martes, 6 de septiembre de 2016

48- Dust to dust.



48- Dust to dust

 9 de agosto – 2 de septiembre

Si algo he aprendido a lo largo de estas dos últimas semanas es a ahorrar trabajo innecesario. Desde que se marcharon los españoles hasta la fecha actual, he estado trabajando en el experimento durante toda la semana y únicamente los domingos he hecho cosas destacadas. Así pues, para quitarme de encima todo este tiempo atrasado de escritura y resumir varios capítulos aburridos en uno sólo (porque seamos sinceros, mi experimento tampoco resulta muy interesante de leer, lo que os interesa es lo que vivo en Beijing, los sitios que visito y saber si me he echado novia). Teniendo esto en mente, resumiré tres semanas de trabajo en este capítulo, dejando aparte los días 21 y 28 de agosto. El domingo 21 fui al templo de los lamas y al templo de Confucio (se llama templo aunque realmente no lo es); por su parte el domingo 28 fui a la ópera de Beijing. No al teatro nacional, sino a uno más pequeño (perdón, acogedor).
La semana del lunes 8 estuve ocupado buscando papers donde se describieran los análisis químicos que vamos a realizar a las plantas una vez cosechadas. Creo que ya lo mencioné en otro capítulo anterior. En total son: celulosa, hemicelulosa, lignina, almidón, azúcares solubles, proteínas solubles, nitrógeno total, taninos y fenoles. Hice la selección de papers, elaboré un documento con los procedimientos detallados y otro con la lista de productos químicos necesarios, tal y como me había pedido Bi-Cheng. No obstante, dos semanas después me envió las instrucciones, diferentes a las que yo había encontrado, para el análisis de azúcares solubles y almidón (el almidón es un polisacárido insoluble; se determina eliminando el resto de azúcares y después degradándolo, para determinar a continuación la cantidad de azúcares que se han producido a partir del almidón). Conste que me gustaba más el método que propuse yo, pues el almidón se degradaba con una enzima en lugar de usar un ácido muy fuerte.
A pesar de que el Dr. me había dicho que cosecharíamos las plantas el fin de semana del domingo 21, decidió adelantarlo una semana debido a que otras plantas amenazaban con morir. Así pues, el sábado 13 y el domingo 14 estuvimos toda la jornada en el invernadero cosechando las plantas. El sábado nos ayudó Lu y el domingo vinieron también dos estudiantes de la universidad. De no ser por ellos, el trabajo se hubiera hecho eterno. En primer lugar contábamos el número de hojas y rametos [en plantas clonales cada individuo del sistema clonal es un rameto; en Alligator es cada nudo del talllo del que salen hojas] que tenía cada planta, luego separábamos las hojas y tallos en dos sobres y entregábamos las macetas a Bi-Cheng, que se encargaba de limpiar las raíces con una manguera y guardarlas en un tercer sobre. Parece sencillo. Es sencillo. Pero lleva mucho tiempo, por no hablar del calor que hace en el invernadero y de lo pesados que son los mosquitos tigre. Por lo demás, el trabajo era sencillo y transcurrió sin incidencias. Para ahorrar tiempo pidieron comida a domicilio los dos días y comimos en el propio invernadero.
El siguiente paso fue trasladar al ordenador los datos de número de hojas y rametos (que estaban apuntados en los sobres, algo muy práctico) y meter las muestras en una estufa para que se secaran. Todo esto lo hice en un laboratorio que el departamento tiene en otro edificio del campus. En dicho edificio se han propuesto cambiar el sistema de aire acondicionado, por lo que han retirado el falso techo de todas las plantas y los pasillos están invadidos de obreros y material de obra. Coincidía que yo iba al laboratorio después de comer, para ahorrarme un viaje, y a esa hora los trabajadores estaban echando la siesta en el hall, por lo que daba la impresión de estar caminando entre un grupo de zombies dormidos. Aquí la gente duerme la siesta donde les coincide, ya sea en la silla de la oficina, sobre un pedazo de cartón o sobre el suelo desnudo. Sin exagerar, hay quien echa la siesta en el suelo. Las muestras estuvieron secándose toda la semana. Supuestamente yo tenía que ir al laboratorio por la mañana y por la noche para encender/apagar la estufa, ya que no la dejan encendida por las noches (hubo un incendio en ese mismo edificio por una estufa dejada encendida sin supervisión), pero uno de los estudiantes que trabajan en el laboratorio se ofreció amablemente a aliviarme de esa tarea.
El lunes siguiente por la tarde comencé a pesar las muestras. Una tarea absolutamente monótona, pero que se puede complicar si por un despiste apuntas una medida a la planta que no es o te equivocas con el número de planta. Sucedieron varios incidentes de este tipo, pero fueron corregidos. Las medidas se tomaron en una báscula de precisión, que medía con una exactitud de 0,1mg (0,0001 gramos). Realmente no necesitaba que las medidas fueran tan precisas, y los tallos hubiera sido más práctico pesarlos en una báscula con precisión de 0,1g sin sacarlos del sobre. Eran tan grandes que la mayoría hubo que pesarlos en dos o tres medidas y sumar. Que parece una tontería, pero cuando lo tienes que hacer a 168 muestras y cada medida extra supone duplicar el tiempo, el resultado es que me eché una tarde de más con las medidas de los tallos. En total fueron cuatro tardes enteras, desde la comida hasta la hora de cenar, para tomar las medidas. Haber descubierto una aplicación china para escuchar música con mi nuevo móvil me hizo el trabajo más llevadero.
El miércoles el Prof. Roiloa me envió un correo con una segunda ronda de correcciones para el paper que tenemos pendiente de publicar. No sabía que se hicieran segundas vueltas a las correcciones. En esta ocasión uno de los revisores se centró exclusivamente en los errores gramaticales y el otro apuntó fallos menores. La editora, sin embargo, nos pedía que restructurásemos la introducción y reescribiésemos las conclusiones. Decidí que lo más sencillo era realizar las correcciones gramaticales y después aplicar corta-pega para la reestructuración del texto. Debido a esto, el miércoles estuve todo el día en la oficina. Creo que tardar apenas un día desde que recibo las instrucciones hasta que envío el trabajo corregido de vuelta está bastante bien. Aunque me temo que seguirá habiendo errores en el texto, que debido a mi mal dominio del inglés no fui capaz de detectar. Confío en que no haya más problemas y que el trabajo se publique pronto.
El lunes siguiente, en la última semana de agosto, recibí una visita inesperada en la oficina. El Dr. Bi-Cheng entró acompañado de su novia, que está estudiando un doctorado en los EEUU y a la que no contaba con conocer en persona. La conocía por escuchar cómo le grita a Bi-Cheng a través del Skype y porque un día  Bi-Cheng me puso delante su portátil para presentármela. Es encantadora, estudia hidrodinámica en la universidad de Yale [que ella pronuncia “Io”, no sé si llevo toda la vida confundido con el nombre de la universidad o si es un error suyo de pronunciación]. Por la tarde el Dr. me enseñó la máquina que se usa para pulverizar muestras, que consiste en dos brazos agitadores. Cada brazo puede sostener bien un cilindro grande de metal o una caja de plástico con seis tubos pequeños. El cilindro contiene en su interior una canica de acero de 2,5cm que al agitarse machaca cualquier cosa, se utiliza para muestras realmente duras. Tiene el inconveniente de que sólo se pueden procesar dos muestras a la vez y que entre dos usos hay que lavarlo para retirar los restos de polvo, así como secarlo para evitar que el polvo forme una pasta. En los tubos pequeños se introducen bolitas de acero, tienen la ventaja de permitir pulverizar 12 muestras a la vez y de que la muestra se puede guardar en el propio tubo. La desventaja es que las muestras duras, como raíces y tallos, requieren bastante tiempo para machacarse. Esto no sería un problema por sí mismo, pero se corre el riesgo de que la bolita de acero rompa la base del tubo y el polvo se pierda, con lo cual la muestra se va al garete. Si se trata de una muestra pequeña que sólo da para llenar un tubo, como una planta con pocas hojas o una raíz pequeña, y se pierde la muestra, pues hay un problema.
Comencé a trabajar el martes por la tarde con las raíces. Me dio por usar los tubos de plástico en ciclos de 5 minutos. De cada 12 muestras, una o dos se perdían y otras dos quedaban mal pulverizadas debido a que las raíces eran pura madera. Se lo comenté al Dr. y me recomendó usar los cilindros de acero para raíces. El miércoles por la tarde seguí con eso, bastaba un minuto en el cilindro para reducir las raíces más duras a polvo fino, pero el trabajo era tan lento que no conseguí terminarlo. El jueves decidí probar con las hojas, en ciclos de un minuto en los tubos pequeños, no perdí ningún tubo y terminé todas las muestras. Para el viernes había dejado los tallos, sin saber lo complicado que resultaría reducirlos a polvo, y un tercio de las raíces. Tras varios intentos y combinaciones opté por ciclos de dos minutos en los tubos de plástico, si bien algunos tallos necesitaban varios ciclos no se rompían los tubos. Si leerlo es aburrido, imaginaos estar cuatro tardes enteras haciendo la misma tarea repetitiva.
Aquí haré un inciso. La próxima semana comienza el curso universitario, por lo que está el campus patas arriba. Hay por la calle tenderetes de estudiantes y mucha gente con maletas. En el pasillo de la planta de mi oficina hasta han puesto pancartas, me imagino que para dar la bienvenida a los nuevos alumnos. El viernes el Dr. entró en el laboratorio a media tarde y me dijo que la semana próxima y el fin de semana estaría cerrado, pues las familias de los alumnos visitarían la facultad. No entiendo muy bien la lógica del asunto, porque dijo que cerrarían el laboratorio sólo si no estaba bien recogido. ¿No pueden poner un cartel en la puerta con el mensaje “no entrar, gente trabajando”?¿O “contención biológica categoría 5, uso obligatorio de traje HAZMAT”?. Varios alumnos del departamento entraron por la tarde para limpiarlo todo, lo cual resultó curioso dado que mi trabajo inevitablemente manchaba las mesas de polvo y tenía el suelo echo un asco con los restos de plantas que tiraba [sí, tiro las cosas al suelo mientras trabajo, por eso no me gusta trabajar, porque soy una persona limpia]. El tema es que los laboratorios de química no estarían cerrados, y yo pensaba realizar los primeros análisis la semana próxima. Pero si no terminaba de procesar las muestras retrasaría todo el trabajo una semana entera. Yo ya me había resignado a terminar el sábado, porque era media tarde y me quedaba mucho más de la mitad del trabajo, por no hablar de las malditas raíces, que me llevarían tres o cuatro horas al ritmo del miércoles.
Pues lo terminé. En total estuve siete horas ininterrumpidas trabajando e incluso renuncié a ir a cenar, pero lo terminé y después limpié cuidadosamente las mesas, la máquina y el suelo. El truco está en que si se usa la máquina en ciclos cortos repetidos en lugar de un único ciclo largo los tubos no se rompen y cualquier muestra queda reducida a polvo. También se ahorra tiempo si se evita estar comprobando cada dos minutos qué muestras hay que devolver a la máquina y cuales están listas. Le di tanta caña que las bolitas de acero salían calientes de los tubos. Conste que lo de las siete horas no es una exageración, no paré ni para ir a mear ni a beber agua. De hecho, en un momento dado puse la muiñeira de Chantada en el móvil y por no perder el tiempo en cambiar de canción la estuve escuchando durante tres horas. A lo mejor esa fue la clave de mi motivación.

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