jueves, 18 de agosto de 2016

42- El parque Beihai



42- El parque Beihai

2 de agosto

Quedamos en el Hall del hotel a las 9 de la mañana, para aprovechar bien el tiempo. Nos acompañaron Bella y un estudiante de máster, bastante joven y que apenas hablaba inglés. Cogimos el metro al lado de la BFU y nos bajamos en la línea que pasa por Tiananmen, una o dos paradas después de la plaza. La entrada al parque costaba 10 yuanes la tarifa normal y 5 la de estudiantes. El sitio es precioso, como todos los parques chinos. Ocupa unas 70 hectáreas, de las cuales la mitad es un lago, en cuyo centro se levanta una isla con una colina. En la cima de la colina destaca la Pagoda Blanca (Bai Ta en chino, literalmente significa “torre blanca”), que con 40 metros de altura es más alta que la propia colina. Realmente no es una pagoda sino una estupa, un tipo de construcción diferente y que alberga reliquias religiosas. La original se construyó en 1651 para conmemorar la visita del quinto Dalai Lama a Beijing. Desde entonces la han tenido que reconstruir un par de veces, tras un terremoto y el paso de unos franco-británicos bastante gamberros que pasaron por ahí. La superficie es de piedra blanca y la estructura tiene forma de campana, es muy llamativa.
Al entrar en el parque nos encontramos un grupo de chinos tocando instrumentos tradicionales en un pabellón, la música era preciosa. Nos entretuvimos paseando bajo la sombra de los sauces hasta que decidimos alquilar una barca para dar una vuelta por el lago. Nos costó 180 yuanes una hora, que dividido entre seis es bastante poco, por lo que decidimos invitar a los estudiantes chinos. El barco tenía una curiosa forma circular de nenúfar, lo que hacía que fuera algo difícil de manejar. Había en el lago otros barcos de forma similar, así como otros de color dorado, manejados por un barquero que bogaba con un remo inmenso. Nos cruzamos con tres españoles de Barcelona que estaban en otro barco, pero no hubo tiempo para ampliar las presentaciones. En la base de la isla, de cara al parque, había un edificio alargado de estilo tradicional, supongo que se trataba de un restaurante. Amarradas en las orillas del lago se distinguían barcos con forma de dragón, que sin duda habían realizado una carrera en el festival del Dragon Boat (del que hablé en el capítulo del día 9 de junio).
Terminada la peseta, regresamos al embarcadero y seguimos paseando hasta uno de los dos puentes que conectan la isla con el parque. El ascenso hacia la pagoda se hizo bastante corto, como cabía esperar. Admito que hicimos una estupidez, pues una vez en lo alto de la colina sólo vimos la parte trasera de la pagoda, que no está decorada. Una vez de vuelta en el parque, mientras nos dirigíamos a otra entrada, dimos la vuelta alrededor de la isla y comprobamos que la parte frontal de la pagoda tenía inscripciones y lo que parecía ser un santuario. Esa parte de la pagoda está alineada con otro puente y unos arcos de madera decorados con tejas. Se ve que escogimos la entrada equivocada al parque. Las orillas del lago, en esa zona, estaban cubiertas por hojas de nenúfares y sus flores secas. Los tallos se elevaban uno o dos metros por encima del nivel del agua, creando un bonito panorama. Las flores secas, el lago, las barcas, más nenúfares, sauces llorones y al fondo la Pagoda Blanca.
Salimos del parque para encontrarnos en una callejuela atestada de tiendas donde se vendían frutos secos y galletitas a granel. Compramos una buena provisión para comerla de camino al hutong. Los hutong son las calles que forman el casco antiguo de las ciudades chinas (no sólo en Beijing), algunos datan de las dinastías Yuan, Ming, Qing o Mao. Son edificios tradicionales, pequeños y que ofrecen un gran atractivo para los turistas. El hutong que visitamos nosotros está situado cerca de las torres de la campana y el tambor, no recuerdo el nombre concreto del sitio. Era parecido al barrio de pequeñas tiendas en Wang Fu Jing, pero aquí habían aprovechado bien el gancho turístico del barrio tradicional. Así, había una tienda oficial de New Balance y otras que vendían calzado deportivo o electrónica. En una tenían expuestos escaparates enteros de fundas para el teléfono, algunas eran de madera. El sueño de cualquier hípster. Había tiendas de sellos de piedra pero los precios eran igual de elevados que en Wang Fu Jing. El objeto más destacado de todos cuantos vi era una cartera con una fotografía de Mao dando un discurso, con su uniforme del ejército, el brazalete del partido comunista… y la cara de Obama. Mejor aún que la baraja de póker de Bin Laden (que también las había).
Elegimos para almorzar un restaurante que tenía un aspecto decente pero sin parecer caro. La mesa estaba en una tarima y para acceder se usaba un escalón que subía o bajaba pulsando dos botones. Pedimos comida tradicional, pero en lugar de pedir platos para ir picoteando de ellos (lo cual está generalizado en todos los restaurantes), teníamos tanta hambre que cada uno pidió el suyo. Me comí un bol de noodles con una salsa parecida a la del pato a la pekinesa, acompañados de tiras de zanahoria, cebolla, calabacín y remolacha. Según Bella era un plato tradicional de Beijing. De beber pedí un té rojo con hielo que sabía delicioso. No dejamos nada en los platos. Por su parte, los dueños de las tiendas tenían una forma peculiar de comer. Un hombre con una bicicleta daba vueltas por la calle, arrastrando tras de sí un carro (era una bici-carro) con potas enormes llenas de arroz. Iba haciendo paradas frente a las tiendas y vendía tuppers con arroz a los empleados. Incluso en los restaurantes le compraban el arroz.
Seguimos dando vueltas por el hutong y a eso de las 16:30 fuimos al popular barrio de Sanlitun. Se trata de una zona de fiesta muy conocida en Beijing, con locales en los que se ofrecen conciertos todas las noches. Llegamos cuando las cantantes comenzaban a ensayar, lo cual, sumado a que los locales son abiertos y discurren en paralelo a un río, dio lugar a un paseo realmente agradable. Entre el hutong y Sanlitun pasamos al lado de las torres de la campana y el tambor. La torre del tambor original, Gulou, fue construida en el siglo XIII, pero fue en el siglo XV que se construyó la torre que permanece en la actualidad. Desconozco cuando se construyó la torre de la campana, Zhonglou. La función de ambos edificios era anunciar el paso del tiempo, en el comienzo de la tradición se anunciaba el amanecer con una campanada y la puesta de sol con un golpe de tambor. Posteriormente se usó el tambor para medir el paso de las horas. La campana de la torre mide 7 metros de altura, es de bronce y pesa la friolera de 63 toneladas. Supuestamente su repicar se escucha a una distancia de más de 20 kilómetros, pero tanto la campana como el tambor dejaron de utilizarse en la década de 1920 y ambos instrumentos fueron sustituidos por relojes europeos. No pudimos entrar en las torres, pues estaban cerradas. Las dos torres se alinean en el eje norte-sur que forman Tiananmen y la Ciudad Prohibida.
Eran casi las 18:00 cuando regresamos al hutong, pues queríamos alquilar una calesa oriental para que nos diera un paseo por las callejuelas. Son un medio de transporte bastante típico, las hay a motor o a pedales. Lo suyo es alquilar una a pedales y que el conductor sude para ganarse el dinero. Teresa y Miguel Ángel habían alquilado una el domingo por 80 yuanes una hora, así que Antonio y yo queríamos probar. Desgraciadamente, había muy pocas calesas disponibles y los precios que pedían eran muy altos, de 200 yuanes. Eso que sólo queríamos montar media hora. Al final desistimos y cogimos el metro para regresar al hotel. De camino a la estación atravesamos el patio de un templo budista bastante acogedor, con su gente rezando y aroma a incienso que empapaba el aire. La cena incluyó un plato sorprendente: un bol hecho de arroz frito que contenía gambas fritas sin pelar, judías y guindillas. A medida que el contenido se vaciaba, se desprendían las paredes del bol y se mojaban en salsa. Estaba muy rico pero era bastante picante, tanto por la salsa como por las guindillas.


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