miércoles, 17 de agosto de 2016

41- La Ciudad Prohibida.



41- La Ciudad Prohibida

1 de agosto

*Comienzo a redactar mi gran semana de turismo en Beijing pidiendo sinceras disculpas a quienes leéis este blog. Escribo esto el 13 de agosto, casi con dos semanas de retraso. Para la primera semana tengo excusa, pues me marchaba del hotel a las 9 de la mañana y regresaba casi a las 9 de la noche todos los días. Para la segunda semana no tengo tanta excusa. El lunes pasado, cuando se marcharon los españoles, tuve un par de horas libres por la tarde que gasté resolviendo asuntos atrasados en la oficina. Los días restantes tuve tiempo de sobra para ponerme al día (dejando de lado las horas que dediqué a diseñar los análisis de mi experimento, tema del que hablaré cuando corresponda) pero lo fui dejando, lo fui dejando… hasta que hoy lo he retomado. No he tenido el día libre, que conste. He estado nueve horas en el invernadero cosechando plantas (comimos allí) y mañana terminaremos. Suena bien hacer un experimento con 12 tratamientos y 7 réplicas, hasta que te toca cosecharlo todo. Una debacle. En fin, volviendo al asunto: *
El lunes habíamos quedado en el hotel a las 10 de la mañana, madrugué más de la cuenta para ir al invernadero a regar las plantas. Una vez nos reunimos con Bella en el hall del hotel, fuimos a la estación de metro que se encuentra en una esquina de la BFU. Nunca antes había ido yo en metro, tampoco me había dado por investigar el de Beijing pues pensaba que sería muy enrevesado. Resultó ser de lo más sencillo. Hay unas máquinas automáticas donde se sacan los billetes. Tienes que saber a qué parada quieres ir (algunas tienen nombres de sitios, como la del Zoo o las dos de Tiananmen; el resto tienen nombres en chino) y en qué línea se encuentra. Hay unas 15 líneas de metro en Beijing, aunque están construyendo varias más. Pongamos por caso que lo coges en la línea 3 y la parada a la que vas está en la línea 8. Salvo que las líneas 3 y 8 se crucen, tienes que hacer uno o varios transbordos en otras líneas. Seleccionas el destino en la máquina, como decía, pagas y te da el billete. Pasas un control de seguridad y a continuación escaneas el billete en unas puertas automáticas. No vuelves a usarlo hasta que sales en tu estación de destino, momento en el que pasas por otras puertas automáticas y lo insertas en una ranura. O bien, si tienes tarjeta de transporte (tengo que hacerme con una), la escaneas en la entrada y la salida sin tener que sacar billete y se te descuenta el saldo que corresponda. En cada estación hay un gráfico con las paradas de cada línea y lo que cuesta ir hasta cada una desde el punto donde te encentras. Dentro de los vagones, sobre las puertas, unos paneles indican el trayecto y las estaciones por las que vas pasando. En las estaciones donde se realizan transbordos es posible que haya que andar unos 5 minutos, de tan grandes que son algunas. Es mucho más cómodo que cualquier otra forma de transporte, muy barato (ningún viaje nos salió por más de 5 yuanes) y se agradece el aire acondicionado en las estaciones y dentro de los vagones.
Tras una media hora de viaje y tres transbordos llegamos a la estación de Tiananmen (una de las dos que hay, la plaza es inmensa). Tiananmen está rodeada, por orden, del museo a los héroes de la revolución (donde se encuentran los restos de Mao), el Parlamento, la Ciudad Prohibida y el Museo Nacional de Arte (que visitamos el viernes). Tuvimos que hacer cola en plena calle y atravesar un control de seguridad, la vigilancia alrededor de la plaza es bastante alta. Para acceder al recinto de la Ciudad Prohibida hay que atravesar en primer lugar un edificio con un retrato enorme de Mao colgando en la fachada. Así, sin más. Luego hay que cruzar otra puerta, control de seguridad, sacar las entradas y otra puerta más hasta el interior de la Ciudad. La entrada normal costaba 60 yuanes y la de estudiantes 20, si lo llego a saber me traigo el carnet de la UDC. Coñas aparte, a Teresa y Miguel Ángel les coló uno de cuando estaban en la carrera. A diferencia de mi visita al Palacio de Verano, no usé una audioguía, por lo que todos los edificios me parecían exactamente iguales.
La Ciudad Prohibida no sólo era la residencia del Emperador y por tanto núcleo del Imperio Chino, sino que se ha convertido en el centro de Beijing junto con Tiananmen. En la ciudad, las calles se alinean de norte a sr y de este a oeste siguiendo el trazado rectangular de la Ciudad Prohibida. La construcción comenzó en el siglo XV y se terminó en 14 años, que pocos me parecen para un sitio tan grande, aunque por otra parte participaron más de un millón de trabajadores. Al igual que sucedió con el Palacio de Verano, con toda la tierra que sacaron del foso construyeron una colina al norte de la Ciudad, denominada Colina del Carbón (o en inglés Prospect Hill). Todos los pabellones y puertas que están dentro del recinto tienen nombres rimbombantes como “de la pureza celestial”, “de la suprema armonía” o “de la armonía preservada”. En varios pabellones hay tronos que los diferentes emperadores usaban. También hay en el recinto varias tiendas de recuerdos y un museo, que con 14 millones de visitantes anuales es el más visitado del mundo, seguido por el Louvre con 9 millones (mira por dónde, he estado en los dos museos más visitados del mundo).
El esquema de visita es el mismo que en la Gran Muralla: entras, te asombras durante 15 o 30 segundos, te sacas varias fotos y luego te pasas dos horas viendo siempre lo mismo y con cara de “mamá, ¿nos podemos ir ya?”. El sitio es precioso, sí, pero me refiero a que es un poco monótono. Lo que más me gustó eran enormes losas de granito con dragones esculpidos y las estatuas, especialmente las de los leones guardianes chinos o leones de fu. Hay dos enormes en la entrada, con la forma característica, y casi al final del recorrido hay otras dos de color dorado y con una morfología peculiar. En ocasiones se les llama perros de fu y, efectivamente, algunas estatuas no parecen leones. Como guardianes simbólicos resultan imponentes, parecen preparados para saltar sobre alguien que intente entrar en palacio con malas intenciones (parecidos a los del Congreso de los diputados en España… aunque esos deberían soltarlos dentro del edificio). Había también alguna grulla o híbridos entre dragón y tortuga. En cuanto al museo, la parte que visitamos contenía regalos por el cumpleaños del emperador. Hacia la salida norte de la Ciudad Prohibida hay un jardín, con árboles bastante antiguos y bien cuidados. Algunos vivieron el Imperio, que terminó hace poco más de un siglo. También había una enorme colección de piedras, por las cuales la nobleza sentía predilección. Secciones del jardín eran cúmulos enormes de piedras apiladas. Era listo el Emperador, no hace falta regar un jardín de rocas.
Salimos por la puerta norte y nos dirigimos a la colina del carbón, que está rodeada por un parque precioso para acceder al cual hay que pagar una entrada (10 yuanes). En la cima de la colina hay un templo con un buda, las vistas de la ciudad son privilegiadas. Especialmente hermosa es la panorámica de la Ciudad Prohibida, pues se aprecia su tamaño real. Al lado de la colina, hacia el oeste, se ve la pagoda blanca del parque Beihai y el lago que la rodea. Hacia el norte se ven la torre de la campana y la torre del tambor. Tras descender la colina nos detuvimos a visitar un museo con lepidópteros. Polillas y mariposas. No tengo claro si se trata de especies que hay en ese parque o también se exhibían ejemplares de otros lugares. Había algunos de Attacus atlas impresionantes por su tamaño. El parque me gustó, era un contraste agradable respecto a la aglomeración de gente dentro de la Ciudad Prohibida. Que a todo esto, la llaman así porque estaba prohibido entrar o salir sin permiso del emperador, el castigo a los infractores era la muerte.
Fuimos a almorzar al barrio de Wang Fu Jing, que está aceptablemente cerca de la Ciudad Prohibida, lo suficiente como para llegar andando. En lugar de comer en un restaurante chino fuimos a un McDonalds. También es un sitio agradable, descansamos la caminata de por la mañana y repusimos fuerzas con unas hamburguesas. Wang Fu Jing tiene dos partes diferenciadas: está la calle principal, con enormes edificios de tiendas (cubiertos por enormes letreros: Armani, Dior, Zara…) y está la parte más tradicional, con callejuelas que se entrecruzan y puestos callejeros que venden todo tipo de cosas. Primero fuimos a las tiendas “occidentalizadas”, donde todo es muy bonito pero bastante caro. Había souvenirs preciosos, la verdad, y según Bella en esos sitios se puede regatear. Luego entramos en el barrio “enxebre”, donde hay farolillos chinos colgando entre los tejados y los puestos comerciales exhiben sus mercancías en mostradores frente a la calle. En los puestos de comida había palillos con diminutos escorpiones dorados, enormes escorpiones negros, unas sepias que parecían las larvas de Alien a las que les hubieran cortado las patas, estrellas de mar o crisálidas de cigarra, entre otras delicias. Los escorpiones están ensartados en los palillos pero continúan vivos, moviendo sus colitas rematadas en un aguijón, hasta que llega el momento de freírlos. Carne fresca, fresca.
Ahora bien, los puestos de venta de souvenirs son una pasada. El precio que te dicen por las cosas es muy alto, necesitas regatear si no quieres gastar mucho más de lo que vale realmente la mercancía. Una vez establecido un precio bajo para un producto, sabes por cuanto lo puedes sacar. Por ejemplo, Antonio consiguió regatear por un abanico de 20 a 5 yuanes en la calle, mientras nos dirigíamos al restaurante. Sabiendo eso, comenzó a pedir lotes de abanicos por 5 yuanes cada uno hasta que en una tienda aceptaron. ¿Por qué comprarlo más caro cuando sabes que hay alguien dispuesto a bajar el precio? Tener a Bella con nosotros nos ayudó en las negociaciones, pero los comerciantes le decían cosas en tono poco amable una vez finalizada la compra. También nos advertía de cuando los precios eran demasiado altos. Yo me compré una gorra del ejército chino por 10 yuanes, en ese caso fue Bella la que regateó, ya que yo nunca antes lo había hecho. En otro puesto vendían sellos de piedra, que me interesan y de los cuales había buscado precios en Taobao. Mientras que en internet se pueden conseguir por 15-30 yuanes (aunque los hay muchísimo más caros, alcanzando varios miles), en las tiendas el precio de salida por los más pequeños eran 20 yuanes. Ni siquiera me animé a empezar a regatear, aunque consiguiera bajar el precio a un 10% me seguiría saliendo más barato pedirlos en Taobao. Había también barajas de póker temáticas, algunas muy extravagantes. Me encantaron la de Bin Laden, Vladimir Vladimirovich Putin, “El presidente de los EEUU” y una de Gadafi en la que le faltaba media cabeza.
Nos hubiera encantado quedarnos a cenar allí, en los puestos callejeros, pues el ambiente en el barrio por la noche es muy agradable, pero habíamos quedado para cenar con Wasson en el hotel a las 7 (pronto para el horario de España pero muy tarde según el horario chino). En realidad no habíamos quedado, lo había decidido él de manera unilateral, pero quedaba mal hacerle un feo. De camino a la estación de metro pasamos por un puesto de fruta donde estaban pelando unas jackfriuts enormes y envasaban los gajos para venderlos. Me apetecía comprar uno para que los españoles lo probaran y pensé “eso vale 10 yuanes”. Me dijeron que valía 20 y ofrecí 10, casi sin pensarlo. Me mandaron a tomar viento y a los dos pasos oí que me decían “ok, ok, 15”. Volví a decir que 10 y seguí andando, cuando estaba a cierta distancia escuché unos gritos y al girarme vi que me llamaban. Había conseguido regatear, casi sin proponérmelo y por un precio bastante bueno. Nos comimos la jackfruit de camino al metro.
La cena en el hotel estuvo bien, la mayoría de platos eran los mismos que en los días anteriores (excepto la paloma), pues a los españoles no les gustaba probar cosas nuevas. Miguel Ángel aprendió a usar los palillos bastante bien, mientras que los otros pedían siempre cuchillo y tenedor. Bueno, para gustos, yo me siento cómodo comiendo con palillos tras haber aprendido casi a la fuerza. La visita que teníamos planeada para el día siguiente era al lago Beihai por la mañana y por la tarde a un hutong, el mismo que Teresa y Miguel Ángel habían visitado el domingo.

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