42- El parque Beihai
2 de agosto
Quedamos en el Hall del hotel a las 9 de la mañana, para
aprovechar bien el tiempo. Nos acompañaron Bella y un estudiante de máster,
bastante joven y que apenas hablaba inglés. Cogimos el metro al lado de la BFU
y nos bajamos en la línea que pasa por Tiananmen, una o dos paradas después de la
plaza. La entrada al parque costaba 10 yuanes la tarifa normal y 5 la de
estudiantes. El sitio es precioso, como todos los parques chinos. Ocupa unas 70
hectáreas, de las cuales la mitad es un lago, en cuyo centro se levanta una
isla con una colina. En la cima de la colina destaca la Pagoda Blanca (Bai Ta
en chino, literalmente significa “torre blanca”), que con 40 metros de altura
es más alta que la propia colina. Realmente no es una pagoda sino una estupa,
un tipo de construcción diferente y que alberga reliquias religiosas. La
original se construyó en 1651 para conmemorar la visita del quinto Dalai Lama a
Beijing. Desde entonces la han tenido que reconstruir un par de veces, tras un
terremoto y el paso de unos franco-británicos bastante gamberros que pasaron
por ahí. La superficie es de piedra blanca y la estructura tiene forma de
campana, es muy llamativa.
Al entrar en el parque nos encontramos un grupo de chinos
tocando instrumentos tradicionales en un pabellón, la música era preciosa. Nos
entretuvimos paseando bajo la sombra de los sauces hasta que decidimos alquilar
una barca para dar una vuelta por el lago. Nos costó 180 yuanes una hora, que
dividido entre seis es bastante poco, por lo que decidimos invitar a los estudiantes
chinos. El barco tenía una curiosa forma circular de nenúfar, lo que hacía que
fuera algo difícil de manejar. Había en el lago otros barcos de forma similar,
así como otros de color dorado, manejados por un barquero que bogaba con un
remo inmenso. Nos cruzamos con tres españoles de Barcelona que estaban en otro
barco, pero no hubo tiempo para ampliar las presentaciones. En la base de la
isla, de cara al parque, había un edificio alargado de estilo tradicional,
supongo que se trataba de un restaurante. Amarradas en las orillas del lago se
distinguían barcos con forma de dragón, que sin duda habían realizado una
carrera en el festival del Dragon Boat (del que hablé en el capítulo del día 9
de junio).
Terminada la peseta, regresamos al embarcadero y seguimos
paseando hasta uno de los dos puentes que conectan la isla con el parque. El
ascenso hacia la pagoda se hizo bastante corto, como cabía esperar. Admito que
hicimos una estupidez, pues una vez en lo alto de la colina sólo vimos la parte
trasera de la pagoda, que no está decorada. Una vez de vuelta en el parque,
mientras nos dirigíamos a otra entrada, dimos la vuelta alrededor de la isla y
comprobamos que la parte frontal de la pagoda tenía inscripciones y lo que
parecía ser un santuario. Esa parte de la pagoda está alineada con otro puente
y unos arcos de madera decorados con tejas. Se ve que escogimos la entrada
equivocada al parque. Las orillas del lago, en esa zona, estaban cubiertas por
hojas de nenúfares y sus flores secas. Los tallos se elevaban uno o dos metros
por encima del nivel del agua, creando un bonito panorama. Las flores secas, el
lago, las barcas, más nenúfares, sauces llorones y al fondo la Pagoda Blanca.
Salimos del parque para encontrarnos en una callejuela
atestada de tiendas donde se vendían frutos secos y galletitas a granel.
Compramos una buena provisión para comerla de camino al hutong. Los hutong son
las calles que forman el casco antiguo de las ciudades chinas (no sólo en
Beijing), algunos datan de las dinastías Yuan, Ming, Qing o Mao. Son edificios
tradicionales, pequeños y que ofrecen un gran atractivo para los turistas. El
hutong que visitamos nosotros está situado cerca de las torres de la campana y
el tambor, no recuerdo el nombre concreto del sitio. Era parecido al barrio de
pequeñas tiendas en Wang Fu Jing, pero aquí habían aprovechado bien el gancho
turístico del barrio tradicional. Así, había una tienda oficial de New Balance
y otras que vendían calzado deportivo o electrónica. En una tenían expuestos
escaparates enteros de fundas para el teléfono, algunas eran de madera. El
sueño de cualquier hípster. Había tiendas de sellos de piedra pero los precios
eran igual de elevados que en Wang Fu Jing. El objeto más destacado de todos
cuantos vi era una cartera con una fotografía de Mao dando un discurso, con su
uniforme del ejército, el brazalete del partido comunista… y la cara de Obama.
Mejor aún que la baraja de póker de Bin Laden (que también las había).
Elegimos para almorzar un restaurante que tenía un aspecto
decente pero sin parecer caro. La mesa estaba en una tarima y para acceder se
usaba un escalón que subía o bajaba pulsando dos botones. Pedimos comida
tradicional, pero en lugar de pedir platos para ir picoteando de ellos (lo cual
está generalizado en todos los restaurantes), teníamos tanta hambre que cada
uno pidió el suyo. Me comí un bol de noodles con una salsa parecida a la del
pato a la pekinesa, acompañados de tiras de zanahoria, cebolla, calabacín y
remolacha. Según Bella era un plato tradicional de Beijing. De beber pedí un té
rojo con hielo que sabía delicioso. No dejamos nada en los platos. Por su
parte, los dueños de las tiendas tenían una forma peculiar de comer. Un hombre
con una bicicleta daba vueltas por la calle, arrastrando tras de sí un carro
(era una bici-carro) con potas enormes llenas de arroz. Iba haciendo paradas
frente a las tiendas y vendía tuppers con arroz a los empleados. Incluso en los
restaurantes le compraban el arroz.
Seguimos dando vueltas por el hutong y a eso de las 16:30
fuimos al popular barrio de Sanlitun. Se trata de una zona de fiesta muy
conocida en Beijing, con locales en los que se ofrecen conciertos todas las
noches. Llegamos cuando las cantantes comenzaban a ensayar, lo cual, sumado a
que los locales son abiertos y discurren en paralelo a un río, dio lugar a un
paseo realmente agradable. Entre el hutong y Sanlitun pasamos al lado de las
torres de la campana y el tambor. La torre del tambor original, Gulou, fue
construida en el siglo XIII, pero fue en el siglo XV que se construyó la torre
que permanece en la actualidad. Desconozco cuando se construyó la torre de la
campana, Zhonglou. La función de ambos edificios era anunciar el paso del
tiempo, en el comienzo de la tradición se anunciaba el amanecer con una
campanada y la puesta de sol con un golpe de tambor. Posteriormente se usó el
tambor para medir el paso de las horas. La campana de la torre mide 7 metros de
altura, es de bronce y pesa la friolera de 63 toneladas. Supuestamente su
repicar se escucha a una distancia de más de 20 kilómetros, pero tanto la
campana como el tambor dejaron de utilizarse en la década de 1920 y ambos
instrumentos fueron sustituidos por relojes europeos. No pudimos entrar en las
torres, pues estaban cerradas. Las dos torres se alinean en el eje norte-sur
que forman Tiananmen y la Ciudad Prohibida.
Eran casi las 18:00 cuando regresamos al hutong, pues
queríamos alquilar una calesa oriental para que nos diera un paseo por las
callejuelas. Son un medio de transporte bastante típico, las hay a motor o a pedales.
Lo suyo es alquilar una a pedales y que el conductor sude
para ganarse el dinero. Teresa y Miguel Ángel habían alquilado una el domingo
por 80 yuanes una hora, así que Antonio y yo queríamos probar.
Desgraciadamente, había muy pocas calesas disponibles y los precios que pedían
eran muy altos, de 200 yuanes. Eso que sólo queríamos montar media hora. Al
final desistimos y cogimos el metro para regresar al hotel. De camino a la
estación atravesamos el patio de un templo budista bastante acogedor, con su
gente rezando y aroma a incienso que empapaba el aire. La cena incluyó un plato
sorprendente: un bol hecho de arroz frito que contenía gambas fritas sin pelar,
judías y guindillas. A medida que el contenido se vaciaba, se desprendían las
paredes del bol y se mojaban en salsa. Estaba muy rico pero era bastante
picante, tanto por la salsa como por las guindillas.
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