colgando en la fachada. Así, sin más. Luego hay que cruzar otra
puerta, control de seguridad, sacar las entradas y otra puerta más hasta el
interior de la Ciudad. La entrada normal costaba 60 yuanes y la de estudiantes
20, si lo llego a saber me traigo el carnet de la UDC. Coñas aparte, a Teresa y
Miguel Ángel les coló uno de cuando estaban en la carrera. A diferencia de mi
visita al Palacio de Verano, no usé una audioguía, por lo que todos los
edificios me parecían exactamente iguales.
La Ciudad Prohibida no sólo era la residencia del Emperador
y por tanto núcleo del Imperio Chino, sino que se ha convertido en el centro de
Beijing junto con Tiananmen. En la ciudad, las calles se alinean de norte a sr
y de este a oeste siguiendo el trazado rectangular de la Ciudad Prohibida. La
construcción comenzó en el siglo XV y se terminó en 14 años, que pocos me
parecen para un sitio tan grande, aunque por otra parte participaron más de un
millón de trabajadores. Al igual que sucedió con el Palacio de Verano, con toda
la tierra que sacaron del foso construyeron una colina al norte de la Ciudad,
denominada Colina del Carbón (o en inglés Prospect Hill). Todos los pabellones
y puertas que están dentro del recinto tienen nombres rimbombantes como “de la
pureza celestial”, “de la suprema armonía” o “de la armonía preservada”. En
varios pabellones hay tronos que los diferentes emperadores usaban. También hay
en el recinto varias tiendas de recuerdos y un museo, que con 14 millones de
visitantes anuales es el más visitado del mundo, seguido por el Louvre con 9
millones (mira por dónde, he estado en los dos museos más visitados del mundo).
El esquema de visita es el mismo que en la Gran Muralla:
entras, te asombras durante 15 o 30 segundos, te sacas varias fotos y luego te
pasas dos horas viendo siempre lo mismo y con cara de “mamá, ¿nos podemos ir
ya?”. El sitio es precioso, sí, pero me refiero a que es un poco monótono. Lo
que más me gustó eran enormes losas de granito con dragones esculpidos y las
estatuas, especialmente las de los leones guardianes chinos o leones de fu. Hay
dos enormes en la entrada, con la forma característica, y casi al final del
recorrido hay otras dos de color dorado y con una morfología peculiar. En ocasiones
se les llama perros de fu y, efectivamente, algunas estatuas no parecen leones.
Como guardianes simbólicos resultan imponentes, parecen preparados para saltar
sobre alguien que intente entrar en palacio con malas intenciones (parecidos a
los del Congreso de los diputados en España… aunque esos deberían soltarlos
dentro del edificio). Había también alguna grulla o híbridos entre dragón y
tortuga. En cuanto al museo, la parte que visitamos contenía regalos por el
cumpleaños del emperador. Hacia la salida norte de la Ciudad Prohibida hay un
jardín, con árboles bastante antiguos y bien cuidados. Algunos vivieron el
Imperio, que terminó hace poco más de un siglo. También había una enorme
colección de piedras, por las cuales la nobleza sentía predilección. Secciones
del jardín eran cúmulos enormes de piedras apiladas. Era listo el Emperador, no
hace falta regar un jardín de rocas.
Salimos por la puerta norte y nos dirigimos a la colina del
carbón, que está rodeada por un parque precioso para acceder al cual hay que
pagar una entrada (10 yuanes). En la cima de la colina hay un templo con un
buda, las vistas de la ciudad son privilegiadas. Especialmente hermosa es la
panorámica de la Ciudad Prohibida, pues se aprecia su tamaño real. Al lado de
la colina, hacia el oeste, se ve la pagoda blanca del parque Beihai y el lago
que la rodea. Hacia el norte se ven la torre de la campana y la torre del
tambor. Tras descender la colina nos detuvimos a visitar un museo con
lepidópteros. Polillas y mariposas. No tengo claro si se trata de especies que
hay en ese parque o también se exhibían ejemplares de otros lugares. Había
algunos de Attacus atlas impresionantes
por su tamaño. El parque me gustó, era un contraste agradable respecto a la
aglomeración de gente dentro de la Ciudad Prohibida. Que a todo esto, la llaman
así porque estaba prohibido entrar o salir sin permiso del emperador, el
castigo a los infractores era la muerte.
Fuimos a almorzar al barrio de Wang Fu Jing, que está
aceptablemente cerca de la Ciudad Prohibida, lo suficiente como para llegar
andando. En lugar de comer en un restaurante chino fuimos a un McDonalds.
También es un sitio agradable, descansamos la caminata de por la mañana y
repusimos fuerzas con unas hamburguesas. Wang Fu Jing tiene dos partes
diferenciadas: está la calle principal, con enormes edificios de tiendas (cubiertos
por enormes letreros: Armani, Dior, Zara…) y está la parte más tradicional, con
callejuelas que se entrecruzan y puestos callejeros que venden todo tipo de
cosas. Primero fuimos a las tiendas “occidentalizadas”, donde todo es muy
bonito pero bastante caro. Había souvenirs preciosos, la verdad, y según Bella
en esos sitios se puede regatear. Luego entramos en el barrio “enxebre”, donde
hay farolillos chinos colgando entre los tejados y los puestos comerciales
exhiben sus mercancías en mostradores frente a la calle. En los puestos de
comida había palillos con diminutos escorpiones dorados, enormes escorpiones
negros, unas sepias que parecían las larvas de Alien a las que les hubieran
cortado las patas, estrellas de mar o crisálidas de cigarra, entre otras
delicias. Los escorpiones están ensartados en los palillos pero continúan
vivos, moviendo sus colitas rematadas en un aguijón, hasta que llega el momento
de freírlos. Carne fresca, fresca.
Ahora bien, los puestos de venta de souvenirs son una
pasada. El precio que te dicen por las cosas es muy alto, necesitas regatear si
no quieres gastar mucho más de lo que vale realmente la mercancía. Una vez
establecido un precio bajo para un producto, sabes por cuanto lo puedes sacar.
Por ejemplo, Antonio consiguió regatear por un abanico de 20 a 5 yuanes en la
calle, mientras nos dirigíamos al restaurante. Sabiendo eso, comenzó a pedir
lotes de abanicos por 5 yuanes cada uno hasta que en una tienda aceptaron. ¿Por
qué comprarlo más caro cuando sabes que hay alguien dispuesto a bajar el
precio? Tener a Bella con nosotros nos ayudó en las negociaciones, pero los
comerciantes le decían cosas en tono poco amable una vez finalizada la compra.
También nos advertía de cuando los precios eran demasiado altos. Yo me compré
una gorra del ejército chino por 10 yuanes, en ese caso fue Bella la que
regateó, ya que yo nunca antes lo había hecho. En otro puesto vendían sellos de
piedra, que me interesan y de los cuales había buscado precios en Taobao.
Mientras que en internet se pueden conseguir por 15-30 yuanes (aunque los hay
muchísimo más caros, alcanzando varios miles), en las tiendas el precio de
salida por los más pequeños eran 20 yuanes. Ni siquiera me animé a empezar a
regatear, aunque consiguiera bajar el precio a un 10% me seguiría saliendo más
barato pedirlos en Taobao. Había también barajas de póker temáticas, algunas
muy extravagantes. Me encantaron la de Bin Laden, Vladimir Vladimirovich Putin,
“El presidente de los EEUU” y una de Gadafi en la que le faltaba media cabeza.
Nos hubiera encantado quedarnos a cenar allí, en los puestos
callejeros, pues el ambiente en el barrio por la noche es muy agradable, pero
habíamos quedado para cenar con Wasson en el hotel a las 7 (pronto para el
horario de España pero muy tarde según el horario chino). En realidad no
habíamos quedado, lo había decidido él de manera unilateral, pero quedaba mal
hacerle un feo. De camino a la estación de metro pasamos por un puesto de fruta
donde estaban pelando unas jackfriuts enormes y envasaban los gajos para
venderlos. Me apetecía comprar uno para que los españoles lo probaran y pensé
“eso vale 10 yuanes”. Me dijeron que valía 20 y ofrecí 10, casi sin pensarlo.
Me mandaron a tomar viento y a los dos pasos oí que me decían “ok, ok, 15”.
Volví a decir que 10 y seguí andando, cuando estaba a cierta distancia escuché
unos gritos y al girarme vi que me llamaban. Había conseguido regatear, casi
sin proponérmelo y por un precio bastante bueno. Nos comimos la jackfruit de
camino al metro.
La cena en el hotel estuvo bien, la mayoría de platos eran
los mismos que en los días anteriores (excepto la paloma), pues a los españoles
no les gustaba probar cosas nuevas. Miguel Ángel aprendió a usar los palillos
bastante bien, mientras que los otros pedían siempre cuchillo y tenedor. Bueno,
para gustos, yo me siento cómodo comiendo con palillos tras haber aprendido
casi a la fuerza. La visita que teníamos planeada para el día siguiente era al
lago Beihai por la mañana y por la tarde a un hutong, el mismo que Teresa y
Miguel Ángel habían visitado el domingo.
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